"El desarrollo es el nuevo nombre de la paz", sentenció el Papa Pablo VI, legándonos una máxima que nos obliga en el presente de cara al futuro de nuestros hijos y nietos. Pero el Sumo Pontífice en aquel entonces no pensaba en un desarrollo economicista, sino en aquel que refiere al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres; un desarrollo que apalanca el progreso social y que encuentra en el trabajo el corazón de la dignidad y libertad humana.
De aquí que, aunque desde un punto de vista estrictamente económico pueda haber diversas soluciones o "equilibrios" posibles al problema del crecimiento y el desarrollo, desde el punto de vista más amplio, económico-político-social, sólo sirve y es válido aquel "equilibrio" que garantiza el pleno empleo de todos aquellos hombres y mujeres que desean y necesitan trabajar.
Lo anterior cobra suma importancia cuando se recuerda que, en una economía de mercado, quien está desempleado porque no encuentra empleo no se enfrenta al ocio creativo (tan deseable como meta humana y social, una vez garantizadas las necesidades materiales), sino que se encuentra expulsado de la producción y, consecuentemente, en buena medida desintegrado de la sociedad.
Por ello me llama la atención con qué liviandad se discute en Argentina la viabilidad de tal o cual sector económico, por ejemplo, la industria. Se lo hace ya no sólo desconociendo su insoslayable importancia para la agregación de valor, la creación y difusión de conocimiento o las posibilidades de una inserción comercial internacional soberana, sino que olvidando también su inapreciable aporte a las cuentas públicas y, fundamentalmente, a la generación de empleo de calidad y bien remunerado.
Con todas las derivaciones que eso conlleva, entre ellas los beneficios de un mercado interno pujante. Ya que, como alguna vez dijo el ya fallecido Rogelio Frigerio, "para las Pymes el salario es el mercado". La industria en Argentina genera alrededor del 19 por ciento del empleo privado formal. Cierto es que en parte de su tejido tiene problemas serios de competitividad, entre los cuales figura un costo laboral relativamente elevado si se lo compara con la productividad media del trabajo, en perspectiva internacional. Pero el desafío es el salto de la productividad, no la desaparición del sector, como algunos proponen, o la regresión en las conquistas sociales y laborales. Podemos discutir lo que el trabajador cuesta, pero es peligroso poner en riesgo lo que el trabajador gana, o lo que trabaja.
El último año y medio la industria sufrió un retroceso que enciende luces de alerta. Cierto es que en mayo el sector mostró su primer "brote verde" en quince meses (2,7 por ciento interanual). A los bloques vinculados al agro y la obra pública se sumó la industria automotriz. Pero pocos días atrás se conocieron datos oficiales de empleo asalariado formal privado correspondientes al mes de abril de 2017. El diagnóstico que surge es preocupante, porque se destruyeron casi 53.000 empleos formales en las empresas, donde el rol de la industria ha sido determinante.
Estaríamos equivocados si pensáramos que se trata sólo de recuperar los 53.000 puestos perdidos porque, en la medida en que la población crece (1 por ciento anual), nuevas personas se incorporan al mercado a ofrecer su trabajo. Como señaló recientemente el doctor en Sociología Daniel Schteingart: "En noviembre de 2015 había 14,35 asalariados formales privados cada 100 habitantes, según datos del SIPA (y proyecciones poblacionales del Banco Mundial). En abril de 2017 hubo 14,03. Volver a ese 14,35 implica crear hoy 143.000 puestos formales privados, no 53.000."
En el gráfico que el mismo Schteingart confecciona, podemos ver la dinámica del empleo formal por sectores. La industria es claramente el sector más castigado: expulsó 54.600 trabajadores desde noviembre de 2015, lo que equivale al 4,3 por ciento de su plantilla; un acontecimiento inusitado desde 2002.
El empleo de esta calidad que creó el agro (2.100 puestos formales directos) no alcanzó ni de lejos para compensar la merma del empleo industrial. De acuerdo con el propio Indec, el desempleo en el conurbano bonaerense (principal bastión industrial), trepó al 11,8 por ciento en el primer trimestre de 2017, el más alto de toda la República.
Todos los sectores son importantes, y merecen la atención de la política económica, pero algunos como la industria poseen una importancia mayúscula, porque a través de su gravitación económica influyen decisivamente en la dinámica social.
Sin industria no hay integración social, cuidémosla.
Elías Soso - Vicepresidente 1º de la Confederación Argentina de la mediana Empresa