Por ahora, ya comenzaron las obras para la llegada de un gimnasio de la cadena Training Center. En el local, ubicado en uno de los laterales del ingreso a las salas de cine, donde hasta hace algunos meses funcionaba la Librería Cúspide, se apuran los detalles para su apertura programada para febrero próximo, en tanto ya empezó la preventa de abonos con descuentos especiales.
Mientras tanto, el resto de los locales comerciales del complejo, donde funcionaron un salón de juegos electrónicos, un bowling, locales gastronómicos y comerciales, continúan en alquiler. No se trata de poca superficie: el área comercial del complejo tiene unos 6.000 metros cuadrados para explotar.
Un proyecto ambicioso
Los proyectos para revitalizar las salas cinematográficas tienen detrás una larga historia. Hace cuatro años se conoció una iniciativa de la desarrolladora MSR que se proponía, tal como se buscaba hace más de dos décadas, ser el puntapié para renovar la zona oeste de la ciudad, en un espacio bisagra entre el centro y los nuevos destinos de vivienda como Roldán y Funes.
Pero la idea demoró un par de años en madurar, y cobró impulso recién en 2023, cuando aparecieron los detalles y la propuesta llegó al Concejo.
El plan tenía tres patas: levantar la parte comercial abandonada con un mini shopping a cielo abierto que cuente con gastronomía y locales de indumentaria, hacer canchas de tenis y fútbol en el techo del estacionamiento, y levantar edificios de vivienda en el playón. A pesar de algunos rumores que circularon sobre el inicio de obras, de momento todo está en stand by.
Hoy por hoy no se ve una intención de ponerlas en marcha en el corto plazo. Las viviendas, a pesar de tener luz verde en el Palacio Vasallo, no estaban pensadas para arrancar este año. ¿Las razones? Análisis de mercado. Los desarrolladores creen que hoy por hoy no están dadas las condiciones macroeconómicas para un proyecto de estas características.
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Actualmente, la prioridad pasa por reactivar los locales comerciales, para que además de los cines y del supermercado de la cadena Carrefour que hoy operan allí, cuente con firmas gastronómicas y de indumentaria, entre otros rubros.
Ascenso y caída de un complejo de vanguardia
A principios de los 2000, cuando vivía su época de oro, el Village era el templo de la diversión. El complejo había democratizado un punto de recreación inédito en Rosario, que hasta esa época concentraba casi todo en el centro. El cine multisala, los juegos electrónicos, el bowling, los locales gastronómicos y comerciales, un hipermercado, y el fastuoso estacionamiento eran sus grandes atractivos.
La propuesta deslumbró a los rosarinos con un concepto y una estética importados de los grandes complejos de cines de Estados Unidos. El lugar explotaba de público de lunes a domingo. Iban de todas partes de la ciudad, e incluso desde otras localidades.
El cine era revolucionario para los estándares de Rosario: 13 salas, espacio para 3.200 espectadores, 20 películas por día, sonido surround, proyectores Christies y pantallas Mask, y proyecciones desde las 11 de la mañana eran condiciones inéditas en la ciudad. En vacaciones de invierno, era el punto neurálgico de concentración de padres y chicos. La empresa multinacional era un pulpo que no paraba de invertir en el país y tenía cines en Mendoza, Pilar, La Plata, Avellaneda, Recoleta y Caballito (CABA).
"Cuando Village desembarcó en Rosario fue realmente espectacular. Marcó un antes y un después. Fue parte de esa ola de complejos multipantalla que cambiaron por completo la forma de ir al cine, saliendo del formato tradicional que era una sala grande o dos salas chicas, sin grandes innovaciones, ni tecnológicas ni arquitectónicas", contó Adrián Ortiz, programador de más de 200 cines en todo el país.
Según el especialista, el nuevo complejo trajo otra cosa: lobbies espaciosos, video walls, confort y una experiencia completamente distinta. "Fue la primera cadena de capitales extranjeros que apostó fuerte en Argentina. Fue un shock, no solo a nivel entretenimiento, sino también a nivel inversión. Era tecnología, diseño y conceptos nuevos. Además, estaba enclavado en una zona que en ese momento desarrolló una movida gastronómica muy fuerte. No era solo un cine: era un polo de atracción, un lugar donde ibas a pasar el día entero", describió.
El tan extrañado Dragon Bowling tenía 20 pistas. La librería trabajaba muy bien, el candy bar con sus malvaviscos era una novedad, el pochoclo era de primera línea, y Sacoa era un gran lugar para festejar cumpleaños o llevar a los niños para que se diviertan: había arcades, autitos chocadores, una calesita, los caballos electrónicos, y hasta una atracción de caída libre que hacía gritar a los adolescentes.
Afuera había un pequeño centro comercial en el que estaba el supermercado (primero Norte, luego Carrefour), la parrilla La Hacienda, Club Fellini, Burger King, una sede de un banco, la tienda de electrodomésticos Musimundo, una casa de deportes y otro de ropa (¿Ay Carmela?). El movimiento era tal que hasta McDonald's desembarcó en la esquina para captar la circulación con un local muy propenso a incendiarse, y en la mano de enfrente estaba el legendario Mc Lulo, una hamburguesería económica tipo carrito para los bolsillos flacos.
Pero todo termina al fin. El Village empezó a sufrir con el apogeo de los shoppings Alto y Portal en 2004, en especial cuando abrió el multiplex Showcase. Además de cines con varias salas, la mayor variedad de patio de comidas y comercios de la competencia lo fue apagando de a poco. El público más pudiente se fue, y quedó el más popular de clase media baja. Uno de los clavos del ataúd fue la inseguridad. La entrada y la salida, y esperar el colectivo en la puerta, fueron circunstancias que empezaron a meter miedo.
El entorno fue perdiendo brillo, muchas de las propuestas gastronómicas que lo rodeaban cerraron, y quedó el cine como único bastión. Además, en los años siguientes, se inauguraron otros complejos en distintos puntos de la ciudad, lo que hizo que el público se dividiera. El Monumental, por ejemplo, se reconvirtió y se quedó con buena parte del público del centro.
Con el tiempo, el complejo sufrió una disminución en su atractivo. El avance de la tecnología y las plataformas on demand, que han cambiado la forma en que las personas consumen películas, cada vez más en sus casas que en las salas de cine tradicionales, provocó una reducción de cartelera. A eso se le sumaron los reiterados vaivenes económicos argentinos y la pandemia. El lugar se fue quedando en el tiempo, y ese aura de modernidad de principios de milenio quedó congelado, aunque técnicamente siempre se mantuvo actualizado.
Porque el cine dio manotazos para salvarse. En 2010 abrió su sala 3D para no quedar fuera de competencia, y en 2016 trajo la primera sala 4D a la ciudad. Tras atravesar varias crisis, el complejo continúa abierto ahora bajo el nombre de Cinépolis, una empresa mexicana que se hizo cargo de las salas en 2019. Ya casi no queda nada: ni los juegos, ni el bowling, ni los locales comerciales y gastronómicos. Solo una cadena de fast food y el supermercado.
Ahora el complejo busca una segunda oportunidad.