Cabello castaño largo, ojos claros, pullover gris, bufanda celeste, campera amarilla sobre los hombros, grandes aros criollos de plata, vaqueros gastados y borceguíes negros, María Eugenia habla sin parar de su pasión por los libros, la lectura y los niños y niñas, por la que a los 21 años, recién recibida de maestra, se fue a dar clases un año a una escuelita de Tilcara; unos 30 años después renunció al cargo de gerenta en una gran editorial y se vino a vivir a Funes, donde fundaron la Librería Ponsatti con su pareja, Andrés Di Patti, y dirige el Programa Funes Lee, entre otras tantas movidas por los niños y la educación promovidas desde la lectura.
-¿Cómo fueron tus primeros años entre Buenos Aires y Zárate?
-Mis viejos se separaron cuando yo tenía seis años, así que vivía entre Zárate, que era un pueblo, y una casa muy austera en Caballito, en Buenos Aires. Era hija de padres separados, siempre me identifiqué con Mafalda y mi vida entera está atravesada por la obra de María Elena Walsh desde el punto de vista político, así como por obras como “Chico Carlo”, de la uruguaya Juana de Ibarbourú, y “Mi planta de naranja lima”, de José María Vasconcellos.
-¿Tuviste problemas de rendimiento escolar por tu condición de hija de padres separados, como declaró ahora el secretario de Culto?
-En absoluto. No me sentía desdichada porque leía a esos autores y, además, porque sabía que había niños y niñas que la pasaban infinitamente mal. Como dice María Teresa Andruetto: “Leemos para conocer lo que uno vive, los problemas profundamente humanos y porque no importa dónde estés, porque esos son los problemas que atraviesan a la humanidad”.
-¿Cómo llegaste a la docencia?
-Cuando terminé el secundario empecé a cursar Derecho en la UBA, pero enseguida me di cuenta de que no era por acá y me fui al Profesorado de maestra primaria. Y a los 21 años me fui con un compañero a dar clases a una escuelita de Tilcara.
-¿Cómo llegaste de Caballito a Tilcara?
-Me anoté en varios lugares de todo el país y me llamaron. Les leía a mis alumnos, que eran muy distintos porque eran hijos de puesteros y de mineros. Las nenas vivían una realidad muy dura por la problemática del embarazo adolescente. Les leía en la escuela y en mi casa les hacía textos. Una alumna, que encontré después de años y que tenía un programa de radio, me dijo “me acuerdo que tenía una biblioteca gigante” -cuando en realidad tenía tres estantes de ladrillos con unos pocos libros- y que “a mis hijos les digo siempre que lean”.
-¿Por qué te fuiste de Tilcara?
-Estuve un año y me volví a Buenos Aires porque era mal vista por algunos sectores. Otra alumna que encontré me dijo: “Yo quería ir a sus clases y mi mamá también, pero mi papá no me dejó ir. Y nunca tomé”. El padre era policía, era de los que no querían a “la zurdita que les lee a los pibes”. Cuánta hipocresía.
-¿Cómo seguiste tu carrera?
-Volví a una escuela de Caballito, donde tuve la suerte de trabajar en un proyecto de lectura como modelo de la Primera Filosofía con Niños, con el que ganamos un premio por la resolución de conflictos durante un proyecto de convivencia, con hechos, palabras y rondas. Realicé un curso de Filosofía con Niños, había hecho una tecnicatura en formación de formadores dirigido por Susana Huberman, del Centro Argentino de Educación Permanente, en 1999.
-¿Cómo llegaste a escribir libros de texto?
-Tenía un contrato con (la editorial) Paidós y me llamaron para darle una vuelta artística y literaria a los libros de texto para docentes. La mamá de dos alumnos entró a trabajar en Puerto de Palos y me preguntó si me animaba a escribir libros de textos. Entre 2000 y 2005 trabajé en la carrera en escritura de libros de textos, visitaba escuelas, escuchaba a niños y maestras, y escribía libros para la primaria.
-¿Cuáles son las características de esos libros?
-Los editores de libros escolares somos docentes. Los libros deben ser comprensibles y deben tener la imagen justa para darle un sentido. Aprendí a editar y enseguida fui gerenta editorial de Puerto de Palos.
-¿Por qué renunciaste como gerenta editorial?
-Porque un día de 2015 me vi sentada frente a un Excel y estaba lejos de mi esencia. Uno llega a una edad en la que empieza a perder seres queridos, incluso gente de su misma edad. Así que me planteé: ¿qué quiero hacer del resto de mi vida? Esta no es la vida que había querido vivir.
-¿Cómo llegaste a Funes?
-En 2016 partimos a Funes con la familia –una de mis dos hijas–, después de venir a ver un recital de Víctor Heredia. Y también creo que influyó en venir a Funes y a Rosario un poco lo que Beatriz Actis describe como “la fascinación por el Paraná”. Siempre tuve nostalgias del Paraná desde que vivía en Zárate. A pesar de que nací y viví en Buenos Aires nunca me sentí porteña. Rosario tiene la mezcla de cultura, música, arte y alegría. Rosario siempre me resultó una ciudad amigable, arbolada, con el río vivible. Me gusta cómo se aprovechó el río: esa mezcla de poder hacer un asado, de plaza, ajedrez y skate park. Tiene esa mezcla de chicos, viejos y la panza del asado.
-¿Cómo fue cambiar Buenos Aires por Funes?
-En 2015 dejamos un PH en Villa Luro y nos vinimos con mi hija menor. Dejé el portafolio y los taquitos y volví a la escuela, donde trabajé en María Auxiliadora, con muy buena gente.
-¿Cómo surgió la idea de abrir una librería?
-Vi que había pocas bibliotecas, no había tiempo ni espacio. En 2017 armamos la Librería Ponsatti –por Pons y Di Patti, los apellidos de los integrantes de la pareja–. (Las escritoras infantiles) Andrea Basch y Laura Roldán nos insistieron en que abriéramos una librería. Empezamos a vender libros en las plazas con un Peugeot 207 en Casilda, Armstrong, Marcos Juárez y Las Parejas y llegamos hasta Comodoro Rivadavia y Bariloche.
-¿Por qué falta lectura en las escuelas?
-¿Dónde está la biblioteca de la escuela? En Funes pasa eso en las escuelas primarias. Los jardines y las escuelas primarias públicas tienen proyectos de lectura, pero en las escuelas privadas no hay un espacio para el bibliotecario. Había una alumna secundaria que decía en broma: “Nos leía en dos idiomas, en español y en el nuestro”. Otra recordaba que “fue muy hermoso lo que nos leía”.
-¿Cómo surfearon la pandemia?
-Estábamos en lo mejor y apareció la pandemia. ¿Y ahora qué hacemos? Andrés salía con el Ponsattimóvil a los pueblos con un aviso que decía: “Enviá un abrazo de libros”. Había libros que enviaban los abuelos a sus nietos. Tenemos una foto de un cartel en una mesa en Cañada de Gómez que decía “Bienvenido Ponsatti”. Fue una época muy dura. La contracara fue la lectura como refugio.
-¿Cómo llegaron a abrir la Librería Ponsatti?
-En 2020 habíamos hecho una feria en un jardín de infantes y la mujer de la galería nos propuso hacer una feria el Día del Niño. Ese día se formó una fila larguísima en casa y otra acá, así que la mujer nos preguntó si nos queríamos quedar, por lo que cerramos en casa y nos vinimos al local en la galería. Una mujer nos confió: “Cuando vi que abrían una librería, creí que se iban a fundir al mes, pero me tuve que comer mis palabras”.
-¿Cómo los recibió Funes?
-Empezamos en un local chiquito y un amigo nos preguntó: “¿Por qué no se agrandan?”. Este local estaba vacío y nos agrandamos.
-¿Cómo nació el gato Ponsatti?
-El gato Ponsatti fue producto de una amplia consulta entre escritores y (la dibujante rosarina) Elisamburu lo dibujó.
-¿Cómo nacieron los proyectos de lectura?
-En 2021 armamos La Abuela Cuentacuentos con Marcela Blanco, la primera maestra jardinera de Funes, que les contaba cuentos a sus alumnos. Ella perdió a un hijo muy joven y escuchábamos desde casa cómo les contaba cuentos a sus nietos, entonces le preguntamos si se animaba a contarles cuentos a todos. La grabamos y se los pasamos a los chicos. Arrancamos con los cuentos y con el Veredear y Los Reposeros, con abuelos y nietos.
-¿Cómo surgió Funes Lee?
-Había presentado varios proyectos y un día me desperté como (el humorista televisivo Peter) Capussotto y dije “Funes Lee”. Fui a ver a la secretaria de Educación (Graciela) Di Brino, quien tiene una escucha y una polenta bárbaras, y nos apoyó. Con Funes Lee nos proponemos que los chicos agarren los libros y que la lectura entre. Los chicos leen y les gusta, pero después no siguen. Nos cuesta mucho conseguir sponsors para el programa. Tenemos más apoyo de la gente de a pie que de algunas empresas. Hay gente que dice “los chicos no leen” y hay desarrolladores inmobiliarios que hacen barrios para que vengan las familias con chicos, pero que no apoyan Funes Lee.
-¿Cuál es la idea del programa?
-La idea es potenciar la lectura del libro en diferentes lugares: conocer a los autores, quién puede serlo, entender que una fotocopia no es un libro sino un insulto porque nadie se enamora de la lectura leyendo una fotocopia, es como jugar al fútbol con ojotas. ¿Cuántos escritores habría si sólo leyéramos fotocopias? El libro es caro, pero el helado es más caro. El problema es que dejamos de leerles a los chicos y leerles es un acto de amor, recuperar la charla, mirarnos a los ojos y escucharnos. Tenemos adultos que piden gestionar las emociones, pero sólo gestionan el enojo. Un hombre me pregunó qué podía leer sobre el enojo: bastaría con leer “Príncipe y mendigo”.
-¿Qué opinás del intento de derogar la Ley del Libro?
-Formo parte de la Cámara del Libro y esto forma parte de la Ley Bases. Esta ley también se llama “helicóptero” porque salió cuando se iba (el expresidente Fernando) De la Rúa. Con Menem hubo una ley que permitió vender libros en los supermercados, pero como no es su principal negocio había algunos que vendían los libros a un precio irriosrio, más baratos que las librerías, que provocó la quiebra y el cierre de muchas de ellas. Con la Ley del Libro se estableció que el precio de tapa del libro es fijado por las editoriales y no se puede hacer una rebaja mayor del 10 por ciento, en casos excepcionales como una compra comunitaria en una escuela. La ley permitió surgir a muchas librerías de barrio y nuevas editoriales a partir de 2003.