Flashes, sonrisas, suspiros, abrazos (y de vez en cuando incluso cánticos y aplausos) dominan la escena en el vacunatorio de la ex Rural donde el gobierno de la provincia inmuniza desde el 1º de marzo a adultos mayores, y también en algunas jornadas a docentes de hasta 60 años. Por los remozados galpones del parque Independencia ya pasaron 40 mil personas, un promedio de tres mil diarias asistidas por un plantel de 250 agentes, y se respira detrás del barbijo una atmósfera mezcla de alegría, alivio y acaso de triunfo, la de ganarle una batalla al coronavirus.
Ya en las inmediaciones del predio ferial de Oroño al 2600 el movimiento es incesante. Decenas de jóvenes con pecheras azules ordenan el ingreso de los vecinos convocados previamente por medios electrónicos: luego de chequear que portan el comprobante del turno, les colocan una pulsera identificatoria. Es el pasaje al ansiado centro de vacunación, tan ansiado que es raro que los interesados lleguen tarde. Hay quienes incluso lo hacen dos horas antes de la cita y para ellos se montó una antesala entre los dos galpones donde aguardan más promotores sanitarios y, sobre todo, los 30 puestos de vacunación integrados por tres agentes: uno para aplicar la dosis, otro para registrar y un auxiliar.
Los primeros días del operativo un salón funcionaba como espacio de espera y en el restante se habían montado los puestos, pero se comprobó más efectivo dividirlos en dos flancos y que cada uno de ellos albergara ambas instancias. Eso le da más dinamismo al proceso, cuenta María Sol Méndez, una de las cuatro coordinadoras, mientras por el pasillo central se desplazan decenas de hombres y mujeres. Algunos acaban de entrar solos o acompañados, casi siempre por familiares, y van a sentarse a la llamada sala de espera; otros ya se ubican por indicación de los promotores en una fila de cinco sillas plásticas (cifra equivalente a la cantidad de dosis de cada vacuna rusa Sputnik V).
Solo en un ala, este martes inician el calendario de vacunación 1.400 adultos mayores de entre 75 y 80 años, divididos en dos turnos de 700. El centro funciona de lunes a viernes, de 8.30 a 17.30, y los sábados, de 8.30 a 12.30. Según las estadísticas oficiales del Ministerio de Salud, desde el comienzo de la campaña fueron inoculadas 40 mil personas.
La mayoría de los convocados llega y se desplaza por el circuito por sus propios medios, pero también hay previstas sillas de ruedas para quienes presentan algún impedimento y hasta un puesto sanitario extra para las “autovacunas”, es decir las que se colocan arriba del auto. Esta opción se reserva a personas con limitaciones físicas, cuyos vehículos ingresan por la calle Dante Alighieri, y suman entre 20 y 40 por día. Una cifra muy pequeña si se la compara con el volumen de trabajo total del vacunatorio, que trepa a un promedio de tres mil aplicaciones diarias, según revela el médico Sebastián Torres, coordinador de Dispositivos Territoriales de la provincia.
“De todo el esfuerzo que venimos haciendo este año y del desgaste que sufrimos (en el inicio de la pandemia Torres estuvo al frente del operativo Detectar en los barrios), lo más lindo que nos llevamos es la alegría de cada abuelo cuando se vacuna. Vienen pitucos, arreglados, contentos. Sienten una enorme felicidad, sobre todo los que hace meses están sin salir”, se sincera.
En primera persona
“Yo lo llevaba a todos lados de la mano y ahora él me lleva a mí”, dice Osvaldo Echevarne, de 76 años, junto a su hijo Martín, de 41. El fin de semana se enteraron de que les tocaba el turno a pesar de que se habían anotado para el Centro Municipal de Distrito Sur. Llegaron desde San Martín al 4000 “y entramos como por un tubo", analiza Osvaldo con los ojos brillantes y el DNI en la mano. “Yo vine a hacerle el aguante”, aclara el hijo con una sonrisa y expectativa de que pronto le programen una cita a su mamá, de 75.
Unos metros más adelante una fila completa de cinco personas se pone de pie y se retira. Ya pasaron los 10 o 15 minutos reglamentarios en los que se controla la aparición de algún efecto adverso (cosa que hasta ahora no sucedió en ningún caso), así que un promotor echa alcohol aquí y allá y es convocado otro grupo mientras se terminan de descongelar los frascos de Sputnik, conservados a 20 grados bajo cero en freezers dispuestos en una esquina del salón. Los puestos están siempre activos.
Jordi Laje, residente de medicina general y familiar, que en esta campaña actúa como vacunador, habla con quienes están a un paso de inmunizarse para hacerles preguntas clave y canalizar dudas. Tiene 32 años y junto a otros 27 residentes, a los que se suman estudiantes avanzados de carreras relacionadas con el sector salud, es la primera vez que interviene en un operativo masivo de semejante magnitud. Por turno, coloca entre 50 y 60 inyecciones, y aparece en una gran cantidad de fotos porque casi todos quieren dejar documentado este momento histórico. Jordi no tiene problemas en hacer las aclaraciones que sean necesarias a algunos abuelos algo desconfiados (algunos a veces desenfundan extensos cuestionarios escritos de puño y letra).
Un rato más tarde María Gracias, de 75 años, recibe su carnet anti Covid completo. “Sólo tengo un pequeño dolor en el brazo, me siento perfectamente”, asegura junto a su marido de 80, que ya está vacunado al igual que todos sus amigos. “El día que me avisaron del turno sentí mucha emoción, un nudo en el estómago. Nos vamos a seguir cuidando, pero esto me da más seguridad”, confía, y tras ponerse una campera se aleja hacia la salida, donde pululan más jóvenes de pechera azul. En este punto los promotores acompañan y hasta paran un taxi y ayudan a subirse a quienes lo requieran. Una señora da un paso firme sobre una rampa de madera y se despide de la joven que la sostiene, hasta la próxima dosis.