El 1º de mayo de 1974 fue una de las jornadas más impactantes de la historia argentina contemporánea. El histórico Día del Trabajador puso dramáticamente en evidencia la feroz lucha que se había desatado en el interior del peronismo gobernante. La mitad de la Plaza de Mayo estaba cubierta por miembros del peronismo sindical, visceralmente anticomunista. La otra mitad estaba ocupada por la Juventud Peronista, siendo los Montoneros su columna vertebral. La izquierda peronista utilizó ese acto para desafiar públicamente a Perón. El general, encolerizado, no soportó semejante afrenta. Ha llegado la hora, bramó, de hacer tronar el escarmiento para luego dirigirse a los jóvenes de la JP utilizando los calificativos de “estúpidos” e “imberbes”. Inmediatamente la JP se retiró de la plaza. Ese día dio comienzo el terrorismo de Estado en Argentina. A partir de entonces la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) conducida por José López Rega le declaró la guerra a Montoneros, quienes no eran precisamente unas carmelitas descalzas. Y el territorio argentino se tiñó de sangre. Los cadáveres acribillados a balazos que comenzaron a aparecer a diario fueron la más dramática demostración del tiempo histórico que se estaba viviendo. El escarmiento ordenado por Perón el 1º de mayo de 1974 adquirió legalidad en septiembre de 1975 con el decreto firmado por el presidente interino Italo Luder y sus ministros (Carlos Ruckauf y Antonio Cafiero eran los más conocidos) ordenando el aniquilamiento de la subversión. Luego del derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas, bajo el mando de los genocidas Videla y Massera no hicieron más que dotar de institucionalidad al decreto de Luder. En definitiva, no hicieron más que obedecer la orden dada por Perón el 1º de mayo de 1974.