Tradicionalmente era al revés. Pero como pocas veces, ahora la pelea política que acompaña la transición institucional atiza una intensa puja distributiva. El cierre de la persiana para la venta de dólar ahorro y la demencial remarcación de precios de las últimas dos semanas son dos expresiones económicas, claro que de muy distinto calibre, de la disputa por la foto final del cambio de ciclo.
La escasez de dólares y la crisis social se constituyeron en la línea argumental más fuerte del equipo de Mauricio Macri para amortiguar el costo del ajuste prometido durante la construcción de su movimiento político. El anuncio de una fuerte devaluación en plena campaña apuntó a profundizar un escenario de tensión que presentara como inevitable el trastocamiento de la pax económica que se fue construyendo luego de la devaluación de 2014, el ataque de los fondos buitres y corrida cambiaria de fin del año pasado.
El plan de cebar las expectativas de los agentes con capacidad de dolarizarse y de fijar precios tuvo éxito. Tanto que comenzó a comprometer la victoria, como puede inferirse del llamado a silencio de los economistas en la recta final de la campaña y del derrumbe que experimentó finalmente en las urnas la amplia ventaja que mostraban las encuestas.
Ya con la victoria en la mano, los actores económicos a los que se había convocado a desplegar sus instintos fueron por sus fueros. Y en el marco de una transición a cara de perro juegan con fuego en pleno diciembre, con todo lo que eso implica en este país.
En la loca lucha por la imagen final del recambio, el gobierno electo logró la foto que quería de un gobierno saliente trabando el sistema de autorización de compra de dólares. Independientemente esto de la discusión racional sobre los motivos y las alternativas para enfrentar la restricción externa.
Más complicado se le tornó manejar las expectativas de precios, que según las consultoras independientes llevó casi a duplicar en un mes la tasa de inflación que se había estabilizado desde fines del año pasado. Más allá de las explicaciones capciosas o de naturaleza casi religiosa, no hay economista, ni empresario, ni político, ni organización de defensa del consumidor que pueda considerar científicamente que esta ola de remarcación tenga otro motivo que anticiparse (no como mecanismo de cobertura sino de maximización de utilidades) a la devaluación anunciada por los economistas de Macri. Esta semana, un analista de peso en el sector agropecuario, sugirió al nuevo equipo económico apurar definiciones para evitar que los incrementos se comieran los efectos positivos que traería a los agronegocios el salto cambiario. También entidades tamberas denunciaron la suba sin sentido de los valores de sus insumos.
En este terreno, la protesta contra la falta de control de la administración saliente se pierde en una chicana efímera. El programa macrista fue enfático en la promesa de desmantelar los controles. Ese plan ganó y los empresarios que suben precios actúan en función de esa expectativa. A días del cambio de gobierno, son totalmente indiferentes a la administración que instrumentó un sistema de control al que siempre combatieron.
La foto de la escasez de dólares le da aire al programa de Cambiemos. La de la suba descontrolada de precios pone a prueba su capacidad de ordenar los instintos primitivos de acumulación de su propia tropa. El marketing no sustituirá por mucho tiempo a la política, en este caso. Así como hizo con el ministro de Ciencia y con programas claves del kirchnerismo, no estaría de más que también tomara prestado de la presidente saliente una pizca del tono de amonestación de Cristina para mostrar autoridad. Porque el impacto directo de la falta de dólares es alto en un sector activo pero minoritario de la población, mientras que la feroz transferencia de ingresos que implica un golpe inflacionario tiene una propagación masiva.
Y desde el jueves será su problema, más allá de cualquier disfraz. El secretario general de la CGT opositora, Hugo Moyano, ofreció a cambio de posicionarse como interlocutor del nuevo presidente, comprar el argumento de que "esta devaluación es de Cristina". Es una apuesta fuerte. Esta misma semana hubo seccionales de Camioneros en las que dejaron entrever el reclamo de mayor decisión a la hora de negociar los bonos de fin de año. Como hizo Cristina con Caló, desde el macrismo piensan en Moyano como aliado de un pacto social que, a cambio de un guiño en Ganancias, eche en las paritarias un ancla salarial contra la inflación. Algo parecido a lo que hizo el gobierno en 2014, pero en el marco de un mayor compromiso con las empresas. El designado ministro de Trabajo, Jorge Triaca, ya puso la productividad sobre la mesa. Seguramente no será el mismo mecanismo pero cualquier sindicalista podrá recordar que el decreto de Domingo Cavallo que condicionó la negociación salarial a una fórmula de productividad, durante los 90, sepultó las paritarias por una década. La designación de gerentes de recursos humanos en la cartera laboral es un indicio potente de que no habrá neutralidad. Cualquier trabajador en relación de dependencia sabe cómo se mide el éxito de esas oficinas patronales.
Como sea, y sobre todo por el entramado institucional que resultó del largo año electoral, la capacidad de conducción y negociación política tendrá la última palabra. Es de esperar, en ese sentido, que Mauricio Macri no haya mostrado todas sus cartas todavía y se muestre capaz de ordenar la puja dentro del propio conglomerado victorioso.
En este sentido, la sorpresa que le dio el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, al fallar a favor de tres provincias opositoras en el juicio contra la detracción de fondos coparticipables da cuenta de la imprevisibilidad de esa coalición. Los efectos del fallo fueron amplificados de volea por Cristina cuando lo extendió a todos los distritos. Un gesto a los gobernadores justicialistas pero también a los de ciudad y provincia de Buenos Aires.
La recuperación de la coparticipación histórica consolida la posición de los mandatarios como actores relevantes de esta nueva etapa. Un dato que quizás no sea tan malo para el nuevo gobierno, que ya puso a trabajar a una de sus mejores espadas económicas, Rogelio Frigerio, para estrechar lazos. Si bien la primera reacción fue lamentar la pérdida de fondos que significará el fin de la detracción del 15 por ciento para el gobierno central, el cambio de escenario tiene su contracara. Permitirá reducir el peso de la "coparticipación discrecional" de subsidios, aportes del tesoro, obras y ayudas de distinto tipo que en los últimos años se convirtió en un sistema paralelo, e inverso, al reparto histórico acordado entre Nación y provincias. En ese sentido, tendrá margen para transferir, junto con los recursos, responsabilidad. Por el lado del gasto, pero también de los tributos. Un caso para tener en cuenta en Santa Fe, donde hay grandes bolsones de riqueza que no pagan o pagan sumas irrisorias por impuestos provinciales.