"La Virgen me salvó", exclamó el dictador chileno Augusto Pinochet después del fallido atentado ejecutado en su contra por un grupo guerrillero hace 30 años, que pudo haber cambiado la historia política del país. Era la tarde del domingo 7 de septiembre de 1986 cuando Chile se paralizó tras escucharse por algunas radioemisoras que Pinochet, quien una vez dijo que Dios lo puso en el poder, había sido víctima de un ataque terrorista.
Sus atacantes eran una veintena de jóvenes preparados militarmente en Cuba y pertenecientes al izquierdista Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), el brazo armado del entonces ilegal Partido Comunista (PC).
Pinochet, acompañado de su nieto Rodrigo García Pinochet, de diez años, regresaba como cada domingo desde El Melocotón, donde tenía una de sus residencias de descanso, en las faldas de la cordillera de Los Andes, unos 40 kilómetros al este de la capital chilena. La comitiva del dictador, integrada por una decena de vehículos, casi todos blindados, y con una escolta militar fuertemente armada, hacía su rutinario descenso a Santiago cuando fue emboscada por los atacantes, que atravesaron una casa rodante para impedirle el paso por la ruta que discurre entre un cerro y una quebrada profunda.
Las balas de los fusiles M-16 y los estruendos de los cohetes antitanque LAW sorprendieron a la caravana. En el ataque murieron cinco de sus escoltas y 11 resultaron heridos. Muchos de los que seguían las noticias no creían lo que escuchaban: ¿Cuesta Las Achupallas? ¿No será "La Cuesta Creerlo"?, decían con algo de humor, al recordar uno que otro montaje elaborado por la dictadura para desviar la atención del descontento de los chilenos.
Algunas horas después, la incredulidad dio paso a la realidad de lo que había ocurrido, cuando Pinochet apareció en la televisión con su mano izquierda vendada.
Frente a las cámaras elogió la pericia de su chofer, quien pudo salir de aquel infierno y regresar sano y salvo a su jefe hasta El Melocotón, mientras sus atacantes escapaban ilesos hacia Santiago y con la creencia de que habían matado al dictador.
Sin embargo, la llamada "Operación Siglo XX", con la que el FPMR iniciaba la guerra contra el régimen, había fracasado rotundamente. La impericia de sus ejecutantes en el uso del armamento y la discutida calidad de éstos habrían sido las causas del revés.
Pinochet se sentía un protegido por Dios. Según algunas versiones periodísticas de la época, el salir apenas rasguñado del atentado se lo debía a la Virgen. "Ella me salvó la vida", según dijo, mientras mostraba esa noche a las cámaras de televisión su auto con los vidrios astillados por los disparos, en uno de los cuales se dibujaba una imagen algo difusa de la Virgen según su descripción y la de sus asesores.
Feroz venganza. Además de declarar el estado de sitio en el país, la dictadura y sus servicios secretos iniciaron esa misma noche una feroz cacería para vengarse de la muerte de los cinco escoltas en el enfrentamiento.
El periodista José Carrasco Tapia, un conocido dirigente gremial de prensa y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fue sacado a la fuerza por "desconocidos" del departamento que compartía con su familia. Horas más tarde, su cuerpo aparecía al costado de un cementerio capitalino, acribillado con 14 balazos. Otras tres personas, también de filiación izquierdista, corrieron la misma suerte.
Tiempo después, varios de los participantes en el atentado fueron detenidos, sometidos a juicio por la Justicia militar y encarcelados. Algunos de ellos lograron escapar de prisión, mientras Pinochet era derrotado en el plebiscito el 5 de octubre de 1988, que dio paso un año más tarde a la celebración de las primeras elecciones libres después de casi 17 años de dictadura militar (1973-1990).
Con la elección del democristiano Patricio Aylwin como presidente, se inició el 11 de marzo de 1990 el período de transición a la democracia. Pinochet falleció a los 91 años por problemas cardíacos el 10 de diciembre de 2006, misma fecha en que coincidentemente se conmemora el Día Internacional de los Derechos Humanos. Durante el período dictatorial, unas 38.000 personas fueron torturadas, desaparecidas o ejecutadas, según informes oficiales elaborados después de la restauración de la democracia.
Carlos Dorat / DPA