La causa por la explosión del edificio de Salta 2141 en 2013 tiene fecha tentativa de juicio oral. La sala destinada al debate fue reservada para junio de 2017 y se prevé que por las sucesivas audiencias desfilen cerca de 170 testigos. Así lo indicó el juez Ismael Manfrín, quien está a cargo de la etapa de instrucción suplementaria, un período en el que se acomodan y producen pruebas que se ventilarán en la discusión.
Por su magnitud, la de calle Salta es considerada una megacausa. Hasta la semana pasada, tenía acumulados 31 cuerpos con 6.480 fojas. Pero no es sólo una cuestión de extensión. Es una causa con muchos imputados, muchas víctimas, gran cantidad de hechos a dilucidar y un alto impacto social.
Cuando entró en vigencia el nuevo Código Procesal Penal, se estableció que todas las causas ocurridas a partir del 10 de febrero de 2014 fueran dirimidas en juicio oral y público. Las iniciadas antes de esa fecha ingresaron en el Sistema Conclusional, cuya función es resolver las causas pendientes del sistema escrito.
Las víctimas fatales de la explosión del edificio fueron 22. La instrucción de la causa fue escrita y en febrero de 2014 la jueza Irma Bilotta procesó a once personas por el delito de "estrago culposo agravado". De los acusados, cinco son empleados de Litoral Gas; tres eran administradores del edificio; y los tres restantes son el gasista que trabajó allí el día del siniestro, su ayudante y un gasista que hizo tareas días antes de aquel fatídico 6 de agosto de 2013. El delito que se les achaca prevé condenas de entre un mes y cinco años de prisión.
Aceptación
La causa ingresó al juzgado de Sentencia a cargo de Manfrín. Pero la defensa de los administradores solicitó que el juicio fuera oral. La Justicia hizo lugar al pedido por el "alto impacto en el tejido social" de la causa.
Manfrín iba a ser quien valorara las pruebas y dictara sentencia en el juicio escrito. Pero el pasaje de una instancia escrita a otra oral requiere de una etapa intermedia que ahora se está tramitando: la instrucción suplementaria.
"El juez hace dos cosas. Por un lado controla y ordena la prueba que se va a rendir y a producir en
matrícula de gasista y no pude trabajar más. Vivo de changas que no son significativas. Tuve que vender mis cosas para subsistir y seguir adelante. Gracias a Dios mi mujer trabaja y eso nos fue manteniendo todo este tiempo".
Aunque su cruz sea pesada, García también se pone en el lugar del otro. "Lo que me sucedió a mí, todo lo que pasé y sigo pasando no se compara para nada con el dolor que han tenido los familiares de las personas fallecidas. Yo sigo sufriendo por mi problema y por aquellos que perdieron a sus seres queridos", insiste.
Y se quiebra cuando cuenta qué hace para aplacar la angustia. "Una de las cosas que hago para alivianar mi carga, los días 6, a la misma hora del accidente, es ir al santuario para orar y clamar a Dios por los que ya no están y por los familiares de los que han fallecido".
—¿Qué hace ante el santuario?
—Empiezo una oración de 15 o 20 minutos, saco fotos con mi celular. Pido a Dios por las personas que quedaron. Reitero todo mi dolor y todo mi problema, mi falta de trabajo, aunque no se puede comparar con el sufrimiento de los familiares de los seres que ya no están.
—¿Se cruzó con familiares o amigos de las víctimas alguna vez?
—Me pareció ver a familiares o amigos allí. Muchas veces me han llamado para hacer notas, pero nunca quise porque me pareció que era una falta de respeto a los familiares, que no era la persona indicada para hablar, por lo menos hasta este tiempo. Pero el hecho va para cuatro años y las cosas están un poco más relajadas, por eso accedí a contar mi situación.
—¿En lo cotidiano, en la calle, se encontró con alguien que lo repudiara?
—No, nunca me ha pasado una situación así. El vecindario me ha apoyado; siempre me ha dado palabras de aliento. Yo vivo en este lugar desde hace 30 años, y he sido una persona solidaria con todos los vecinos, ofreciéndome para situaciones que han necesitado, siempre intenté ayudar a los demás. Nunca he sufrido agravios, y me he mantenido al margen de provocar ira con vecinos o familiares de los fallecidos.
—¿Cómo se vinculó con las noticias y lo que pasó durante las primeras semanas después de accidente, cuando el mundo miraba a Rosario?
—Me fue muy difícil. No quería mirar ni escuchar nada. Como para tratar de calmarme un poco. Inclusive las marchas, que las miro de lejos, igual ahora que pasó un poco el tiempo, me conmueven, me rompen el alma. En los primeros tiempos tenía ataques de pánico, no podía salir a la calle. Miraba para todos lados porque parecía que se me iba a caer un edificio encima. No podía salir, me mantenía encerrado hasta que la medicación psiquiátrica y la terapia me fueron sacando.
—¿Qué fue lo peor que pensó?
—Cuando yo estaba en la cárcel pensé que mi vida se había terminado, que ya no tenía que estar más, hasta llegué a imaginar el suicidio, era desesperante. Me tapaba la cara y escuchaba los llantos y los clamores de las personas que estaban allí en el edificio. No lo podía soportar; incluso ahora eso me pone muy mal. No quisiera que nadie lo viva. Me pone nervioso y depresivo.
—¿Qué hace o dónde busca reparo para volver a tener una vida normal?
—Cada vez que me pasa esto, lo primero que hago es arrodillarme y ponerme ante la presencia de Dios. Busco a Dios con intensidad para clamar que él pueda sacar todas esos espíritus que vienen a hablarme a la mente, al corazón, a la vida. Y clamo no solamente por mi, también por mis hijos, mi familia, mis nietos y por los familiares de los fallecidos, porque siento que ellos han vivido lo mismo. En el espíritu siento que han vivido situaciones así. Me conmueve mucho eso.
—¿Aunque a la vista usted aparece en el extremo opuesto, siente que hay un vínculo, algo que lo une a los familiares de las víctimas?
—Por supuesto. Yo también formo parte de esa tragedia. A ellos los trató muy mal y a mí también. Entonces me siento identificado en el sufrimiento que han tenido.
—¿Si tuviera enfrente a los familiares de alguna víctima, qué les diría?
—Que me perdonen por haber estado en el lugar equivocado, los abrazaría y lloraría todo el dolor que viven, y que vivo yo también.