Inés Garland es escritora, traductora y coordinadora de talleres de narrativa. Sus libros para adultos, jóvenes y niños han sido traducidos a varios idiomas y sus cuentos forman parte de antologías de diferentes lenguas. En agosto de 2025, publicó “Diario de una mudanza”, su más reciente novela, un relato fragmentario sobre las múltiples transformaciones que atraviesa una mujer luego de la menopausia.
Este sábado 25, a las 19, lo presenta en la Feria Internacional del Libro de Rosario. Esa misma mañana, de 10 a 12, participará del club de lectura para mujeres “Las madres en la literatura”, en un encuentro presencial en la librería Homo Sapiens (Sarmiento 829).
“Las madres en la literatura” nació en 2019 con la idea de leer y compartir historias en torno a la maternidad. Desde entonces, se juntan un sábado al mes, para leer textos elegidos por sus coordinadoras, Mariela Caballero y Gisel Zingoni, quienes además serán las encargadas de acompañar a Garland en la Feria. Hace poco, sumaron una nueva propuesta: el club de novela, que debutó justamente con “Diario de una mudanza”.
Es que el libro de Garland suscitó una “cantidad increíble de conversaciones”, según ella misma afirmó en diálogo con La Capital.
“Nunca había hecho tanta cantidad de visitas a grupos de lectura virtuales y también presenciales. También me pasó de encontrarme a mujeres por la calle. Por ejemplo, he caminado cuadras con una lectora que me dijo que me reconoció por la foto de la solapa, me preguntó si podía caminar conmigo y me contó cosas sobre su vida. El tema de que el libro fuera una conversación con otras personas fue una sorpresa grande. Por más que eso sea lo que más me interesa de los libros, o una de las cosas: la conversación. Pero fue muy asombroso y me hizo obviamente muy feliz”, afirmó la autora.
“Diario de una mudanza” toma el climaterio como contexto para abordar, con una honestidad encantadora, diversas experiencias como el deseo después de la fertilidad, los mandatos de la maternidad, los duelos familiares. Esa versatilidad, junto con la pluma siempre precisa de la autora, hizo que el libro interpele no sólo a las mujeres en la misma etapa de la vida que Garland.
“A mí era un libro que me daba un poco de pudor porque es super personal. Hay cosas autobiográficas y otras no, y también hay confusión con eso, se toma todo como autobiográfico. Sentía que me iba a exponer mucho y eso me daba bastante resquemor. Pero lo que descubrí fue que nada de eso fue así, sino todo lo contrario. Resultó que abrir esa puerta era abrir también otras puertas en otras personas que querían hablar de estas cosas. Mujeres, hombres, mujeres jóvenes, mujeres mayores que yo. Eso me dio mucha alegría”, contó Inés.
Los elementos autobiográficos de la novela están a la vista: la protagonista es una mujer de su misma edad que traduce y escribe. De ahí en más, es imposible, y sobre todo inútil, saber cuáles de las experiencias relatadas efectivamente le ocurrieron a Garland y cuáles ficticias (aunque no por eso menos verdaderas). Sin embargo, la autora se encontró insistentemente con la voluntad de discernir entre “ficción y realidad”.
“Te preguntan si tal o cual cosa te pasó. Creo que ahí hay una diferencia muy grande entre quienes escriben y los que no. Los que escriben, saben lo que hacemos cuando nos ponemos a escribir. También creo que es una época muy morbosa. Si mirás televisión y ves las imágenes que muestran todo el día, no ves la realidad sino un recorte. Podés estar mostrando una cosa o estar mostrando otra, depende dónde pongas el ojo. Entonces, no sé si importa si me pasó o no, porque todo es un recorte. Si me pasó o no me pasó, me parece lo menos interesante. Yo tengo una forma de ver la vida, como todas las personas, y cuando escribo, lo que pasa va hacia esa mirada. Entonces, no me importa respetar los hechos tal como fueron, me importa que termine apareciendo esa mirada. No es que yo lo haga a propósito, sino que la verdad, la verdad entre comillas, emerge de donde yo pongo la vista, de lo que miro, de lo que elijo contar”, detalló Inés.
La autora habla en cambio de una “verdad emocional” de la escritura. Se trata de una idea que tomó una maestra de escritura creativa, y que afirma que la materia de la escritura emerge del fuero interno: hay que animarse a indagar en esa vulnerabilidad y abrir puertas del lado de adentro. Esa misma noción es la que Garland busca transmitir en sus talleres y otras instancias de docencia.
“Es muy impresionante eso cuando das clases. Hay alumnos que sacan los pies del plato cuando están por llegar a la verdad emocional, y yo me doy cuenta. Cuanto más los conozco, más les pesco el miedo a contar eso que realmente se quería contar a través de lo que están contando, y los tengo que empujar a que lo sigan buscando. Hay que tener mucha valentía para hacer esa búsqueda, porque aparecen cosas que no tenés ganas de ver. Eso se ve muchísimo en los talleres. Entonces, me toca acompañar y leer entre líneas eso que está tratando de aparecer y que por ahí ellos no tienen las herramientas o el coraje para que emerja. Pero para mí, de eso se trata acompañar a alguien que quiere escribir: que no saque de los pies del plato, que no se acobarde y termine de encontrar lo que realmente tiene que salir”, explicó Inés.
Si bien no podía anticipar la resonancia de su reciente obra en múltiples generaciones, la escritora había tenido una pista a partir de la reacción de su primera lectora: su hija. “Ella vive afuera y se lo mostré una vez que vino. Tenía que hacer un montón de trámites y nosotras íbamos en el auto: ella manejaba y yo leía. Ella es una gran lectora y quería saber qué le parecía, sobre todo con estos nervios que yo tenía sobre la exposición, si le parecía algo muy kamikaze. Fue muy lindo porque terminamos todos los trámites y cuando llegamos a casa ella me pidió que siguiera leyendo. Lo terminamos en un día. Y me dijo: ‘quiero que lo lean todas mis amigas, porque habla de cosas que nos pasan a las mujeres’. Mi hija tiene 31 años. Eso fue una gran sorpresa para mí”, compartió Garland.
En el año que transcurrió desde la publicación, esas respuestas no hicieron más que multiplicarse. ”Hace poco estuve en Madryn con un club de lectura de una biblioteca pública y pasó eso. Eran tres grupos de mujeres de distintas edades, y se juntaron todas para hablar del libro. Una chica joven me dijo que sentía que no tenía tantos puntos en común con las otras mujeres porque eran mayores que ella. Y que el día que hablaron de ‘Diario de una mudanza’ fue el día en que se sintió absolutamente cercana todas esas mujeres de distintas edades. Se contaron cosas entre ellas que las acercaron y las hicieron sentirse muy unidas. Eso me encantó”, sumó la autora.
Finalmente, Garland se refirió a la potencia de los clubes de lectura y otros espacios similares de encuentro.
“En la novela varias veces digo: ‘no sabemos nada de los otros’. Y en los clubes de lectura aparece un modo de saber algo de los otros. Un modo de sentirte parte de un colectivo, también, de que no estás tan sola o solo en lo que te pasa. Porque con variantes y matices, a los seres humanos nos pasan las mismas cosas. Hay mil diferencias pero hay algo en común que para mí tiene mucho que ver con el dolor por el desamor y la alegría por el amor. Los abandonos, los dolores, las heridas, el disfrute, el placer. Las historias pueden ser diferentes, pero si está eso de fondo, hay una sensación de no estar tan solo y de saber un poco más qué pasa con el que tenés enfrente. Porque si no ves las fachadas o las conversaciones que tienen lugares comunes en el peor sentido, de quedarse en la superficie, y no llegás a saber a quién tenés en frente. Bueno, no sabés nunca a quién tenés enfrente, pero al menos el misterio puede ser un poco más profundo”, cerró.