“Yo sólo quise ser tratado como un chico normal, lo único que hacen es hacerme sentir mal, yo merezco respeto y también la libertad, eso es lo que necesito en esta humanidad”. Los versos llevan la firma de Gabii Bj, Santi Carc y Shocky Flow; los sobrenombres que eligieron tres alumnos de séptimo grado para contar algunas de las cosas que viven a diario. Y salieron casi de corrido en un taller de rap que los chicos de la escuela Nº 67 Juan Enrique Pestalozzi compartieron con estudiantes del Instituto Zona Oeste. Una actividad como para ir calentando la garganta para un festival por la convivencia escolar que se desarrollará a fin de mes, en la plaza Pringles.
La asociación Libres de Bullying es una ONG que tiene como principal objetivo prevenir situaciones de hostigamiento en el ámbito escolar. Y desde hace algunos años trabaja esta problemática con varias instituciones de la ciudad, entre ellas el Instituto Zona Oeste, donde se organizaron numerosas actividades para abordar las distintas formas de violencia que se expresan en el ámbito escolar.
Y el encuentro que se desarrolló ayer entre un grupo de profesores y alumnos de la escuela media de Sucre al 600 y de la Pestalozzi, forma parte de estas actividades.
¿Quién escucha rap? Pasar ayer por el primer piso de la escuela no permitía adivinar que lo que sucedía adentro de la biblioteca fuera un acto académico. Las bases de rap sonaban fuerte y, micrófono en mano, los alumnos del secundario ensayaban sus rimas de estilo libre. “No me gusta mucho la escuela, prefiero que me saquen las 82 muelas” o “usar ropa más grande no te hace mejor persona”, bromeaban.
“El rap es una expresión urbana con mucha presencia entre los adolescentes y en la escuela puede aprovecharse como un disparador de aprendizajes”, advierte Arístides Alvarez, director del colegio Zona Oeste donde unos 300 chicos cursan la secundaria.
Según su experiencia, las improvisadas rimas armadas sobre bases de rap permiten que los chicos se expresen “como no hacen de otra forma, ni oral ni escrita”.
Santiago, Gabriel, Miail, Alejandro y Aldana dieron cátedra de esto: repasaron un poco la historia del género, su pasado negro y su llegada a los Estados Unidos, y desplegaron “el glosario rapero”, explicando que es el MC (maestro de ceremonia, persona que rapea), el flow (capacidad para meter las palabras y pronunciarlas con estilo en una base instrumental), el freestyle (estilo libre) y el crew (grupo de gente, amigos, que se juntan para pintar, rimar o bailar).
Los cinco se conocieron en la escuela y eligieron llamarse “Sobredosis” porque, explican, “viven todo el día haciendo música”. Y si bien prefieren el estilo libre, desde hace un tiempo incorporaron temáticas referidas a la violencia y la discriminación.
Con esas letras, actúan ante públicos pequeños en patios escolares y también frente a muchas personas en encuentros organizados por los gremios docentes.
Como un puño. “Cuando les propusimos a los chicos participar de un taller de rap, enseguida se entusiasmaron”, cuenta Ernesto Beccari, director de la Pestalozzi. Sus alumnos, sentados en las largas mesas de la biblioteca, no lo desmienten. Escuchan, aplauden y festejan cada rima con miradas cómplices.
Después, cuando se les propone armar sus propios versos, se ponen un poco más serios. Y entonces, los versos surgen como un puño.
Como uno que dice “Yo sé que en este rap no hay que despertarse, solo hay que totalmente inspirarse, yo rimo, yo sigo este ritmo para calmar este dolor que lleva al abismo” o “Ya tengo edad, quiero un poco de sinceridad, cantar el rap es mi felicidad”.
Y esto es apenas un comienzo. A fin de septiembre, los alumnos de varias escuelas participarán de un festival por la convivencia escolar, un encuentro para que los chicos puedan seguir rapeando y para que los grandes escuchen.