Primero fue de forma virtual. En 1999 José Saramago estuvo en Rosario a través de una
videoconferencia recibida simultáneamente en la ciudad, Córdoba y Buenos Aires. Y hubo que esperar
cinco años para que se concretara su visita. Fue entre el 17 y el 20 de noviembre de 2004, cuando
llegó como invitado para participar en el III Congreso Internacional de la Lengua Española.
Pero la actividad de Saramago no se limitó al evento que organizaba la Real Academia Española
con el gobierno nacional. También estuvo en el Normal nº 2, en la entrega de los premios de un
concurso de literatura organizado por el Ministerio de Educación de la Nación. Setenta chicos de
distintas provincias fueron entonces sus interlocutores. “Escuchaba el Himno Nacional
Argentino y me preguntaba si durante la dictadura se seguía cantando —dijo—. Y como sé
que fue así pensé que hay que tener mucho cuidado con las palabras. Porque en ese tiempo, la
palabra libertad tenía dos sentidos: para ellos era libertad para matar y para torturar. Los que
contra ellos luchaban la usaban para resistir, para salvar la dignidad del pueblo argentino. Las
palabras no son ni inocentes ni impunes. Hay que tener muchísimo cuidado con ellas”. Y antes
de despedirse agregó: “Por favor no repitan las palabras por inercia, porque eso es mortal.
No inmediatamente en el cuerpo pero sí en el espíritu. Pensamos con palabras y tanto mejor pensamos
cuanto más palabras dominamos y sentimos”.
El sábado 20 visitó inesperadamente el Congreso de LaS LenguaS, que se realizaba en el Centro
Cultural La Toma, en paralelo con el Congreso de la Lengua Española. “Si hay una posibilidad
para América latina es que emerjan de la profundidad hacia la superficie las costumbre, idiomas y
culturas de las comunidades indígenas”, afirmó ante unas 700 personas. “Ellos (los
indígenas) eran los dueños de la tierra. Los idiomas tienen su raíz antes de que hubiéramos llegado
aquí nosotros y creo que cada país tiene la obligación moral de considerar la presencia y la
existencia no sólo de las comunidades indígenas, sino también de sus culturas y de sus
idiomas”, señaló.
Y de allí fue al Teatro El Círculo, para presidir un homenaje a Ernesto Sabato, en el marco
del Congreso de la Lengua Española. “Mi iniciación en el universo narrativo de Ernesto
Sabato, y también en lo que podríamos llamar su cosmos personal —dijo, al comenzar su
discurso—, sucedió hace mucho tiempo, hacia el final de los remotos años 50, cuando, en un ya
desaparecido café de Lisboa, nos reuníamos unos cuantos amigos para hablar de libros en voz alta y
de política en voz baja, por razones que, tanto en el primer caso como en el segundo, no necesitan
mayor explicación” . Y al cerrar: “Hoy, Ernesto, aquí estamos una vez más y ha sido a
mí, escritor portugués y amigo tuyo, a quien le ha cabido el honor inestimable de verse elegido
mensajero, no ya de todos cuantos han venido a Rosario a celebrar los fastos de la lengua
castellana y a ampliar las avenidas de su futuro, sino también de cuantos fuera de estas paredes,
en Argentina, en América, en el mundo, te admiran y respetan, leen tus libros, escuchan tus
palabras y contigo mantienen el mejor de los diálogos, el de las conciencias”. Palabras que
pueden extenderse al propio Saramago y a la experiencia de los lectores que supo conquistar.