¿Sos consciente de todo esto?, le pregunté casi como increpándola. Ella me miró y sonrió tímidamente. Ocurrió el sábado pasado en las escalinatas de Plataforma Lavardén, donde nos encontramos de casualidad. Estaba contenta de haber conocido a mis hijas, quienes se sintieron cómodos con esa mujer que les hablaba de igual a igual. La tomaron de sus dos manos y tuvieron el privilegio de ser guiadas por la “inventora” de todo lo lindo que habían disfrutado en las vacaciones de invierno. Chiqui González, la ministra de Innovación y Cultura, es la principal responsable de convocar a 130 mil personas a transitar por espacios públicos durante el pasado receso invernal. Más de un chico volvió a clases con la sonrisa de haber disfrutado, explorado, experimentado, aprendido jugando. A sentirse integrantes de una ciudad que los incluye y respeta en un mundo que los espera con sus hostilidades. Este “milagro” no es obra de la divinidad. Es el resultado de la inversión desde el Estado santafesino y municipal, pero con el valor agregado de la creatividad. Son recursos de todos nosotros, pero sujetos a un tamiz de calidad artística que a más de un funcionario porteño le gustaría mostrar en los spots de Macri. Es la incorporación del patrimonio cultural que vive en nuestros artistas, payasos, titiriteros, fileteadores, restauradores, artesanos, y puesto al servicio de la gente. Seguramente es “otra” forma de entender lo popular, muy distinta de la desesperación de otras gestiones de buscar eco en lo masivo. Muy distinto de lo que consultores y asesores les dicen al oído a los políticos para “llegar a la gente”. Una propuesta diversificada y orientada a los más chicos, donde, como dijo la propia Chiqui, “estalló lo público”. En plena tarde de este gélido fin de semana, mis hijas la miraron y le dieron un beso. Creo que todos los papás le debemos un gracias enorme a esta máquina de inventar que hoy ocupa un cargo público.


































