“Funes era un montón de tambos” recuerda el presidente del club homónimo, Oscar Arregui, de 79 años, a quien todos aquí conocen como el “Vasco”. Chomba violeta, vaquero, mocasines negros, campera negra con vivos amarillos y verdes -los colores del Club Funes- una boina vasca negra y su bastón inseparable, el Vasco habla lo justo sentado en una mesa del bar de la institución de 104 años, fundada el 20 de junio de 1920, frente a la estación de trenes de la ahora ciudad, junto a su esposa, Irene. “Esto era el camino Real, que iba a Buenos Aires y hasta el Alto Perú, por eso todos los frentes de la casas miraban para este lado” revela el Vasco sobre las antiguas y encantadoras casas de la calle del fondo,que miran hacia la estación de trenes, como la sede del club, que ahora tiene su frente hacia la calle Santa Fe.
Nacido el 12 de octubre de 1944 en Rosario, Oscar es hijo del tambero José María Arregui y del ama de casa María Rosa Scoccia. “Mi padre tenía un tambo atrás del Liceo (Aeronáutico Militar de Funes). Esto eran todos tambos, ahora no se ve una vaca ni en fotos. Era el pueblo y tambos, había muchas vacas”, resume el Vasco su postal de antaño.
–¿Cómo era Funes entonces?
–Primero llevaban la leche en jardinera a Rosario y después la empezaron a llevar en tren.
–¿Cómo era el trabajo en el tambo?
–Se levantaban a las dos de la mañana y empezaban a ordeñar a las tres, todos los días.
–¿Trabajaban de lunes a lunes?
–”Las vacas dan leche los 365 días del año. No tienen sábados ni domingos” les decía mi padre a los peones.
–¿Tu mamá también trabajaba en el tambo?
–No trabajaba en el tambo, donde estaban mi padre y los peones, pero ella trabajaba en la casa donde cocinaba para todos. Empezaban a ordeñar a las tres de la madruga y a las siete y media mi mamá les hacía un bife con papas fritas y huevos fritos, era una especie de almuerzo. A las 11 dormían una siesta y después seguían trabando a la tarde.
–¿No tenían ningún día franco?
–Ninguno. Cuando éramos muchachos mi padre nos decía a todos: “Ustedes vayan adonde quieran, pero a las dos de la mañana tienen que estar acá para ordeñar a las tres”.
–¿Cómo era la vida en aquellos años?
–Estaba el doctor Abel Faust, muy amigo de mi papá, que era el único médico del pueblo, que salía todos los días en su bicicleta a visitar a los enfermos. Cuando llovía mi papá le prestaba el sulki hasta que el día en que tuvo auto y también se lo prestaba. Era todo muy distinto. Mi padrino vivía en Carcarañá y demoraba una hora en llegar a Funes con el auto, por el camino de tierra. Cuando mi papá venía al club se vestía de traje y corbata. Un día mi papá dejó el auto frente a la estación (de trenes) y cuando salió no estaba. Se lo había llevado el doctor Faust porque estaba apurado para visitar a un enfermo en la Estancia Rosetti. Al otro día apareció el doctor y le devolvió el auto. Al auto lo dejaba con la llave puesta. ¿Para qué se la iba a llevar?
–¿Cómo era el Club Funes cuando eras pibe?
–A los chicos no nos dejaban hacer nada. Jugábamos al fútbol o al metegol, pero si gritábamos un gol los grandes te retaban porque estaban jugando al truco.
–¿Cuándo empezaste a ser dirigente del club?
–En 1990 fui vicepresidente, pero después se me mató un hijo con la moto y se me murió otro, que se enfermó, así que dejé de venir hasta que en 2017 vine a cenar al club, me pidieron que volviera y me gustó. Era un sábado y volví el jueves a una reunión donde era el que más hablaba. Me ofrecieron ser presidente en 2018, así que volví con una condición: acá al que no sirve lo rajo.
–¿Por qué volviste al club como presidente?
–Yo trabajo por los chicos. Vengo de lunes a lunes y voy a ver todos los deportes de los chicos, en los que tenemos buenos profesores, si no los chicos no vienen y los padres no se enganchan. Por ejemplo en vóley las categorías Sub 16 y Sub 18 no perdieron un partido y la Sub 21 sólo perdió dos. En patín llegamos a competir a nivel continental. El otro día veía a los chicos de cuatro años cómo se abrazaban cuando jugaban al fútbol y le hicieron un gol a un arquero grande, que era uno de los padres, y me emocioné. En patín hay mellizas, en vóley hay trillizas y también hay una nena que besa la pelota antes de sacar.
–¿Los padres y las madres colaboran en el club?
–Trabajan mucho. El año pasado fueron seis días a un torneo de vóley en Córdoba. Fuimos el único club de Santa Fe que participó porque tuvimos que pagar el colectivo, la comida y todos los gastos. Y lo mismo hicimos con el patín cuando fuimos a torneos en Buenos Aires, San Juan y Paraguay.
–¿Cuáles son tus sueños?
–Mientras no me echen voy a ser presidente y voy a seguir trabajando con los chicos hasta el último día. El club es el tercer hogar: primero la casa, segunda la escuela y tercero el club, el lugar donde se hacen amigos. El otro día una nena le dijo a la madre: “Vamos a ver al abuelo”. «Vos no tenés abuelo», le contestó la mamá. “Pero al abuelo Vasco”. Y a otra nena le preguntaron en la puerta cómo se llama el presidente del club: “No sé, pero le dicen el Vasco”.