"Pepo" es el nombre del personaje. Murió calcinado en una garita de la EPE en un barrio cualquiera de esta ciudad, donde los únicos testigos son un perro callejero que lo olisquea, una operaria de fábrica que pierde el colectivo y el presentismo, y una manada de vecinos que celebran la muerte: "Estas ratas tienen que morir así", "Son rastreros", "Uno menos", "Ni para eso sirven estos faloperos". Pepo es un personaje, pero no es Ezequiel Francisco Curaba, el joven de 21 años, ex alumno de la Escuela Carlos Fuentealba y cartonero que falleció a días de ser internado por quemaduras graves sufridas cuando intentaba robar cables y que le causaron fallas multiorgnánicas .
En ese puente entre la literatura y la realidad transitan los relatos, las historias y los personajes que Maira Rosso teje en "Invisibles", el libro que publicó en 2023, que reúne sus cuentos, escritos como ella misma admite "como acto de rebeldía" ante la ciudad que habita y ante la que no cierra los ojos. Rosarina, nacida y criada entre barrio Plata y las viejas chimeneas de Acindar, desde esa periferia que no es sólo geográfica escribe Rosso sus relatos.
En artificios literarios que dan cuenta de eso que el real en el barrio que habita y la ciudad que transita, esas violencias cotidianas, concretas y simbólicas, Rosso da cuenta de vidas y muertes ajenas que a ella se le hacen propias en la escritura. "Todo el mundo sabe que la gente muere, pero nadie ve morir lo ajeno", escribe ella misma en la edición como anticipo de sus propios cuentos.
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"Son historias que salen de lo que soy", dice en su casa en diálogo con La Capital y confiesa: "Me gusta la periferia en todos los sentidos", en referencia no sólo a la periferia geográfica de sus historias, sino también de su relación con la escritura y la literatura de la ciudad, de la que se considera una outsider. "Me cuesta", admite.
La escritura como rebeldía
Maira escribe desde que tiene memoria. Lo remarca como un ejercicio que adquirió desde chica "como punto de fuga" a través de relatos y poemas -por los que ya fue reconocida en 2022 en el marco del Festival Poesía Ya! en el CCK de Buenos Aires por su video poesía Viaje-. Así escribir le resulta tan vital como el juego de pelota paleta que practica en el Club Fábrica de Armas desde los 11 años y desde donde como mujer, en un ámbito fundamentalmente de varones, también dio y sigue dando su batalla.
Instrumentadora quirúrgica de profesión, sólo dejó de escribir durante los diez años que trabajó en el Sanatorio Ipam. "Trabajar en el ámbito de la salud te paraliza mucho, obligadamente uno reprime cosas todo el tiempo sin darse cuenta, te apagas, te desconectas", cuenta sobre el tiempo en que trabajaba ocho horas en quirófanos y hacía guardas de madrugada.
Madre de cuatro hijos, empezó a dejar el de sanatorio cuando un ante la llegada de un herido en un accidente, la asaltó la idea de que era mejor que el paciente "se quedara en el camino". "Yo no soy eso", recuerda que se dijo, lo que marcó el camino de salida de los quirófanos y un camino de trabajo en espacios sociales, alfabetización y comedores. "Ahí volví a escribir, lo hice siempre por mi cuenta.
Así, los pibes del barrio o ese que en silla de ruedas llegó hasta el espacio de alfabetización en el que trabajaba se convierten en los protagonistas de sus historias; esos que están ahí nomás, en la calle, en el Fonavi de enfrente.
"Para mí escribirlo es un acto de rebeldía, ponerlo a circular. Es lo que puedo hacer", afirma en un ejercicio donde aclara todo el tiempo "no hay nada romantizador de la pobreza", sino simplemente "una mirada más humana que se acerca sin levantar un dedo acusador" y que es "una posición política frente al mundo y la vida, desde siempre".
"Historias de lo que soy"
Los cuentos que forman parte de "Invisible" fueron escritos a lo largo de los años por su cuenta, pero también trabajados en espacios colectivos de los que Rosso fue parte de modo intermitente.
Allí, aparecen como ella misma dice "esos que no se ven o no miramos", los que para muchos viven y mueren lejos y que ella busca mirar de cerca con en sus relatos a través de escenas que transcurren en la calle del barrio, en un quirófano, en la escena que de un padre que se va, otro que desde el silencio y la inmovilidad de un cuerpo enfermo no deja de reclamar algo de amor, o de la conversación entre tres hijos que acompañan al suyo en una internación al borde de la muerte.
"Son historias que salen de lo que soy, no podría escribir de otras cosas", admite sobre el final del diálogo, donde afirma que sus relatos, así que como la literatura, "no es para dar respuestas sino para hacer preguntas y ver la realidad que habitamos desde otra perspectiva".
Una mirada que también la acerca a al pibe que salió de la cárcel y volvió al barrio para encontrarse con su amigo de la infancia y al hombre calcinado dentro de la casilla de la EPE "sin prejuicio, intentando sólo pensar por qué sucede lo que sucede" con esos personajes que no sólo mueren en los cuentos.