Al mismo tiempo que en la sección Perlas se proyectó ayer “El clan”, con la presencia de Pablo Trapero y el coproductor por España, Pedro Almodóvar, la competencia oficial del festival de cine de San Sebastián comenzó su tramo final con dos dramas basados en hechos reales, la estadounidense “Freeheld”, de Peter Sollet y la coproducción franco-belga “Les chevaliers blancs”, de Joachim Lafosse, y la china “Xiang Bei Fang”, de Liu Hao.
“Freeheld”, tercer largometraje del neoyorquino Peter Sollet, toma con un lenguaje convencional estilo “la película de los martes” para pantalla hogareña, una historia tomada de la realidad, según el corto documental homónimo de Cynthia Wade, ganador del Oscar en 2007.
Es la historia de Laurel Hester, una experta oficial de la policía de la localidad de Nueva Jersey, que estando unida de hecho con otra mujer y enferma de cáncer terminal, quiere legar su pensión a su pareja, enfrentando así a una sociedad reaccionaria a la hora de abordar el tema de la diversidad y el matrimonio igualitario.
Más allá de que el tema merece la empatía emocional del espectador, Sollett no consigue salir del manual del buen hacedor de telefilmes. Más allá de estos golpes bajos, Julianne Moore sale muy bien parada, igual que su acompañante en este drama, Ellen Page, medida en su papel, a diferencia de Steve Carrell, que le da un toque desencadenado a su interpretación del abogado que no consigue convencer por presión a los jueces del condado, tarea que sí logra un colega de la moribunda.
También ayer se presentó “Les chevaliers blancs”, del belga Joachim Lafosse, con Vincent Lindon, Louise Bourgoin y Valerie Donzelli, cuya acción transcurre en Chad hace una década, en algún lugar del Africa, donde se viven conflictos incluso bélicos, en medio de una singular pobreza, hambre y enfermedades.
El tercero de los largometrajes vistos en la oficial fue el chino “Xian Bei Fang” (“Regreso al norte”), del cineasta Liu Hao, quién ya compitió en esta muestra en 2010 con “Adictos al amor”, acerca del tema que en ese país se conoce como el de “las familias perdidas”, aquellas que sufrieron la muerte de su único descendiente, el único autorizado por matrimonio hace tres décadas.