A veces la ciudad es una trampa y todas las puertas para huir están cerradas con llave.
Hace calor. Los colectivos avanzan sin piedad sobre el asfalto hirviente. Hay que llegar, hay que
llegar a alguna parte. A cualquier parte. El trabajo, el banco, el médico, rápido a casa que los
chicos tienen hambre, ¿pasaste por el súper? A veces la ciudad es una trampa y la belleza
–ese relámpago– se toma el día franco sin pedirnos permiso.
No hay razón alguna para seguir aquí ni para querer seguir aquí y ese
oscuro sentimiento es compartido por todos. Pero todos agachamos la cabeza y seguimos. El infierno
es cierto, dijo el gran poeta italiano Eugenio Montale. Damos fe. Es cierto y quema bajo nuestros
pies, se incendia a nuestro lado.
En alguna parte, oscura y fresca, late sin embargo el amor. Aunque no sea ni
haya sido jamás para nosotros, sabemos que está allí y los que aún estamos vivos lo buscamos. Los
que aún estamos vivos y no tenemos miedo.
A veces, la ciudad es una trampa. Pero hay una puerta.
Está dentro nuestro.