El presidente Juan Manuel Santos pasará a la historia, y lo merece. El acuerdo de paz con las Farc debe ser apoyado, y seguramente este domingo será ratificado con amplitud en las urnas por los colombianos. Pero Santos es un político pragmático y ambicioso con mucho sentido del timing. Por esto organizó un acto de impacto mundial el lunes pasado, 26 de septiembre, a solo seis días de que la ciudadanía colombiana decida en las urnas si avala o rechaza el acuerdo de paz, o sea, el objeto de celebración de ese acto. En términos de campaña electoral, Santos "les tiró encima" el acto, con presencia ecuménica y cobertura global, a los electores colombianos. Solo le faltó advertir: "Cuidado colombianos, que si gana el «no» hacemos un papelón mundial sin antecedentes". Hubiera sido más lógico y sobre todo más honesto hacer el acto de Cartagena de Indias una semana después y no una semana antes del referendo. El resultado electoral no tendría, como tendrá ahora, el sello de la presión del hecho consumado desde el máximo poder del Estado. Pero Santos hace política, conoce a su país y sabe de encuestas. Estas daban un resultado demasiado ajustado hasta hace poco. El adelantamiento del acto de Cartagena con el tono de lo irrevocable y lo ya decidido tiene así un objetivo nada inocente. Porque si de aprobar acuerdos se trataba, con lo firmado en La Habana _un documento titulado "acuerdo final"_ era más que suficiente. Allí estaban tanto las firmas de Santos y Londoño como todos los capítulos del texto vuelto a refrendar en Cartagena.