—Lo que primero descubro es su poesía, allá por los años ochenta, a través de una edición cubana de Casa de las Américas. Me impactó mucho. También me impresionó entonces su lectura en voz alta de sus propios textos, a la que accedí a través de un casete. Más tarde me enteré de cuestiones de su vida, de su asesinato en el cenit de la dictadura. Así surgió mi interés por el personaje, que incluye no sólo la militancia revolucionaria y la poesía sino su trabajo como periodista, como guionista de televisión... Y también fue decisivo el encuentro con La patria fusilada, el gran libro sobre los fusilamientos de Trelew en la edición de Crisis. Ya para entonces juntaba todo lo que aparecía sobre Urondo. Y luego, en una lectura de Juan Gelman, cuando vuelve del exilio, lo conocí a Javier, el hijo de Paco. Ahí lo encaré, le dije que quería hacer un libro acerca de su padre. Y empezamos a conversar en su casa de San Telmo.
EM_DASHCuando te encontrás con la la figura de Paco, existía una especie de ocultamiento en torno de su vida y obra. ¿Por qué ocurrió eso?
—Es cierto lo que decís. No se hablaba de la poesía de Paco, ni siquiera en círculos literarios. Había quedado de él la imagen del poeta guerrillero, la del idealista romántico, que elige las armas y pierde. Te digo más: para escribir el libro que más tarde publicó Homo Sapiens, me encontré con algunos amigos y conocidos suyos de los años cincuenta, la gente de Poesía Buenos Aires, por ejemplo (N. de la R: la revista que dirigía Raúl Gustavo Aguirre, de influencia decisiva sobre la poesía argentina de aquella época), y me decían: "Ah, Paco. Tengo que volver a pensar en él". Su imagen de combatiente y la posterior derrota y muerte lo habían llevado a un plano de desaparición total. El libro que yo publiqué entonces (2003) funcionó, en cierto sentido, como disparador para empezar a hablar sobre él de nuevo.
EM_DASHSegún se cuenta, era un tipo muy especial...
—Claro. Era, por ejemplo, un verdadero fanático de la amistad. La famosa casa de la calle Venezuela donde vivía con su mujer de entonces, la actriz Zulema Katz, en los años sesenta, era un centro de reuniones y un refugio para todos. Allí solían caer, entre otros, Marilina Ross, Federico Luppi, el Tata Cedrón. También, por supuesto, está su intenso vínculo con las mujeres y que Paco era una especie rara de sibarita: valoraba el buen vino, la buena comida.
EM_DASH¿Cómo evaluás su obra poética?
—Es uno de los grandes poetas de los años sesenta y setenta, acaso injustamente eclipsado por Gelman. Cuando él se distancia de Poesía Buenos Aires, que le proporciona un ámbito de experimentación en sus años de formación, va hacia una matriz más cotidiana, más vinculada con el paisaje, la calle, el otro, el prójimo, la cuestión social, pero sin hacer panfleto. Ese es el gran valor de su poesía, que ni siquiera en el momento político más intenso se tornó panfletaria. En cambio, nunca le encontró la vuelta al lenguaje narrativo. Sus novelas son de calidad inferior a su poesía.
EM_DASH¿Y cuándo conoce el marxismo, y comienza a transformarse en un revolucionario?
—A partir de su participación en una serie de grupos de lectura y análisis que conducía León Rozitchner. Ya estamos en plenos años sesenta, además, y la Revolución Cubana es una influencia clave. El Che Guevara fue el gran faro de Paco. Sus viajes a Cuba, como escritor, terminan de consolidar sus convicciones. Después, claro, aparece en su horizonte el peronismo de izquierda.
EM_DASH¿Y por qué Paco, si era guevarista, termina en el peronismo de izquierda y no, digamos, en el PRT-ERP?
—Acaso su hija Claudia (N. de la R: militante de las FAR y montonera, desaparecida junto a su esposo, también montonero, en diciembre de 1976) haya tenido mucho que ver. Ella lo mete en el peronismo revolucionario. Paco se sentía como el referente de muchos jóvenes, vio en ese espacio un buen campo de acción. También Carlos Olmedo (N. de la R: prestigioso militante revolucionario, uno de los fundadores de las FAR) fue importante para Urondo. Ese momento, por otra parte, no daba para repensar mucho nada, la acción era permanente e inmediata.
EM_DASHLa impresión que subsiste es que Urondo, tal como Rodolfo Walsh, tenía poco que ver con la cúpula montonera.
—Es cierto, él no tenía nada que ver con Firmenich y el verticalismo. Y acaso su trágico final reafirma esta distancia. La decisión de Montoneros de enviarlo a Mendoza, para reconstruir allí la organización, que había sufrido duros golpes de la represión, es casi como mandarlo al muere. Lo dicen sus amistades, sus hijos. Fue así. Por eso él se despide antes de partir hacia allá junto a su nueva mujer y su hija recién nacida. José Luis Mangieri y Miguel Bonasso dan testimonio en ese sentido. La cúpula montonera también desconfiaba de él porque era un intelectual. Se lo sacaron de encima.
EM_DASHYa había indicios de esta desconfianza en la época en que Paco dirigía el diario Noticias...
—Claro, hay una anécdota que describe a la perfección esta situación, que tiene que ver con la decisión de quienes manejaban el diario (Bonasso, Walsh, Gelman, entre otros, además de Paco) de incluir una sección Turf, clave en un medio popular. La cúpula montonera nunca entendió esto. Ellos querían un diario que fuera puramente de la organización.
EM_DASHUna crítica que se le solía hacer a Urondo por aquellos años tenía que ver con su supuesto aventurerismo.
—Bueno, él no era un monje, justamente. Aunque su decisión de tomar las armas para cambiar el mundo y la vida no fue nada aventurera. Había un objetivo y ese objetivo podía costar la vida. Sin embargo, se lo solía ver como al poeta romántico que había agarrado los fierros.
EM_DASHSe dice que fue un efectivo cuadro militar...
—Era eficaz, sin duda. Respetaba las decisiones. Pero con él, además, se podía dialogar y reflexionar. Pensar la vida y el mundo. Era un cuadro importante. Un tipo de ideas, de palabras. Después pasó lo que pasó y una vez muerto, con el diario del lunes, uno se pregunta para qué. Te admito que me costó mucho pensar esto. No me fue nada fácil asimilarlo. Pero mi idea no era juzgarlo, sino contar su vida.
EM_DASHEn el país de hoy se percibe un notorio retroceso en las políticas de Derechos Humanos y un intento de ciertos sectores por consolidar una imagen negativa de los militantes de los setenta. ¿Que se debe reivindicar de la figura de Urondo en esta época tan difícil?
—El compromiso con la palabra y la acción, a las que él logra conjugar. Hay una carta a su padre, donde Paco dice que tiene que vivir con sus ideas. Desde muy joven supo cuál era su camino, y después se encontró con la imagen del Che. Vivió intensamente sus cuarenta y seis años, que son pocos.
EM_DASHMás allá de los cuestionamientos puntuales a las elecciones políticas o a su visión del mundo, resulta difícil poner en tela de juicio su generosidad, su entrega...
—Acaso sea un ejemplo para las futuras generaciones. Él decía que la poesía y la política compartían el mismo espacio. Algo muy interesante es que jamás se alejó de la poesía, ni siquiera en los tiemos más duros de la militancia. Bonasso contaba que Paco le decía: "Nos vamos a morir de todas maneras. Nos juguemos o no nos juguemos, el problema no consiste en morirse jóvenes sino en haber vivido al pedo".
Biografía
Paco Urondo. Biografía de un poeta armado
Pablo Montanaro
Bärenhaus, 400 páginas, $475
Pablo Montanaro, el biógrafo.