Injusta y desdichada es la muerte, esa vieja vestida de negro y con una parca en la mano, que se lleva a aquellos seres de luz que más amamos y queremos, más allá de la subjetividad que nos atraviesa de cabo a rabo.
Por Matías Petisce
Injusta y desdichada es la muerte, esa vieja vestida de negro y con una parca en la mano, que se lleva a aquellos seres de luz que más amamos y queremos, más allá de la subjetividad que nos atraviesa de cabo a rabo.
Para quienes comenzaban a recorrer el maravilloso viaje de ida de la batería a mediados de los 90' hoy es un día triste, caprichosamente injusto como toda pérdida material de un ser querido y maravilloso como Martín Carrizo. Es así de triste e inevitable: "la vieja" se acaba de llevar a uno de los músicos y bateristas más talentosos y queridos de la escena nacional. Solo queda recordarlo como aquel pulsomotor detrás de cada batería Mapex -amaba esa marca- y el doble pedal martillando el bombo en A.N.I.M.A.L., los pases y ritmos en Gustavo Cerati, Walter Giardino y el Indio Solari y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, entre otras bandas y proyectos, puesto que también era productor de su hermana, Caramelito Carrizo.
De pronto se vienen imágenes mnémicas, recuerdos y pasajes de aquel flaco de ojos brillantes y barba apenas crecida con los pelos ondulados largos, como un pulpo detrás de la batería de A.N.I.M.A.L. para contagiar a Corbata Corvalán y a Andrés Giménez en ese "Nuevo camino del hombre". Eran noches de la vieja y recordada MTV y su programa Headbangers Ball conducido por Alfredo Lewin donde A.N.I.M.A.L ya era conocido y todos querían ver y escuchar a esa banda que sonaba increíble, con una potencia descomunal. Era un power trío de metal de aquellos, con un muchacho que pelaba palazos con una potencia y precisión inusitada. Y a eso había que sumarle el deleite cuando tocaba el doble pedal en alguna parte de la canción.
Carrizo irradiaba una energía positiva que contagiaba a cada músico con el que compartía escenarios y discos cada vez que ejecutaba el instrumento con esa precisión y alma muy pocas veces vista. Además, rompía con el viejo axioma de la pedantería colectiva de que "los músicos son todos drogadictos". Para sorpresa de muchos y muchas, según contó más de una vez, no tomaba alcohol y tampoco consumía drogas: no las necesitaba, llevaba en el alma ese talento innato (puesto que era autodidacta) que contagiaba en cada show.
Una vez, en los albores de la maléfica enfermedad de la que también fue víctima Roberto "El Negro" Fontanarrosa, contó algo que sorprendió a propios y extraños. Cuando se creía que era un baterista metalero y solo de ese palo, reveló que anhelaba tocar en Soda Stereo y para ello se encerraba en su cuarto, apagaba las luces y se calzaba los auriculares con el trío de rock nacional para "pisar" los temas. Confesaba que se sentía tocando en vivo y en directo en Soda. Pero eso no fue lo único, también confesó que ensayaba en una sala donde siempre iba una banda de rock y un día lo escucharon tocar y lo invitaron a probarse. Sin embargo, por razones del destino, esa posibilidad no pudo ser por una curiosidad: ese grupo era Patricio Rey y los Redonditos de Ricota y el batero de entonces era Walter Sidoti, quien engrasado y todo llegó como pudo al ensayo tras sortear la ruptura de la moto en la que se desplazaba.
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Pero la vida le dio revancha y pudo concretar sus deseos de alguna forma. Pronto lo convocó Gustavo Cerati para su segundo disco de estudio (Bocanada), en el que inmediatamente le imprimió su impronta a los parches. Y se notaba. Y si no, sólo basta escuchar los pases (fills en la jerga baterística) en cada tema para saber que era único. Lo mismo ocurrió cuando el Indio Solari lo invitó para tocar en su proyecto solista, además de producirle los discos, nada más y nada menos que a un músico tan quisquilloso y meticuloso como El Indio, quien lo había apodado "Don Martin (en inglés)", como un señor, por sus cualidades músicales y ese talento apasionado.
Aquello que al Indio empezó a "pisarle los talones" (mal de Parkinson) a él le comenzó a brotar un extraño hormigueo y pérdida de fuerza en el extremo izquierdo de su cuerpo sin saber qué le pasaba. Era Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), y así y todo no dijo nada y tocó en el último recital que el Indio ofreció en Tandil para ese "océano de gente", como él mismo lo catalogó. Después ya tuvo que bajarse de la batería, irremediablemente. Y así fueron y se consumieron sus últimos casi cinco años de vida.
Hacía poco que había dado su última entrevista para un medio de la Capital Federal. Ahí confesaba que lo único que lo mantenía con ganas de seguir peleando contra la ELA que le pisaba los talones desde 2017 era el amor que tenía por sus hijos y el empuje y la fuerza que ellos le daban cada día. Ya había probado con todo tipo de tratamientos y terapias alternativas para intentar tirarle un amague a lo inevitable, pero no había caso. Sentía calambres y dolores insoportables en el cuerpo durante las 24 horas y hacía pocos días había cumplido 50 años. Hoy su cuerpo dijo «hasta acá llegamos», pero el alma estaba llena de luz como cada vez que se subía a la batería y le ponía ritmo, potencia y precisión a cada banda que le tocó iluminar. Gracias por venir...