Adriana esperó tres años en el Ruaga hasta que se dio el mágico encuentro con quien hoy es su hijo adoptivo. El tenía 10 años y ella 55. En esa “nueva vida” para ambos, rechaza la idea de adopción como la posibilidad de “darle un hogar a un niño o niña que no lo tiene”, como si fuera un acto de “civilidad”. Adoptó sola y descubrió que la principal motivación fue el gran deseo de ser mamá. “Si pensamos que hacemos un favor, nos estamos basando en algo que no es el deseo, y ese sentimiento es el motor impulsor”, reflexionó.
En cada pensamiento que Adriana comparte con La Capital a partir de su historia de adopción reluce la verdadera aceptación del otro. Es una experiencia conmovedora que aplica a aquellos que deciden ser padres o madres, sean adoptivos o biológicos, y también en todos los vínculos.
“En mi caso nunca pensé la adopción como la posibilidad de darle un hogar o una familia a un niño o niña que no lo tuviera. Descubrí que quería ser mamá y lo acepté, no con pocos miedos. Me anoté en el Ruaga y fueron tres años de espera. Lo que tuve en cuenta es mi edad y la del niño, para poder estar el mayor tiempo con quien fuera a ser mi hijo o hija. Me llamaron e hicimos algunas entrevistas, me sentí muy apoyada por las psicólogas y asistentes sociales”, cuenta Adriana.
Distingue que había decidido que podía ser “un varón o una nena, pero siempre mayor de seis años”. Tras la intervención de un juez de Familia, conoció a quien hoy es su hijo. “Luego de los encuentros de vinculación decidimos seguir adelante”, aprecia sobre el rol del juez, que respetó los tiempos de esa instancia tan sensible.
Y se introduce en un aspecto que puede resultar controversial, pero que cree necesario diferenciar. “La adopción no es un acto de buen comportamiento social. Cuando se desea ser madre o padre, el hijo que llega no es un bebé. Pero de a poco se van haciendo nuestros hijos, a medida que nos hacemos padres o madres”.
Antes un hogar, hoy una familia
Rememora que adoptó sola y que siempre charla el tema con su hijo, hoy adolescente. “Le digo que mi casa era un hogar y cuando él llegó fuimos formando una familia. Siempre que llega un niño, un nuevo hijo, la familia no es la misma. Es algo que se debe comprender, si no se cree que es el niño el que se debe adaptar, y no es así”.
Para la mujer, hay muchos prejuicios con las adopciones de niños mayores. “Se piensa que viene con una carga, una historia y las consecuencias son terribles. No es que esto no sea verdad, pero cualquier niño que llega al mundo, aunque sea hijo biológico, es un otro que no sabemos quién es. Podemos transmitirle lo mejor, pero él hará con eso su propio mundo, su personalidad”.
“Con Joaquín armamos una familia y la seguimos construyendo día a día con lo que cada uno desea, porque sabemos qué es lo que no queremos de lo anterior. Yo fui hija y hubo cosas de mi mamá y mi papá que estuvieron bien, y otras que no. Pero en esta familia por primera vez yo fui mamá, y él por primera vez fue hijo”.
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Adriana enfatiza que la adopción no estaría relacionada a un acto altruista. “Si pensamos que hacemos un favor nos estamos basando en algo que no es el deseo, y lo único que ordena y es un motor impulsor que no descansa, es el deseo. Hubo adultos que devolvieron chicos como si fueran mercaderías porque no eran lo que esperaban. Si una adopción no funciona, no es por el niño, es por el adulto, siempre”.
Empezó de nuevo, volvió a nacer
Todavía se asombra por las situaciones de la crianza y distingue claramente que su hijo “empezó todo de nuevo, volvió a nacer. Trabajó su identidad, porque sabía que podía conservar su nombre y apellido anterior, y luego fue su decisión cambiarlos”.
En ese contexto, valora “el apoyo, el cariño y el acompañamiento” de su entorno y de los profesionales. “Es una gran oportunidad de una vida nueva, para nosotros y para ellos como hijos”.
Según Adriana, el “adoptar” se resignifica en todas las relaciones. “En la amistad, en los vínculos filiales, en una pareja debe existir la adopción, que es la aceptación del otro. Hay muchos hijos de padres biológicos que son maltratados, violentados, y cuyos padres no saben de sus sueños, sus necesidades o temores”.
"Cada día lo quiero más”
Y vuelve sobre la permanente construcción del afecto, del cariño. “A mi hijo cada día lo quiero más. Cada vez voy descubriendo algo nuevo, que es un chico igual a otros adolescentes. Tiene una experiencia previa que me hizo crecer y replantearme muchas cosas. Para los mamás y papás adoptivos esto es una riqueza que ni se pueden imaginar antes de que llegue ese niño”.
Hoy la mirada de esta mujer de 61 años que forjó una experiencia única es más amplia, superadora y abarcativa, y sirve para todos aquellos que evalúan adoptar. Y confiesa algo que le dijo su hijo en la intimidad cuando lo fueron a anotar al Registro Civil: que nació como un bebé de 48 kilos.
“Lo que dijo es verdad. Aquellas personas que no quieren adoptar porque los niños son grandes, deben entender que aunque llegue con seis, siete, ocho, diez o quince años, lo que están recibiendo es un bebé, porque todo empieza de nuevo para ellos, y para nosotros”.