El domingo 28 de julio, a los 62 años de edad, falleció mi vecina doña Josefa, una de las tantas excluidas del fatal sistema de gobierno argentino y de nuestra sociedad. Le sobreviven su esposo, cuatro años mayor, e hijos y nietos de idéntica precaria condición. Luego de haberle rezado unas oraciones de despedida en el velatorio, llegué a casa y, con inmenso afecto, le escribí a su memoria la siguiente composición, titulada “Cielo acogedor”. La misma, dice así: “Doña Josefa duerme ya en la caja de madera, sus ojos están libres del dolor de la carencia; se abrió para ella, al fin, la puerta del caparazón de su tapera, y hoy vulnera, feliz, las rejas del dolor de la pobreza. Doña Josefa está contenta (y no es para menos); se acabaron las paredes revestidas de cartón, los techos pinchados, los perros hambrientos, y las cucarachas a su alrededor; ya no hay más precariedades, ni excesivo frío o calor… hoy hay sólo para ella un cielo acogedor”.