El título de esta nota parafrasea el nombre con el que se conoció el informe para la Unesco elaborado por la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, presidida por Jacques Delors en 1996. Allí se destaca la definición de cuatro pilares de la educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser / estar. Se subraya el papel democratizador de la educación no formal, así como su capacidad de mantener un grado de actualización en tiempo real con el desarrollo de nuevos conocimientos y tecnologías. En esa dirección, el documento señala que “las tecnologías de la información y de la comunicación podrán constituir un auténtico medio de apertura general a los campos de la educación no formal, convirtiéndose en uno de los vectores principales de una sociedad educativa en la que las distintas fases del aprendizaje se piensen de modo radicalmente nuevo”. (Unesco 1996 Informe Delors. La educación encierra un tesoro).
Ya en 1967, en el marco de la Conferencia Internacional “La crisis mundial de la educación”, realizada en Williamsburg (Virginia, EEUU), se estableció la importancia y el avance de la educación no formal, como herramienta para el fortalecimiento de la sociedad civil y la democratización del conocimiento.
Hoy, más de medio siglo después de esos primeros enunciados públicos a nivel global, la realidad pone en evidencia el enorme crecimiento de las prácticas de educación no formal en todo el mundo, en todas las clases sociales, en todas las culturas. Ese permanente crecimiento y diversificación se ha visto incrementado con la aparición de nuevos modos de comunicación y de subjetivación, nuevos modos de estar en el mundo. El mundo se ha achicado, las certezas de antaño se han convertido en incertidumbres, nuevas identidades, nuevos cuerpos, nuevos vínculos son hoy mediatizados por las redes sociales, la intimidad trocó por la extimidad, los algoritmos regulan nuestros apetitos y nuestras decisiones; nuevos códigos, nuevos conocimientos y nuevas habilidades nos desafían a diario. Buscamos nuevas fuentes de aprendizaje. Los decisores nacionales y subnacionales, y también los organismos internacionales prestan atención a ese crecimiento. La propia Unesco se ha pronunciado recientemente al respecto volviendo a instalar a la educación no formal en el centro del debate.
En 2015, la Unesco estableció los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En ese marco, en 2020 publicó el informe “Educación no formal, desarrollo sostenible y la Agenda de Educación 2030: estudio de prácticas de la sociedad civil en América Latina y el Caribe”, donde se exponen los avances que la educación no formal ha tenido en los países de la región y que han contribuido, de ese modo, al cumplimiento de la meta 4.7. de aquellos Objetivos de Desarrollo Sostenible; en ella, se propone “garantizar, para todas las personas, la adquisición de los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible mediante la adopción de estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial, la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible”.
Cabe preguntarnos qué hemos hecho en pos de tales objetivos. En rigor, la respuesta sería: mucho se ha hecho, aunque no lo suficiente. Pero antes que avanzar con lo transitado y lo por venir invito a reflexionar por qué decimos que la educación no formal encierra un tesoro.
La educación no formal es el encuentro de quien desea aprender con alguien que domina un saber hacer, un conocimiento en acción, que tiene un vínculo afectivo fuerte con ese objeto de conocimiento y está dispuesto a compartirlo y acompañar a quien desea aprender para lograr la expertiz necesaria, participando así de ese amor al objeto de conocimiento. Orientador y aprendiente construyen, entonces, un triángulo amoroso que es, en este caso, un triángulo virtuoso con ese objeto, con ese hacer.
Sobre esa base se edifica una red de relaciones que habrá de focalizarse en el interés del aprendiente, apoyado en su deseo de aprender, en su curiosidad y en su voluntad. Cada actividad se transforma en un nuevo desafío, el orientador actúa sobre la singularidad de cada aprendizaje. La intervención circunstancial y oportuna del orientador ayuda al aprendiente a resolver el problema en cada desafío singular; en la enorme mayoría de los casos, esa observación del orientador va acompañada de la pregunta o la explicación oportuna para lograr una real comprensión para el dominio de una habilidad, de un movimiento, de una posición, de una expresión. De ese modo se logra, la mayoría de las veces, aunar acción y reflexión focal y eficaz. Asociado con ello se articula otro rasgo de la educación no formal, que es la explicitación de los objetivos de logro en cada paso. Ambos actores son conscientes que es necesario aprender algo específico: un gesto, un brillo, una opacidad y el esfuerzo de ambos estará dirigido al logro que se espera alcanzar; el “para qué” nunca está ausente del aprendizaje.
El tiempo opera como horizonte, como escenario y como recurso; se asigna y se ajusta de modo flexible a las necesidades y a las exigencias del arte que se pretende dominar y puede, eventualmente, intensificarse o dilatarse según sean las necesidades. El espacio en la educación no formal es un espacio - escenario, adecuado a las características de la actividad. El escenario subjetiva a los actores. No es necesariamente un escenario rígido. Hay ocasiones en las que, si es necesario, la actividad y la oportunidad establecen el marco haciendo que la escena construya el escenario, sus alcances, sus rasgos y sus propios límites. La educación no formal se centra en el hacer, en la resolución de problemas a través de la acción y la reflexión; por ello, involucra el cuerpo de aprendientes y orientadores, contribuyendo a construir corporalidades acordes al conocimiento y las habilidades que se aprenden en ella. La flexibilidad aparece en las dinámicas singulares del proceso de aprendizaje. La relación dialógica entre los actores participantes enriquece la propuesta, la autoestima y autoconfianza.
Las funciones de la educación no formal abarcan un extenso y variado arco; entre ellas, la formación profesional y la capacitación laboral, la ampliación sociocultural, la formación ciudadana, la educación para la salud, para la estética, para la seguridad; pero también como estrategia de complementación de la educación formal. Estas funciones permiten prolongar la educación y ampliarla. La conjunción de estos rasgos constituye una de sus fortalezas: la ubicuidad. Este aspecto está asociado con la idea del aprendizaje continuo; todos y cada uno, aprendemos durante toda la vida, lo cual resulta imprescindible en un mundo cada vez más exigente, más permeable, más cambiante y más incierto. Pero, además, tal ubicuidad se relaciona con la oportunidad en la que cada uno requiere aprender un conocimiento determinado y, también, la disponibilidad del acceso a los espacios reales o virtuales en los que se proponen esos aprendizajes.
Es pertinente resaltar la importancia que tiene esta práctica para democratizar el conocimiento, para potenciar el empoderamiento de toda la población en los diversos niveles sociales y para todas las edades. La ley de educación nacional 26.206, al igual que todas las leyes provinciales de educación, le asignan a la educación no formal un lugar de gran relevancia. Por su parte, el Consejo Federal de Educación ha acordado que la formación de los docentes de educación formal de todos los niveles y jurisdicciones debe incluir la construcción de saberes sobre el planeamiento, la coordinación, ejecución y evaluación de experiencias de educación no formal.
Son destacables las acciones que los estados provincial y municipal impulsan a través de sus propuestas de educación no formal, así como también los esfuerzos de organizaciones de la sociedad civil y un sinnúmero de particulares. Es preciso avanzar en una mayor coordinación intergubernamental e intersectorial, en la identificación de la inversión (pública y privada) en educación no formal, en la profundización de su análisis conceptual para su mejora continua, así como promover la difusión que aliente la exposición y el intercambio de experiencias. Por todo ello es que podemos afirmar que la educación no formal encierra un tesoro.