¿Estuvieron soñando últimamente con Fito Páez? ¿O tararearon alguna canción suya aunque no les guste? Bueno, no es síntoma de nada raro. Es que Fito Páez desde hace unas dos semanas está hasta en la sopa. El estreno en Netflix de la biopic “El amor después del amor” transformó el nombre del rosarino en una suerte de hashtag infinito: los medios, las redes sociales y hasta los programas de chimentos están hablando de la vida de Páez. La señora de la esquina, la que atiende el almacén y jamás escuchó un disco de Fito, también está mirando la serie: no entiende nada, claro, pero ahora sabe quién es Fabiana Cantilo.
La omnipresencia del autor de “Cable a tierra” no es sólo asunto de la serie. A la edad que otros músicos aminoran la marcha, Páez se mantiene tan activo y curioso como siempre. En la última década publicó diez discos, un promedio de uno por año. Y los 30 años de “El amor después del amor” se celebraron a lo grande: ocho shows en el Movistar Arena y dos recientes estadios de Vélez. ¿Algo más? Un montón: en 2022 publicó su autobiografía, “Infancia y juventud”; interactúa mucho con las nuevas generaciones (en la era del feat. se unió a Lali Espósito, Trueno, Conociendo Rusia y Nathy Peluso) y las redes sociales no le son indiferentes: ahí está mandando saludos desde el bar Junior o comunicándose con colegas y amigos frente a miles de seguidores.
De las pocas estrellas o figuras populares que le quedan al rock argentino, Páez tal vez sea el único que entiende bien cómo funciona el actual negocio de la música, y es capaz de amoldarse con habilidad a las reglas de juego de la industria. No en vano siempre está nominado o invitado a los Grammy latinos (o los Grammy a secas), el premio que representa a los poderosos de la industria discográfica. La omnipresencia de Páez no es casual. Pasados de rosca como estamos con la globalización, internet, las redes y los clics, él y su management saben perfectamente que ahora estás en todos lados o no estás en ninguno. “Estar en la conversación”, como se dice ahora (lo que antes se llamaba “estar en el candelero”), te asegura que aumenten tus vistas en YouTube o tus escuchas en Spotify. Los más nostálgicos además van a comprar los discos en formato físico. Y los que tienen más dinero van a comprar entradas para los recitales. Y así todo suma.
A este combo sólo le faltaba la serie. El producto audiovisual. La película de tu vida. También hubiera podido ser un documental. Pero la ficción tiene más impacto. Y si es en formato de serie a las plataformas les rinde más. Después del éxito de “Rapsodia bohemia” (2018), las biopics musicales se multiplicaron. Y qué mejor que sacar una serie justo para el aniversario redondo de “El amor después del amor”, que fue el año pasado pero promete una celebración interminable.
“El amor...” (la biopic, no el disco) se consume rápido. Por fanatismo, por curiosidad, por morbo, por lo que sea. Son ocho capítulos cortos (lo que no quiere decir que tengan buen ritmo narrativo) que no poseen ningún peso propio. La serie es liviana, prolija, “cumplidora”. Cumple con los estándares de la industria, con lo que se espera. No hay sobresaltos, ni sorpresas, ni revelaciones. Podría haber sido mejor, por supuesto, aunque a esta altura resulte tonto tener expectativas con estas cosas... Pero se limita a ser otro producto más de la avalancha de ofertas de la marca Páez.
El crítico Diego Lerer, en La Agenda Revista, plantea varias preguntas interesantes sobre esta biopic: “¿La nostalgia es un motor suficiente, válido, para este tipo de series? A esta FM Aspen audiovisual con la que convivimos de «Rapsodia bohemia» en adelante, ¿no habría que sumarle algo que le dé entidad propia? Yo no lo encuentro en la serie sobre Fito”, afirmó. Para Lerer, “quizás el gran problema de la relación de muchos espectadores con el audiovisual argentino es que nos conformamos con que los productos sean «competentes». Que se vean bien, se escuchen bien; que la ropa, la música, los actores y la fotografía estén bien. Con eso ya está, listo”. Para el crítico, “si el plan era hacer una Wikipedia ilustrada de la vida de Páez”, hubiese sido mejor “hacer un documental”.
Desde el sitio Hacerse la crítica, Gerardo Martínez comentó al borde del enojo: “¿Para qué buscar una narrativa original, algo que evoque la sensibilidad del rock nacional, de la época, de la lírica, sobre todo de Fito, si con reproducir, reconstruir, replicar- videos, imágenes y fotos, estamos. Si lo que «la gente» quiere es acordarse y chau”.
Con calma se puede decir que “El amor...” es una serie que no avanza dramáticamente hacia ningún lado. Y nadie se toma la molestia de narrar la conexión profunda y vital que existe entre las tragedias, las ausencias, los amores y las resurrecciones y la creación artística. Todo es citar, nombrar, seguir... El name-dropping y el desfile de “parecidos a” está a la orden del día.
Cuando le informan por teléfono a Fito quién fue el asesino de su abuela y de su tía (un ex compañero de la secundaria, un criminal trastornado), el personaje de Páez no responde nada. Y de ahí pasa directamente a tararear “Dale alegría a mi corazón” en una desolada calle en Madrid. El público que no conoce de antemano la trama policial de ese horrendo crimen queda afuera. Y así los núcleos dramáticos se van desvaneciendo. Lo mismo pasa con la relación con Cecilia Roth, que se resuelve “a la cachetada”, al final y como de compromiso.
También llaman la atención algunos descuidos. Por ejemplo, en una escena se puede ver una batea dedicada a Prince en 1978, cuando Prince apenas había editado un solo disco para ese año y en Argentina recién tuvo relevancia a partir de 1984. Ni hablar cuando el personaje de Baglietto le dice a Páez: “Bienvenido a la Trova”. Otro aspecto de la serie que hace ruido es el excesivo protagonismo de Charly García (o la caricatura que hace Andy Chango de García), hasta tal punto que en la banda de sonido parece haber más temas del bigote bicolor que del mismo Fito.
Se ha repetido hasta el cansancio que es arriesgado hacer una ficción sobre personajes conocidos que están vivos, y por ende podrían presentar su mirada crítica o reprobatoria de la historia. Sin embargo, en esta era de clics las críticas y las polémicas suman, amplificando el impacto del producto a través de las redes y los medios masivos de comunicación. No hay pérdida, no hay riesgo. Es pura ganancia.
Como pasa con casi todo, los ecos de la serie se aplacarán en un par de meses. O antes. Pero no importa. Fito Páez ya tiene preparado un disco de reversiones de “El amor después del amor”, a dueto con músicos invitados, un amplio abanico de posibilidades para seguir siendo parte de la conversación.