El economista Sergio Arelovich señaló que “buena parte de los niveles inflacionarios que tiene la Argentina tienen que ver con la insuficiencia de inversión de las empresas, que intentan obtener sus ganancias no por la vía tradicional de la explotación del trabajo asalariado sino con negocios secundarios”. Y consideró que la transformación de las cadenas globales de valor y el comportamiento de las multinacionales en un mundo convulsionado aportan un elemento adicional a la presión que viene arrastrando la Argentina, donde la distinta velocidad a la que corren los precios relativos dificulta un plan de estabilización. El titular del Mirador de la Actividad el Trabajo y la Economía (Mate) analizó con este diario los resultados del último informe de coyuntura elaborado por ese centro de estudios.
_Hoy el problema que hay que poner en primer lugar es la cuestión inflacionaria. En Argentina tenemos niveles altísimos y los ensayos que hubo para bajarla tienen más que ver con los criterios de política monetaria, vinculados con la perspectiva neoliberal, neoclásica, y no rupturista ni heterodoxa. Y los resultados son los que conocemos. Hay explicaciones vinculadas a cosas que ocurren dentro del territorio y otras afuera. Estas últimas no se circunscriben ni a la crisis internacional, ni a la pandemia, ni a la guerra, sino que se extienden también a la transformación que hay en las cadenas globales de valor. O sea, qué están haciendo las multinacionales, con el asentamiento de las operaciones con triangulación en guaridas fiscales. Esto ocurre desde hace un tiempo pero la intensidad es otra. No sólo pasa al interior de estas compañías, unas 15.000 ó 30.000 a escala global, sino que se reitera en las estrategias de las compañías locales. La concentración altera los patrones de distribución dentro de la esfera del capital. Los grandes se quieren quedar cada vez con más y eso no sólo atenta contra el bolsillo de las y los trabajadores sino contra la reproducción posible de las pymes. Hay una decrepitud de la ley vigente para regular esto.
_El ministro Massa y el secretario de Comercio, Matías Tombolini buscan realizar un acuerdo de precios con las 20 o 25 empresas más grandes ¿tiene destino eso?
_Creo que no. Lo cual no quita mérito para obtener algunas ventajas en el muy corto plazo. Pero además de apagar el incendio hay que enlazar esto con alguna política de transformación a mediano plazo. De lo contrario, no va a servir.
_Se habla de un programa de estabilización ¿Es posible hacerlo hoy en Argentina?
_El término ya es políticamente incorrecto en el país, porque estos planes en general en Argentina están asociados a un solo tipo de estabilización: se estabiliza el precio de la fuerza de trabajo y todo lo demás sube. O sea, se naturaliza la distribución funcional del ingreso entre capital y trabajo y de ahí en adelante no hace falta inflación porque ya se le quitó al salario el 30%. Lo vimos con el Plan Austral, la convertibilidad, etcétera. Me parece que es posible estabilizar. Pero habría que preguntarse primero cuál es el problema de la inflación. Todos los precios, o buena parte, corren a ritmo diferente. Por tanto, no es la inflación el problema sino la estructura de precios relativos y la velocidad a la que corre cada uno. Buena parte de los niveles inflacionarios que tiene la Argentina tienen que ver con la insuficiencia de inversión de las empresas, que intentan obtener sus ganancias no por la vía tradicional de la explotación del trabajo asalariado, que es la razón única de capital, sino con negocios secundarios. La información de los balances y de la Encuesta Nacional de Grandes Empresas que releva la Argentina desde 1993, cuya últimos datos son de 2020, dan mucha información. Hay unas 420 empresas que siempre son las mismas, cuyo 25 ó 30% de sus ganancias no tienen que ver con la actividad principal, sino con la participación en sociedades, en negocios de naturaleza financiera, con la administración de patentes, etcétera. Si se observa el largo plazo, desde 1993 a 2020, por cada 100 pesos de ganancia obtenida en cada año, hay momentos en las cuáles más del 50% se explica por subsidios recibidos y reducción de cargas, por ejemplo, las de contribuciones patronales de diciembre del 93. Es decir, son empresas “biplaneras”. No es que esté mal si un gobierno quiere orientar una política de producción o dar subsidios. Pero cuando el núcleo duro, que es el responsable principal de los niveles de inflación y de desestabilidad que tenemos en Argentina, vive de la teta del Estado, hay un problema. Claro que se puede intervenir esto. Hay algunas experiencias que se vivieron, muy pocas durante el gobierno de Cristina Fernández, que habría que repasar y también otras internacionales.
_Para frenar la inflación, el mundo sube tasas, enfría la economía ¿Qué opinás sobre esto?
_ No deja de sorprender y creo que hay que mirar atentamente lo que pasa en el sistema monetario internacional. No solo por lo que está haciendo Estados Unidos con la tasa de interés sino qué hará la zona euro, porque hemos vivido por primera vez una devaluación del euro. También hay que prestarle mucha atención a lo que hizo la economía británica y a Japón que practicó una devaluación brutal. Todo ese conjunto de factores requieren de una política de inteligencia, de defensa, para que no te pegue, pues ya tenemos suficiente con los motivos internos. Y están ocurriendo a una velocidad tremenda. Cualquier gobierno tiene la obligación de pararse y mirarlo.
_En los informes de Mate vienen señalando la caída del salario real en distintos gobiernos y se observa una dicotomía entre una actividad económica que se mantiene pero que no logra resolver la distribución del ingreso.
_Sí. Dimos cuenta de eso y de las condiciones penosas en las cuales se desarrollaron ciertas negociaciones paritarias, ya sea dentro del marco de alta inflación o en otro marco. A finales de 2015 cuando se va Cristina Fernández, actualizado a pesos de agosto último, el salario bruto del sector privado era de $220.000 y hoy está en $165.000. Quiere decir que la pérdida fue muy importante. Se origina o se consolida durante el gobierno de Macri, pero no desaparece durante el gobierno de Alberto Fernández si bien hay ramas de actividad que han recuperado algo. Tenemos un 23% aproximadamente perdido durante el gobierno de Macri y 5 o 6% durante el de Fernández. Hay una tendencia a la caída.
_El achatamiento de los básicos que hace que ningún porcentaje alcance ¿Se termina la efectividad de la discusión paritaria en términos de porcentaje? ¿Hay que negociar de otra manera?
_La discusión salarial tiene tres dimensiones. La primera es la personal, la de bolsillo. Es decir, si la plata alcanza para cubrir el conjunto de necesidades que fueron reconocidas en la Constitución nacional o la ley de Contrato de Trabajo (LCT). La respuesta hoy es no. Hoy el salario mínimo vital y móvil tendría que estar quizás en $200.000 brutos pero está en $50.000. La discusión no debería estar asociada a la inflación sino a los derechos reconocidos en estas leyes. Hay una segunda dimensión, colectiva, que pone el foco en cuánto participan el conjunto de los salarios en la distribución del ingreso. Es otra discusión donde los actores debieran ser las dirigencias sindicales. Y hay una tercera, muy argentina, que es la inflación. Si la inflación fuese cero tendríamos que discutir las otras dos. Hoy desaparecen esas otras porque la inflación parece lo importante, cuando lo esencial es discutir si vamos a mantener los derechos que están reconocidos en la Constitución o la LCT. En mi opinión en Argentina hay margen para discutir esto. Puede que no sea de golpe, se puede elaborar un plan, porque si no lo hacemos tenemos que tirar a la basura las leyes. Hoy estamos transitando una relativa expansión económica pero, en paralelo, el peso de la suma de los salarios con respecto al producto bruto interno o al Valor Agregado Neto, cae. Y lo hace no solo por la inflación sino por la poca calidad de algunas negociaciones salariales. Hoy según Indec la canasta del hogar tipo 2 está alrededor de $130 mil de bolsillo, y hay buena parte de la clase trabajadora que tienen salarios de entre $70 y $90 mil brutos. Ahí hay un gran problema. Hay que tocarle el timbre al Consejo del Salario para preguntar qué van a hacer con eso. Hoy se sigue discutiendo si implementar o no una suma fija lo que me parece de algún tipo de egoísmo, porque algunos piensan que con eso van a desaparecer las negociaciones salariales. Yo creo que no, es opinable.
_¿Cómo ves la evolución de la actividad económica hacia fin de año y los primeros meses de 2023?
_Para lo que es la situación del mundo, los niveles de actividad que tiene Argentina son buenos en perspectiva. Siempre con un tema de fondo a discutir, que es el de la llamada restricción externa. Nosotros crecemos y necesitamos cada vez más importaciones porque no hay una política de planificación. Recuerdo lo que decía Raúl Prebisch cuando estuvo en Buenos Aires presentando su libro “Capitalismo periférico”. Señalaba que América latina era la expresión del consumo imitativo, que se planteaba tanto en hogares como de modelos productivos. Nosotros producimos de acuerdo a los patrones que en general se han copiado en los países centrales, cuando tenemos otras características, ventajas. Esa independencia me parece que habría que ponerla en la mesa de discusión, porque nos permitiría no sustituir importaciones sino producir diferente con otro tipo de insumos, escalas, mercado.
_Desde su asunción Sergio Massa fue realizando una suerte de paritaria con distintos sectores para conseguir dólares ¿Cómo estás viendo este proceso? ¿Evolucionará hacia un plan definitivo?
_No tengo idea. Sí pienso que cualquier plan de estabilización que se plantee que se parezca a alguno del pasado no va a servir porque la estructura social argentina y del mundo cambió. Veo que la estrategia de Massa es patear la pelota para adelante para obtener algunas comodidades en el financiamiento externo, ser prolijo en las revisiones de FMI y seguir recibiendo el dinero para poder repagar las cuotas, y no mucho más hasta ahora. Siempre está la discusión sobre cómo resolver esto. Hoy hay situaciones que rozan el ridículo. El sistema bancario argentino, donde el 100% de la capacidad prestable que tiene alrededor de 65% del sistema, está colocada en activos especulativos que son los títulos emitidos por el Banco Central y en menor medida por el Estado. Toda esa capacidad de préstamo volcada a la economía equivale a u$s 55.000 millones. Obvio que no se puede expandir la masa monetaria en esa cifra en una semana. Pero hay otro tipo de programas de desarrollo. El Estado debería planificar.
Activos externos
Respecto de la discusión global sobre el gravamen a la renta inesperada, Arelovich describió: “Según el anuario de estadística tributaria que publica Afip, en Argentina en 2020 hubo unas 900.000 personas que presentaron declaración de bienes personales; los que superaron el mínimo para poder pagar ese tributo son algo más de 500.000. Unas 9.000 personas humanas expresan el 40% de todas las tenencias de activos declaradas. Y el 70% de las tenencias de ese grupo están en el exterior. Y el 94% de ese 70% son activos financieros de corto plazo, especulación. El total de los declarantes sumaba u$s 68.000 millones colocados en el exterior. Si eso estuviera en las reservas estaríamos discutiendo otra cosa”.
La experiencia de la unidad de cuenta
Arelovich recordó que buena parte de las políticas de antiinflacionarias en América latina fueron acompañadas con la creación de una unidad de cuenta, herramienta que permite “dar certeza en las transacciones, desde el punto de vista del poder adquisitivo”. Chile, México y Brasil cuentan con ella. “No es mágica pero no debería descartarse porque el problema es la marcha a la que se mueven los precios relativos”, dijo. También sugiere modificaciones del sistema impositivo.