La caída que sufrirá la economía global este año será la mayor del último siglo y la gran mayoría de los países del planeta terminarán el año en recesión. El economista Eduardo Crespo advirtió que "no hay sistema político que aguante una crisis de este tipo", y por eso el crac abre el debate y la puja sobre reformas económicas. Valoró en ese sentido la gestión que el gobierno nacional hace en la pandemia, tanto para cuidar la salud como para sostener la economía. La contracara es la gestión de Jair Bolsonaro en Brasil, donde se desarrolla "una tragedia a gran escala". El especialista en Teoría del Comercio Internacional del Estado del Desarrollo Económico y de la Economía Política Internacional conoce la realidad del país vecino de primera mano. Es master y doctor en Economía por la Universidad Federal de Río de Janeiro. También es profesor de la Universidad Nacional de Moreno también abordó el preludio de la catástrofe y estimó qué se espera en un escenario pospandemia.
—La economía internacional en principio va a sufrir una caída muy grande, probablemente la mayor en varios años. Diría que la gran mayoría de los países del mundo van a terminar en recesión este año y hay que ver hasta cuándo se extiende. Obviamente que hay países que tienen más capacidad para reaccionar y para implementar políticas contracíclicas que otros, pero hablamos de un colapso internacional de oferta y de demanda del comercio internacional. No sabemos todavía las dimensiones, pero desde ya los datos de los primeros cuatro meses dan una caída estrepitosa que, probablemente, tenga efectos más duraderos. En el sentido de profundizar algunas tendencias que ya se estaban observando en los últimos años: más proteccionistas, orientadas a romper acuerdos, como ya estábamos viendo con Trump, el Brexit, disidencias dentro del Mercosur. El efecto hasta ahora es una severa recesión unida a la caída muy fuerte del comercio que puede profundizar la que ya estábamos viendo desde fines de 2019. Ello probablemente tenga el efecto de propiciar, por ejemplo, políticas proteccionistas y ruptura de cadenas globales de valor.
—Sobre eso hay un gran debate. Si se analiza la crisis de 2008-2009, una primera impresión es que se resolvió bastante rápido en 2010-2011, hubo políticas anticíclicas y una recuperación de las economías, principalmente la de Estados Unidos y China, que si bien no entró en recesión, sí sintió el golpe y activó estímulos. Pero en 2012 empezó una crisis muy severa en Europa y ahí empieza a ver algunos fenómenos como el Brexit y aparecen tendencias rupturistas dentro del espacio europeo. Diría que generalmente Inglaterra se adelanta a estos fenómenos y tiene algún tipo de repercusión. Después llega Trump, que empieza a romper acuerdos de libre comercio, patea el tablero en el Nafta, en las Naciones Unidas, en la Otan, acusa a China de que roba empleos en Estados Unidos y ese tipo de cosas. A partir de ahí, lo que empieza a verse es principalmente a las dos grandes potencias (Estados Unidos y China) tomando medidas orientadas más al mercado interno que a procesos de integración. China avanza con la ruta de la seda que conecta el espacio chino con la red de petróleo y eventualmente el comercio incluso hasta con Europa. Pero también en China hay una creciente demanda interna.
—En un mundo con estas características, ¿la salida para una economía como la Argentina viene sigue siendo la exportación?
—¿Quién no quiere exportar? Para los economistas de la corriente principal, se crece por oferta. Pero a la hora de los bifes, todo el mundo quiere exportar. Y eso es apelar a la demanda de otro. Entonces hay algo ahí que se contradice. Yo creo que las economías deben crecer por dentro. Lo que pasa es que la demanda externa es con moneda internacional y para países como los nuestros, con monedas débiles, es mucho más fácil crecer por exportaciones. Además tenemos sistemas productivos que siempre precisan de productos del exterior. Entonces crecer para adentro en nuestro caso es muy difícil porque tiene que realizarse con un cambio estructural, es decir, con capacidad para producir cosas que no sabemos producir o que no producimos con un mínimo de eficiencia. No veo que el escenario de exportación sea muy propicio en los próximos años, si ese es el punto. Lo que plantean los economistas es más que nada una expresión de deseo, no es una propuesta ni hay algún planteo claro detrás de eso. Cuando uno escarba un poquito, encuentra llamados a consensos, pedidos por un tipo de cambio competitivo, etcétera. Eufemismos para decir: bajemos los salarios en dólares. Pero no se pueden vamos a hacer milagros, primero porque en general las devaluaciones las hacen todos. No es un país aislado el que toma estas decisiones y después prenden una vela y rezan para que algo funcione en el mundo.
—A los efectos de transitar un camino de desarrollo más endógeno, ¿la crisis actual por la pandemia en la economía mundial es un límite o también una posibilidad para Argentina?
—Yo creo que hoy es más bien un límite. En general, cuando se interrumpió el comercio internacional hubo tendencias más autárquicas y, en algunos casos bastante exitosas experiencias de políticas de sustitución de importaciones, un poco forzadas por las circunstancias. Hay gente que cree que esto fue una decisión de gobiernos populistas. En realidad fueron primero manotones de ahogado y después tentativas de dar algún tipo de solución. No hay sistema político que aguante una crisis de este tipo. Entonces se buscan alternativas. Eso ocurrió en la crisis del 30. Hay quien dice que hoy no es tan fácil hacer eso por la distancia tecnológica y de costos con los países desarrollados. Una economía de tamaño medio como la Argentina no tiene escala para hacer eso. Tampoco vamos a creer que va haber algún tipo de desarrollo sólo vía comercio internacional. Me parece que lo que vale más que nada es que aquí se puede abrir un debate.
—Ejerce su actividad académica en Brasil. ¿Cómo está la situación económica y sanitaria allí?
—Brasil es un desastre. Ya lo era antes de la pandemia y ahora está peor. El PBI per cápita antes de la pandemia era del 9 por ciento por abajo de 2013. Es una economía que cayó al fondo de un pozo y no salió más desde ahí. A ello se suma una situación política dramática que tiene como presidente a Jair Bolsonaro y a su banda de psicópatas peligrosísimos. Estamos hablando de crimen organizado, de escuadrones de la muerte, unida a un misticismo religioso. En la pandemia aparecieron indicios bastante claros de Estado fallido, que no controla el territorio, con sectores del Estado que toman una decisión y otros que toman otra. Están los que buscan algún tipo de autogolpe por parte de Bolsonaro y por el otro lado los que buscan una destitución. Hay porciones del aparato del Estado en general que toman unas decisiones, mientras sectores armados privados, milicias, toman otras. Ni siquiera está garantizado el monopolio de la fuerza. La situación sanitaria es dramática. Y la situación económica es una catástrofe. Más o menos un 50 por ciento de la población brasileña es trabajador informal, que recibió algún ingreso extraordinario forzado por el Congreso. Lo que lo salva a Brasil en este momento es que tiene un estado de bloqueos mutuos. Se coló allí alguna protección muy parcial y obstaculizada a la cuarentena. Pero una crisis económica muy severa, con avance del crimen organizado, por ejemplo, en la Amazonia, donde la desforestación alcanzó niveles récord en los últimos meses. Lo de Brasil es una tragedia a gran escala. Creo que no hay registro de una destrucción tan grande. Ese es el proyecto del bolsonarismo: tierra arrasada.
—Cierra el debate entre salud y economía. En las dos áreas está mal.
—Sí, las dos cosas son un absoluto desastre. De ninguna manera hubo un trade-off, como se dice en economía, en el sentido de que murió mucha gente pero salvaron la economía. La diferencia entre Brasil y Argentina en términos macroeconómicos es que el primero tiene acumuladas muchas reservas del período Lula Da Silva, principalmente, y eso le da cierta fortaleza, Es lo único que resguardan mínimamente. Si Brasil tuviera una economía como la de Argentina, con tendencia devaluatoria, en default, directamente pasaría a ser un Estado fallido.
—¿Qué impacto o poder de irradiación tiene esta crisis de Brasil en el resto de América latina en materia política y económica?
—Con Bolsonaro en el gobierno, Brasil es una amenaza en todo nivel, no sólo para la salud sino en cualquier otro sentido también. Puede ocurrir cualquier cosa.
—Pensando en la pospandemia, la inserción en cadenas de valor globales es una forma de borrar algunas asimetrías entre los países desarrollados y otros como Argentina, por ejemplo?
—No. Ello aplica para economías como Etiopía o Bangladesh. Pero no para las de tamaño medio y de ingreso de salarios medios como Argentina, Brasil, México. Diría esencialmente que es todavía un fenómeno asiático. Hay cadenas en centroamérica en países del Caribe, en la República Dominicana, hay algo en Colombia y demás y obviamente en México con Estados Unidos. Pero aquí no veo ningún reflejo importante en términos de mejoras significativas en los niveles de vida. Ahora si uno toma Bangladesh, Vietnam o Etiopía, ahí sí puede ser que esto esté favoreciendo algún proceso local. Hay que ver hasta dónde puede llegar, pero en principio parecería que sí.
—¿Cómo valora la gestión del gobierno de Alberto Fernández, que arrancó con el peso de la crisis heredada y al mismo tiempo con administrar la pandemia?
—Creo que en el tema la pandemia ha actuado muy bien. Se anticipó a los hechos y los resultados hasta ahora son bastante positivos, más allá de que hay un deterioro en las últimas semanas con el número de infectados sobre todo en el área metropolitana de Buenos Aires. En el plano económico, a mi juicio van un poco temerosos de aplicar políticas un poco más agresivas para sostener la cuarentena. Lo entiendo porque estamos en una economía débil, sin moneda, con alta inflación, prácticamente en default. No me pongo a declamar desde la tribuna contra la ortodoxia del gobierno porque comprendo que haya temores en un contexto donde en principio estamos en una economía muy debilitada. Argentina no tiene reservas y está entonces como un poco colgada del travesaño. Ahora, cómo sostener una pandemia si se empiezan a pagar los aguinaldos en cuotas, si no se pueden seguir transfiriendo o no quieren seguir transfiriendo ingresos en pesos a informales, desocupados, pymes, etcétera. Si no sale tan mal de esta pandemia, yo diría que es un éxito, en un contexto económico dramático. Bastante bien veo al gobierno, en medio de estas limitaciones.