Para consumarse, el amor no necesita más escenario que esas dos personas que se aman. En un tiempo las butacas del piso superior de los cines eran ideal para amarse. Dos asientos en la oscuridad de un tranvía. Los bancos de la alguna plaza por la noche. Una esquina cualquiera, el auto detenido, y en su interior las dos personas que se aman. Recuerdo una esquina en particular y que habíamos dejado la radio puesta porque la segunda sinfonía de Mahler nos inspiraba.
Estoy hablando del pasado, de ser más o menos joven y no un anciano achacoso. En esos tiempos había una buena cantidad de cosas que ya no están.
Pero en rigor el que no está soy yo.
La sensación de soledad nos acompaña, aún cuando no estamos solos. Es como mirar el interior de un cuadro en una pintura, no ver a nadie, pero yo sé que estoy como caminando en la nada con un cartelito colgado del cuello que lleva escrito "the end".
Todo esto que intento ir escribiendo me trae el recuerdo de un poeta por el cual siento un particular cariño y que Borges nunca dejó de admirar: Nicolás Olivari. El poeta había nacido en 1900 y murió en 1966. No demasiados años antes vino a Rosario a dar una conferencia. Tuve el placer de almorzar dos veces con él en el mismo "bolichón" de la bajada Sargento Cabral y en las dos ocasiones comimos ravioles.
Y lo escuché decirme tantas cosas que fue una lección de vida que incluía, por cierto, la poesía y el amor.
No pasó mucho tiempo cuando me llegaron como agrupadas lo que serían para mí las finales noticias de Olivari. Un par de cartas, posiblemente borradas por las circunstancias laberínticas de mi vida. Una de esas cartas acompañada por "Pas de Quatre", libro de poemas que había publicado en 1964.
La segunda noticia fue la muy triste de su muerte, que la sentí como si hubiésemos estado juntos almorzando ayer o quizá antes de ayer.
La otra noticia me la envió Bernardo Ezequiel Koremblit, con el número 110 de "Davar", en el cual me aclaraba que entre los tres últimos comentarios que había escrito se encontraba el dedicado a mi segundo libro.
Por razones que no requieren explicación alguna, no me referiré a ese comentario. Solo diré que ponía en evidencia un gran afecto. Tal vez por eso, creo un tanto exageradas las alabanzas.
Nicolás Olivari ha sido, en general, un poeta olvidado. A ese olvido parece que la publicación de una Antología de Olivari, puede poner otra vez en el sitio que corresponde a dicho poeta.
La antología fue publicada en el 2008 por la Biblioteca Nacional, con un excelente estudio preliminar de Jorge Quiroga. Se incluyen en la misma los cuentos de "Carne al sol", que originalmente se publicó en 1922. Además, "Historia de una muchachita loca", el libro de poemas "Pas de Quatre", de 1964, y "Mi Buenos Aires querido" publicado de manera póstuma.
En el mencionado "Pas de Quatre", el amor es el tema predominante. Por ejemplo "El lied melancólico", que dice así:
"A veces Dios se apiada de nosotros;
Su mirada desciende olímpica y nos fija
Ese trocito de felicidad prolija
Que ¡ay! Siempre llega tarde Tan tarde ¡ay!
Así me dio el amor cuando la marea descendía
Y las serpientes se mudaban de piel
Y los elefantes elevaban la trompa claudicante
—tan tarde, tan tarde ¡ay!—
Cuando el sol ya no estaba en mis riñones
Y la luz de mis ojos se evadía
Y la juventud en mi boca se torcía?
Por eso mujer ¿qué puedo hacer a mis años?
Amarte con delicada dedicación de día
Y de noche pensar que me estás engañando".
El estudio de Jorge Quiroga, se titula justamente, "La estética de la infidelidad", que nos hace recordar que el primer libro de poemas de Olivari, se llamó "La amada infiel". Es en ese libro que se encuentra un poema que muchos recuerdan: "La costurerita que dio aquel mal paso y lo peor de todo sin necesidad". En ese poema el poeta, dice que pobre la costurerita si no lo daba: "Tiene un pisito en un barrio apartado/ un collar de perlas, y un cucurucho/ de bombones; la saluda el encargado/ y ese viejo, por cierto, no la molesta mucho?".
Me parece de interés recordar una nota de Borges, escrita en 1933, en la cual habla de Nicolás Olivari. Dice Borges: "Nicolás Olivari es el más indudable poeta de los que oigo. No creo en su talento: creo en su genialidad, que es cosa distinta. Sé que decir la palabra genialidad es alzar la voz y que eso es una descortesía o un énfasis. Que Olivari es un poeta de lo desagradable, pero estas dos consideraciones —la de la voz baja en la crítica y la del sedicente buen gusto— se quedan fuera de lo poético. Poesía es expresión. Olivari expresa con desesperada intensidad el tema que es suyo: el aburrimiento, el estudio para suicida, el rencor suburbano que ha sucedido a la compadrada orillera en esta ciudad. Olivari es mucho".