Cuando sea grande quiero ser: manager de locos, salvador de la patria o pedir limosna en el atrio de la catedral al lado de Willy Harvey. Vendedor de libros usados a la vuelta de la casa de Onetti. Chico de los mandados de Federico Fellini o el que toque la campana en la Escuela de la Señorita Olga. Intendente de la Ciudad de las Mujeres, amante favorito de la Monroe, y monje contemplativo en la celda contigua a Thomas Merton. Bombero voluntario, zapatero remendón, trapecista, astronauta, azafata y canillita, en invierno.
Presidente de la Cooperativa de Cirujas de Ayolas y Convención. Vivir una temporada en la vecindad del Chavo del 8 y ser consolador del motel Amenábar, consola de luces, portones y todo eso. Asistente de sonido de Verve y Blue Note. Corrector de las contratapas del Gordo Soriano. El gato Beppo. Maquillador de Juliette Binoche. Bastonero de la murga Carasucias. Lustrabotas oficial del Sol de Mayo. Locutor de la voz del estadio en el Gigante de Arroyito. Vendedor de pizza por metro en el Gabino Sosa y lugarteniente de Belgrano, en cualquier batalla. Vendedor de globos en el Cirque du Soleil. Tornero fresador, ad honórem, en la fábrica de bicicletas de mi viejo. Ujier del juez Garzón, de Lisandro de la Torre y de don Rafael Bielsa. Jefe de cocineros del Palacio Legislativo y utilero de la selección de Bilardo, en México, en 1986.
Ayudante de cátedra de la doctora Leonfanti, de Jorge Strano y de Enrique Pezzoni. Compañero de juerga (una noche) de Chet Baker, Joaquín Sabina y Marcello Mastroianni. Chico de los mandados de Raúl Gustavo Aguirre y plomo de la orquesta de Osvaldo Pugliese. Maquillador de Maggie Cheung y alumno de piano de Felisberto Hernández. Vendedor de libros Braille a la vuelta de la casa de Borges y jardinero de tiempo completo en la mansión del señor de Swann. Alumno de quinto grado en Chivilcoy, donde enseñaba Julio Cortázar, o en Moreno, donde enseñaba Hebe Uhart. Boletero del tren que llevó a la Eva desde Junín a Buenos Aires y vendedor de medias negras, de red, en la tienda de la vuelta de casa de Marlene Dietrich. El barman de Casablanca y wing derecho de un 3-2-5, que sería: Scalona, Marito Zanabria, Gustavo Chan, Maradona y Kempes... ¿Y Carlovich? En lugar mío, por supuesto.
Me gustaría ser el Tamborcito de Tacuarí, pero que la batalla fuera en la plaza de Tablada, que ese día se llamaría Evita y yo sería el sargento Zonders, de Combate, en la única vez que un yanqui pelearía para nosotros. Chico de los mandados de Geena Rowlands, ball boy de Venus Williams y tener un videoclub a la vuelta de la casa de John Cassavetes. Me gustaría ser gerente de marketing de un kiosco de cigarrillos debajo del Puente Saavedra, a la vuelta de la casa de Goyeneche; fabricante de vainillas punta roma, dulce de leche, pastillas DRF y pirulines; cadete de Gustav Klimt, enfermero de Frida Kahlo y delineador de ojos de Romy Schneider; componedor de muñecas y chocolatinero del teatro El Circulo. Organillero, compadrito, iluminador de payasos, sastre de marionetas, escribiente de Heinrich Böll y lector a domicilio de damas ciegas. Reparador dactilógrafo de la Lettera de Alejandra. Público voluntario en las hechicerías de Olga Orozco y hacer el papel de Leonard en The Big Bang Theory. Abridor de puertas de autos en el hotel Le Trianon" de París, cartero numerario en el barrio Rojo de Amsterdam y mecánico de motos de la Vespa de Nanni Moretti y la Gilera del Che, los tres, alrededor de la derrota.
Y aunque bar ya tuve, me faltaría una licorería a la vuelta de la casa de Raymond Carver, o una changuita de deshollinador en Londres, o pastor de ovejas en las afueras de Dublín y médico rural en Los Cardos, donde mi abuelo José, casi niño, murió de tétanos. Vendedor de partituras a domicilio en Nueva Jersey, Massachusetts, Waltham y cualquier otro lugar que fuera a la vuelta de la casa de Bill Evans. Asesino a sueldo de vaciadores de empresas o países. Ángel de la guarda, incubadora de todos los niños menores de un año, o menores a un kilo de peso y volver a los diecisiete, pero que el presidente no fuera Videla, y volver al zaguán de la casa de ella, esa noche de invierno en la calle Colón y vivir mil años y ahorrar cada peso que pueda para comprar las obras completas de todos. Y no parar nunca de escribir y contemplar el mundo desde la mesa número siete del bar La Sede.
Nadar siempre al lado de Julieta en el andarivel número cuatro del Sindicato del Seguro, prender una fogata perpetua en Alem y Ayolas, y cabecear todos los centros que tirase el Mono Pantaleón, sobrio o en pedo. Ser Oficial primero en los talleres pirotécnicos de mi abuelo Benito, rellenar los morteros de pólvora y abrir bien los ojos, para no perder las bengalas, ni el cielo, ni el asombro.
Y una sola vez, una vez más, volver a jugar a Romeo y Julieta con mis primos y tomar la leche todos juntos en la cama grande, con la abuela María, mirando Batman.