Cristina Romero | Bío | Escritora y docente. Nació en Barcelona, España, en 1977. Es maestra de educación especial y psicomotricista. Estuvo en Rosario dictando talleres sobre educación libre y pedagogías alternativas
Cristina Romero | Bío | Escritora y docente. Nació en Barcelona, España, en 1977. Es maestra de educación especial y psicomotricista. Estuvo en Rosario dictando talleres sobre educación libre y pedagogías alternativas
"Estamos mal. Eso debería llevarnos a plantearnos un cambio a nivel individual". Con esa idea, la educadora y escritora española Cristina Romero comenzó una de las charlas que dictó en Rosario sobre la educación libre, un paradigma basado en pedagogías alternativas entre las que se encuentran las dos más relevantes: Waldorf y Montessori.
La mujer habló a los adultos sobre la importancia de lograr una conexión con el cuerpo, con las necesidades más vitales, tal y como hacen los niños. En el campo de la crianza y de la educación, resaltó la importancia del afecto como pilar básico.
—¿Qué espera un niño del adulto?
—Todos los niños del mundo buscan sentirse amados de manera incondicional, saberse valiosos a los ojos de sus padres y docentes. Por eso es una tragedia que los padres pasen tan poco tiempo con los hijos. Las horas, las miradas, la dedicación que se le puedan ofrecer al niño son fundamentales, y la madre y el padre que puedan hacerlo deberían sentirse dichosos. En este sentido, el Estado debería apoyar más a los padres para que puedan criar a sus hijos con afecto. Tenemos que invertir las prioridades y darle amparo a la familia y a los niños.
—¿Cuál es su mirada de la educación?
—Vivimos en una sociedad en la que se valora por sobre todo lo académico, la profesión y todo lo que está ligado a la mente. Por eso vivimos desconectados de nuestro cuerpo, de nuestras necesidades. Somos adultos tecnológicos y no nos damos cuenta de lo que necesitamos para ser felices. Tenemos que atrevernos a preguntarnos si estamos a gusto en el lugar donde trabajamos, si lo que hacemos nos hace bien, y si realmente queremos estar donde estamos. Y esto tiene que ver con la educación, porque desde muy niños nos enseñan a anular los mensajes del cuerpo. Mi propuesta es que miremos a los niños y aprendamos de ellos, que viven mucho más conscientes de sus necesidades.
—¿Cómo se hace para escuchar al cuerpo?
—El cuerpo nos habla todo el tiempo, pero aprendimos a desconectarnos. Cuanto más lo escuchás más te dice y más te salvas, te lleva a lugares donde te hace bien. Así, empezamos a sentir la necesidad de caminar, de movernos... No estamos hechos para estar ocho horas sentados en una silla y después ir una hora al gimnasio. Eso no sirve. Necesitamos movernos de a poco y darle valor a lo que nos dice, por más pequeño que parezca. Esto va a generar una sociedad nueva que crecerá con otros valores, y por lo tanto tomará otras decisiones, más sanas, a favor de la vida, de lo vulnerable, de los ciclos, de todo lo que realmente es importante. El cuerpo humanos es muy sabio y el corazón sigue diciéndonos por dónde debemos ir.
—¿Qué deberíamos aprender de los niños?
—Ellos saben más de conexión con el cuerpo. Para un adulto es un regalo estar con un niño, porque gracias a eso nuestro corazón empieza a abrirse y entra en sintonía con el de ellos, que aman en forma incondicional. Esa es una escuela para que aprendamos a amarnos incondicionalmente entre los adultos. Yo aprendí a amarme a partir de aprender a amar a mis hijos, sino no sería benévola conmigo misma. Si no hubiera sido madre no hubiera aprendido a mirar con amor a los demás.
—¿Cómo se aplica esto a la crianza?
—Todo empieza cuando el niño nace, donde lo mejor es tener un parto respetado en cuanto al ciclo biológico. Solemos ser muy invasivos en este proceso. Por otra parte, la crianza debería ser más apegada, y que la lactancia sea a demanda, porque cuando el bebé pide algo, es porque lo necesita. Atender sus necesidades es un entrenamiento para que como adulto sepamos estar para ellos. A su vez, hay que saber cuidarse. No tiene sentido que estemos muy pendientes de cuidar las necesidades de los niños si no miramos cuáles son las propias. Porque no podremos darle lo mejor si no nos cuidamos.
—¿Qué se puede hacer desde la educación tradicional?
—En la educación tradicional hay mucho que hacer. Estamos hablando de escuchar al cuerpo y en la escuela los niños pasan muchas horas sentados. Estamos domesticándoles para que entren en el sistema productivo. Por ejemplo, los patios deberían ser lugares cuidados, con verde, donde se pueda apreciar el regalo de la naturaleza y no ver sólo el aula como un lugar de aprendizaje. Pero no sólo el cambio debe ir por los espacios. El currículum debería flexibilizarse y en cambio descubrir qué apasiona a los niños, porque con lo que te apasiona podés aprender todo. Si nos permitiéramos estar más en contacto con nuestro corazón, más allá de lo que diga la gente, tomaríamos mejores decisiones, miraríamos más a los niños para permitirles ser ellos mismos y así transformar la infancia en algo que les permita ser adultos más sanos y más apasionados.
atreverse. "Los adultos debemos preguntarnos si estamos a gusto donde trabajamos, y si lo que hacemos nos hace bien", advirtió Romero.
"Somos adultos y no nos
damos cuenta de lo que
necesitamos para ser felices. Aprendamos de los niños,
que son más conscientes
de sus necesidades"