El sector de tierra que los vecinos de barrio Alvear reconocen como villa Caballito volvió a ser sacudido ayer por disparos y una muerte. Fue la segunda en menos de diez días. Oscar Rubén González Franco, inmigrante paraguayo de 41 años, fue ejecutado de un balazo en el rostro ayer, a las 7.30, en una vivienda de Cagancha 3899, en el cruce con Alsina. El hombre esperaba allí a un conciudadano para ir juntos a realizar una changa y ese vecino recibió un culatazo que le provocó una profunda herida en la cabeza. Algunos ocasionales testigos indicaron que los agresores llegaron en un auto de color oscuro y sin patente. "Todo el tiempo pedían que le dieran la plata, querían «la plata»", confió una fuente de la pesquisa. "Preliminarmente estamos hablando de una tentativa de robo, pero hay que seguir investigando", indicó por su parte el fiscal de homicidios Miguel Moreno, presente en la escena del crimen.
Tres hechos graves. Hace poco más de una semana, la mañana del jueves 11 de febrero, en un humilde quiosco ubicado en Ameghino al 4000 _a escasos 100 metros de la escena del crimen de ayer_ Elvio Andrés González, de 32 años, fue ejecutado con un balazo en la nuca (ver infografía). Al ingresar al domicilio donde yacía el cadáver, la policía encontró bolsitas con cocaína y marihuana, lo que hizo presumir que el escenario del asesinato era un punto de venta de drogas. Junto a González fue baleado Luis N., un ex policía dado de baja en 2005 que recibió un tiro en el omóplato izquierdo y otro proyectil le rozó el cuello. "Que (el homicidio) esté vinculado a la venta de estupefacientes sería la posición más fuerte dentro de la investigación a raíz de lo secuestrado y de que los asesinos no han extraído cosas de la vivienda, ni siquiera los estupefacientes hallados por la policía", explicó aquella mañana el fiscal de homicidios Adrián Spelta.
La madrugada anterior Matías Marcelo C., de 29 años, estaba junto a su pequeño hijo de 2 años cuando fueron heridos por una perdigonada en la vereda de su humilde vivienda de Garibaldi al 3900, a dos cuadras de donde mataron ayer a González Franco. "Tuvimos suerte, pero no se puede seguir viviendo así", indicó entonces Matías, mientras su pequeño hijo se recuperaba en el hospital Víctor J. Vilela. En ese caso hubo tres detenidos: Mariano P., de 16 años; Raúl "Chicho" O., de 27; y Miguel Eugenio G., de 21 años y residente en Pérez. Les incautaron un pequeño arsenal compuesto por una escopeta perdicera calibre 16, un revólver calibre 32 corto, un revólver calibre 38 corto y una mochila en la que llevaban una tumbera calibre 14 milímetros, un revólver calibre 32 largo y una bomba de estruendo recubierta con clavos de acero.
Una changa. Oscar Rubén González Franco era oriundo de Enramada, un pequeño pueblo en el centro sur de la Región Oriental de Paraguay, a 350 kilómetros de Asunción y a un par de kilómetros del parque nacional Caaguazú. Tenía nueve hermanos y emigró a la Argentina hace más de 15 años, pero se afincó por trabajo en el sur del país. Era carpintero de obra. Para las fiestas de fin de año llegó a Rosario a visitar a una de sus hermanas y decidió quedarse y afincarse en villa Caballito.
Ese asentamiento nació en enero de 2012 al este de bulevar Avellaneda al 4200, cuando unas 200 familias usurparon tierras pertenecientes al gremio estatal UPCN; a una sociedad formada por los sindicatos de petroleros, de la industria del hielo y del Correo; de la Municipalidad y de un privado. La toma fue notoria a partir de un desaguisado judicial que no terminó en desalojo a pesar de varios chispazos públicos reflejados en los noticieros. Cuatro años más tarde, en villa Caballito la mayoría de las viviendas son de material. Las calles de tierra, un verdadero lodazal tras la tormenta, se asemejan más a callejones forjados por el paso de los carreros que a lo que se reconoce como urbanización. Las alturas catastrales también están a la buena de los vecinos. González Franco vivía solo en una humilde casa ubicada sobre Cagancha, calle paralela a las vías, a 150 metros del buelvar Avellaneda. A cuatro casas, o escasos 50 metros, reside el paraguayo Lario. Su casa de dos plantas es de la más coquetas del asentamiento.
Los últimos pasos. Ayer, pasadas las 7 mañana, González Franco caminó desde su casa a lo de Lario, en el cruce de Cagancha y Alsina. Llevaba puesta su ropa de trabajo porque junto a su vecino iban a realizar una changa. A las 7.30, cuando Oscar estaba en el portón de la casa de su connacional, un auto de color oscuro y sin patente se estacionó en medio del barro. Sin titubear, dos hombres armados bajaron y "apretaron" al carpintero paraguayo forzándolo a ingresar hacia la vivienda de su vecino. Cruzaron un patio arbolado y enseguida gritaron "queremos la plata".
Los maleantes se dividieron. Uno tomó a Oscar y le apoyó la pistola calibre 9 milímetros en la cabeza. El otro fue con Lario. A partir de esa escena el relato de hace confuso. Lo concreto es que quien retenía a Lario le aplicó un culatazo en la cabeza que le ocasionó un importante corte que lo envió al Hospital de Emergencias. Entonces se escuchó una detonación que sacudió al barrio. A González Franco un balazo calibre 9 milímetros le había perforado el pómulo izquierdo con orificio de salida en la base del cuello. Su cuerpo quedó tendido entre la puerta de ingreso a la casa de Lario y el Renault Kangoo del dueño de casa.
Todo fue dolor. El disparo puso en fuga a los asesinos y frente a la casa empezaron a reunirse vecinos y familiares de la víctima. El dolor de ese centenar de personas comenzó a decodificarse en idioma guaraní. "Todo es muy raro. No son choros del barrio. Acá roban en moto y tienen revólver 32 o 38. Pero estos vinieron en auto y con una 9 milímetros. Eso no es joda. ¿Andá a saber qué pensaron estos tipos? A lo mejor creyeron que el vecino era contratista de obra y tenía dinero. Le han dado mal el dato, andá a saber que fue lo que venían a buscar. El vecino a lo mejor se quiso resistir porque en la casa estaba su familia y sus hijos", dijo apesadumbrado uno de los familiares de González Franco mientras buscaba posicionarse en la parte seca de la calle.
En medio de la bocacalle, sentada en una silla, la hermana de Oscar no paraba de llorar. El resto de los vecinos mantuvieron sus bocas cerradas. Sólo los sollozos de los parientes y la bocina del tren fueron la banda de sonido de despida para el cuerpo del Oscar Rubén González Franco. En la escena del crimen el fiscal Miguel Moreno se mostró cauto al hablar sobre las circunstancias del hecho: "Testigos dicen que buscaban plata. Preliminarmente es una tentativa de robo, pero se seguirán investigado".