“Están matando a nuestros pibes, y eso duele”, escribí hace casi un año y el dolor no desaparece, ni se cura.
Dibujo: Chachi Verona
“Están matando a nuestros pibes, y eso duele”, escribí hace casi un año y el dolor no desaparece, ni se cura.
Las ausencias en esas familias no se puede reemplazar, ni me atrevo siquiera a decir que las entiendo. Seguramente a ese dolor no lo comprendo, ni lo siento, ni lo puedo dimensionar.
Pero esas ausencias en nuestras escuelas son bancos, sillas, mesas, espacios vacíos... Son voces que no volveremos a oír, historias que no volveremos a escuchar, ni tendrán finales felices.
Y con esas muertes se van esas pibas o esos pibes, que eran sin dudas desafíos, como los que asumimos día a día cuando intentamos habitar esos espacios, esos únicos espacios donde ellas y ellos quizás por primera vez se sienten reconocidos, son alguien.
Por eso nos duelen, porque nosotros apostamos sin juzgar y sin recordar cuántas veces sentimos fracasar; o sin mirar hacia atrás y repasar a quienes ya no están. A nosotros nos duelen todas y cada unas de esas vidas que ya no están, que terminaron mal porque quizás solo nosotros apostamos a ellas o ellos.
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Me tomo el atrevimiento de escribir por quienes seguimos imaginando para esas pibas y esos pibes un mundo diferente y no ideal, por quienes nos cansamos hasta las lágrimas de buscar nombres de nuestras pibas y nuestros pibes cada vez que aparece un “urgente” o un “último momento” en algún noticiero o una red social, por quienes tenemos la posibilidad —a pesar de las heridas y los finales truncos— de seguir teniendo nuevas oportunidades de construir finales diferentes juntos a esos jóvenes que quizás llegan a la escuela con la excusa de un mate cocido, un bizcocho, una beca o simplemente un lugar donde les enseñe que ellos “sí pueden” o “les corresponde”. Por quienes seguimos reclamando el acceso a los derechos, sabiendo que para los gobiernos eso es parte de los discursos de las campañas y que los funcionarios parece que no hubiesen pasado nunca por las escuelas. O si lo hicieron olvidaron mágicamente su pasado.
Ojalá no sigamos sumando nombres en esa lista, ojalá logremos que la empatía nos inunde, ojalá no nos sigan matando nuestras pibas y nuestros pibes. Porque nos sigue doliendo, y ese dolor nos inunda.
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