Central tiene ahora un desafío superior. Muy complicado. Más que los tres años que debió consumir para ascender. Claro que para esta misión no tiene mucho tiempo. Porque requiere de grandeza. De humildad y de comunión. De unión e integración. Tiene un reto consigo mismo. El de poder modificar usos y costumbres, que en definitiva precarizaron en los últimos diez años la vida institucional y deportiva de un club que ahora tiene una nueva chance de reinventarse sobre cimientos menos mezquinos, sin antagonismos ni revanchismos absurdos, los que políticamente primero y futbolísticamente después no hicieron más que darle forma a un padecimiento para todos los canallas llamado descenso. Del que lograron emerger con sufrimiento, al que deberán recordar de ahora en más para no reincidir en divisiones estériles que sólo perjudicaron al sentimiento que orgullosos ostentan.