Carlos nació en la primavera del año 1966 en la colorida Cordillera de los Andes, en un pueblo al que llamó la Ciudad Luz. Lo llamó así porque en los primeros años de vida este pueblo "tenía más luces que gente ...". Allí, entre lagos y montañas al pie del volcán Lanín, nació Carlos Alberto Fuentealba, en la estancia Coyunco. Sus padres, trabajadores campesinos de la estancia, trabajaban de sol a sol para "el gringo", como Carlos decía. Su papá, Gilberto Fuentealba, como mecánico y su mamá, Berta Gómez, con trabajos varios.
Su infancia transcurrió junto a sus hermanos Rica, Germán, Rosendo y Darío, al lado de los "paisa", los paisanos del lugar, de los cuales el aprendió el sacrificio del trabajador, la rudeza de las tareas, la crudeza del clima cordillerano, así como ese humor tan particular. Junto con los hijos de los empleados de la estancia caminaban todos los días varios kilómetros para llegar a la entrada del lugar, donde la esposa del encargado, doña Edy, maestra, los acompañaba hasta el pueblo, a la Escuela Ceferino Namuncurá. Con nieve, con lluvia transcurrió su escuela primaria desde el campo al pueblo. El siempre contó que necesitaba mucho aprender a leer, porque su mamá no había aprendido formalmente y le quería enseñar. Fue muy buen alumno. Llegó a la ciudad de Neuquén a los 13 años para comenzar su escuela secundaria. Allí aprendió electricidad, oficio que en el futuro nos ayudaría a salvar las papas cuando no había trabajo estable.
Mirada social. Carlos realizó viajes importantes en esa etapa. Uno fue con su papá desde Neuquén hasta Santa Fe, relatado en un diario que hoy tiene casi como un tesoro Ariadna, nuestra hija menor. Esta fue la primera vez que Carlos salía de la provincia. En él describe el paisaje del alto valle con una mirada, ya, muy social, donde expresa en más de una oportunidad la mirada de la diferencia, de la desigualdad de la pobreza y hasta remarca el tema de la colonización del territorio, primero por los españoles, luego por la evangelización y, por último, por la famosa Campaña del Desierto.
Fue así como este gran hombre pequeño fue construyendo su ideología, más que adoctrinada, formada de un pensamiento netamente pragmático, inducido por un análisis muy científico de la realidad. Esa forma intensa que tenía de vivir lo hizo un gran observador. Tímidamente callado, con sonrisa plena con paciencia y resistencia probada. De mirada profunda con luz propia, endurecida sólo ante la injusticia y el maltrato. Mirada contenedora y fresca sonrisa.
Con un grupo de compañeros conforma el centro de estudiantes, requiriendo elementos para el laboratorio de la escuela, que hoy es la Epet14. Es allí donde se recibe de técnico químico, fue la primera promoción de la escuela. Se fue introduciendo en la participación política a través de sus amigos, de su interés por el marxismo, el socialismo y, particularmente, por la figura del Che Guevara. Encontró y construyó su amistad a lo largo de la adolescencia y de su militancia con su mejor amigo Héctor, el Pato. También con sus amigos del alma, con quienes había compartido no sólo alquileres, sino una forma de vivir solidaria. Unos se bancaban a otros, casi todos venían de Junín de los Andes o de otros lados y tenían a sus padres lejos. Así conocí a Carlos.
Militancia. Carlos trabajó y militó, en aquel entonces, unos años en la Uocra y en el partido Movimiento al Socialismo, previo a la caída del Muro de Berlín. Había un sueño: que el sindicato fuera realmente de los trabajadores, así que ofreció su solidaridad yendo a las obras para hacer respetar los mandatos, cobrando cuotas voluntarias, también colaboraba con los derechos legales asesorando sobre la precaria situación de los obreros que construían la represa de Piedra del Aguila. Siempre preocupado por mejorar las condiciones laborales, humanizar el trabajo y organizar a los obreros sindicalmente.
Un poco con ideales otro poco con experiencias compartidas vivíamos años intensos de pasiones, decepciones y rupturas ideológicas. Con ideales socialistas empezamos a ser críticos y a buscar algo nuevo, pero los dos siempre compartimos la mirada social y política de analizar qué pasaba por esos años.
A las puertas del neoliberalismo con su máximo exponente nacional, Menem y el regional Jorge Omar Sobisch ya podíamos percibir y analizar esas medidas que desmantelarían las estructura del Estado. Los 90 fueron años muy difíciles, no era fácil conseguir trabajo para Carlos, como para muchos. En búsqueda de un futuro armamos nuestra familia, habíamos decidido ir a probar suerte a San Martín de los Andes. Fue hermoso para Carlos volver a estar cerca del volcán Lanín y de su amada cordillera, estar cerca de sus padres. Sin embargo, una zona difícil para comenzar de cero económicamente. En ese contexto de cambios de aires renovadores nació Camila, nuestra primera hija.
La plenitud, la seguridad y la felicidad eran sorprendentes, irradiaban ese nuevo estado de Carlos, ser padre lo enorgullecía. También le generó una enorme responsabilidad, la de conseguir un techo seguro. Decidimos ir a Neuquén donde podría ser más fácil conseguir una vivienda. Carlos no dejaría el laburo del hotel del Sol en San Martín de los Andes, en temporada de invierno, sino que agregaría la temporada de la fruta en Neuquén en las jugueras de la zona, con turnos rotativos de trabajo, allí organizaría a los compañeros para mejoras laborales.
Nuestra casita. En el año 1993 recibimos con alegría nuestra casita en el oeste de Neuquén. Allí desarrollaríamos nuestros momentos más bellos, construyendo nuestra casa, pegando pisos, levantando paredes. Vinieron años duros, con techo pero a veces viviendo con un turno de maestra. Transcurriendo el año 1997 llegaría a nuestras vidas nuestra segunda hija, Ariadna. La felicidad del proyecto común nos movía a todo. Ese año era muy difícil para el sector docente, enfrentábamos la ley federal de educación y salimos a pelear. La muerte de Teresa Rodríguez nos marcaría por siempre. Ya se percibía en qué desembocarían las políticas neoliberales: diciembre de 2001. Este horror lo vivimos desde el oeste neuquino. El dolor de Kosteki y Santillán nos indignaría por siempre. Como militantes de la vida estuvimos siempre presentes pidiendo justicia y cada 24 de marzo pidiendo juicio y castigo a los genocidas de la dictadura.
Luego de trabajar cinco años en un comercio reconocido de Neuquén, le planteé a Carlos que aunque las cosas fueran muy difíciles teníamos que estudiar, que eso nos alimentaría el alma. Se recibe en el 2004 en el Instituto de Formación Docente Nº 5 de Plottier. Leyendo a Paulo Freire, Foucault, Bourdieu y otros, y su comprometida práctica en las zonas más vulneradas de Neuquén, se convertiría en ese maestro de vida.
Vinieron los ataques al sector docente, y a empleados estatales en general, con las políticas de Jorge Omar Sobisch. En 2006 y 2007 seríamos partícipes de los piquetes de Plaza Huincul, de Añelo y Senillosa, allí pondríamos el cuerpo, juntos como siempre, como ese reflejo de una vida coherente de pelear por lo justo, por nuestros derechos, por la dignidad de la vida.
Es Carlos quien se multiplica todos los días, porque nuestra vida fue como la de muchos, llena de sacrificios pero de pasiones. Es Carlos quien se multiplica pidiendo justicia para recuperar la dignidad del trabajador de la educación que quisieron robarnos en Arroyito, el 4 de abril del 2007. Somos nosotras, su familia, las que seguimos multiplicando a Nuestro Carlos. Hoy es El Maestro que, multiplicado, acompaña las luchas de los justos, de los que no claudican, de los que están del lado de los que menos tienen.