Casi una decena de libros y treinta años de ejercicio de la poesía preceden Canódromo, la última obra de la poeta y traductora argentina Bárbara Belloc. Canódromo confirma la constancia de un estilo personal, pero se trata de una fidelidad dinámica, pues le permitió experimentar, sin rupturas espectaculares, una evolución purificadora del lenguaje poético. Belloc vino así afinando sus medios expresivos, de tal manera que en este poemario las virtudes que la definían se muestran en plenitud: la rica inventiva metafórica, la diafanidad en el trazado del verso, la coherencia estructural y del significado y equilibrio sintáctico del conjunto: su ritmo. Unidad de estilo y una identidad personal que ha hecho de sus palabras un lenguaje identificable, en esta nueva oportunidad, a través de una serie de mitologías caninas sui generis. “Nacida para morir/ (no por decir, porque es un hecho)/ siento tu cuerpo/ la vara del helecho que se abre/ la Vía Láctea”. El peso emocional que contienen algunos poemas no ha desequilibrado su desarrollo. La palabra fluye como dotada de una palpitación rítmica de acordes lentos. Es de señalar, por otra parte, el mérito de Belloc –poco común en la copiosa producción poética de estos días– de no apelar a imágenes generales, de tipo estándar, ni a simbolismos de uso convencional: por la sencilla y a la vez complicada razón de saber crear los propios. Versos concentrados, que despliegan con ojo avizor y oído atento, capas y más capas de sentido, atravesados por una variada zoología animada: osos, ciervos, liebres, medusas, ratones y, claro, perros. En ese sentido, se trata de un libro conceptual, cuyo código de lectura múltiple, se enriquece y potencia tras cada atenta relectura. Poesía que indaga, examina y trae a superficie desde el fondo del océano de la lengua, el pulso preciso, su latido mutante.
Así, en Canódromo se experimenta un proceso de creciente intensidad y depuración. Una voz proyectada desde el sentimiento de la existencia y, a la vez, abierta a una sutil función especulativa. Esta síntesis se resuelve mediante un lenguaje accesible de tono elíptico y lograda transparencia hermética (válgase el oxímoron). No obstante la estructura aparente inorgánica de los poemas, éstos se presentan como construcciones sólidas y con sus partes ensambladas en fluida solución de continuidad. “Ramas del nogal/ cargadas de nudos,/ estrellas que brillan/ noche y día, cada cual/ su suerte, verte es/ todo el tiempo en todas partes/ y tenerte agua que se escurre/ entre mis dedos”. La poesía es instauración por la palabra y en la palabra. En el procedimiento formal de Belloc, el comienzo de cada poema asume una expresión neutra, pero en su desarrollo va adquiriendo una fuerza y una vivacidad acorde con las múltiples aventuras del sentido.
200 perros, los escuché una noche.
Mentalmente no podía tomar nota de la partitura,
sentimentalmente miraba la luna llena con cara de liebre,
observando medio mundo simultánea e instantáneamente,
próxima la Madre de los Metales, opaca y poderosa, en
combustión mi corazón salvaje, en espíritu, la palmera
transparente.
Un hombre llamado Ovidio, autor de una tragedia en latín
de tema contemporáneo, actual, que no se conserva
(Medea), escribió que toda turba, multitud animosa o jauría
es cupidine pedae, expresión que puede traducirse como
“presa del deseo de predar” y “Cupido de las presas”.
Un poeta ruso del siglo XX al fin entendió que una mujer
tiene amor, y por ese amor busca amantes.
Un poeta conocido antes en occidente como Li Po, y ahora
como Li Bai, Li Bo, Taibai y Li Tai-bai cantó, en el ápice
puntiagudo de la edad dorada de su civilización y bajo el
influjo (hsien, el lago sobre la montaña) del vino, sub rosa,
es decir, por obra y gracias de los perpetuos oficios de
Horus, dios del silencio en todo otro tiempo y lugar, el cielo
borracho y entintado, papel de calcar y encima papel
secante, estos dos versos inmortales:
¿Qué hay que pensar?
¿Qué hay que dudar?
El poeta cantaba sus ocurrencias cuando iba por los
caminos aullando en círculos y acercándose a la luna, ebrio
como un perro que roe las piedras para arrancarles el
tuétano , porque así son los poetas: incivilizados, y su oficio
es contra natura.
Y toda la noche, la noche larga, desnuda y enmarañada
como una viña (era la primera vez), mientras la perra con
sangre de coyote llamaba a su manada en la montaña más alta como una metafísica, como una diosa desatada, como
cuando las montañas volaban, yo temblaba de frío al pie de
la tierra negra, en el valle hondo como cráter, y para
consolarme mezclaba en mi recuerdo lo que perdí con lo
que quise abandonar, como un ratón a su madriguera
separa los granos distintos en parvas distintas, yo mezclaba.
Clamando al cielo de la pampa
“santo santo santo” pasaron
las nubes, pasó mi hora, pasaste,
mi pasado pasó sin dejar rastro,
sin seguir huella, llegaron santas
las estrellas.