Considero necesario puntualizar que a las excelentes notas a través de las cuales dos destacados periodistas de La Capital despidieron a Evaristo Monti, pueden agregarse unas referencias sobre la primera etapa de su vida que transcurrió en mi ciudad, Cañada de Gómez, donde él había nacido en 1925, y sobre sus relaciones familiares en ella. Mi madre, Ema Molina, cinco años mayor, vivió con mis abuelos junto a su casa, en Pellegrini a pasos de Ocampo, y siempre me narraba que él era hijo de doña Rosa Monti y que lo había tenido en sus brazos. Sus hermanos, a quienes Evaristo solía visitar, eran Luis Giordano, escribano y profesor del Nacional, Juanita G. de Sylwan Schnack, maestra, y Armando Mandy Giordano, cuyo hijo del mismo nombre, popularmente conocido como Trucha, desaparecido durante la última dictadura militar, fue uno de mis compañeros de promoción en ese mismo colegio. Con Trucha Giordano comenzamos a estudiar juntos en la Facultad de Derecho, pero pronto abandonó la carrera para trabajar en el Frigorífico Swift, ámbito propicio para su prédica revolucionaria entre los obreros rosarinos. Corresponde agregar que mientras fue estudiante más que estudiar le apasionaba militar, y que se convirtió en el artífice y el alma de las protestas estudiantiles alentadas por el socialismo revolucionario, que durante los sesenta se originaban en el concurrido y politizado comedor de la UNR. Es un acto de justicia agregar que luego de esa desaparición, Evaristo se ocupó y preocupó sin resultado por tratar de indagar al respecto, lo que resulta muy loable y denota que más allá de su formación e ideas políticas, que estaban en las antípodas de las que animaban a su sobrino Trucha –con el que tenía muy cordial trato–, por lo menos en este caso supo hacer honor a sus vínculos familiares y afectivos, y también defender los derechos humanos.