Lejos, muy lejos queda el estereotipo del metalero que muestra las dientes para ahuyentar. Claro, Andrés Giménez no parece, a primera vista, un tipo del montón. El cuerpo tatuado, los piercings y su look mitad informal y mitad metalero hacen que no pase desapercibido. Pero cuando habla es mucho menos un tipo del montón.
Profundo y sensible, el líder de D-Mente confiesa con una sinceridad brutal temas que lo obligaron a un cambio de piel, como la muerte de su padre y su pasado de adicciones. Hoy, junto a Lisardo Alvarez (guitarra), Gula Cocchiararo (bajo) y Paulo Torres (batería) se presenta en Pugliese (Corrientes 1530). Todo comenzará desde las 22 con Innova y Acido, quienes serán las bandas soporte del "Hasta el fin tour", en el que D-Mente tocará las canciones de su último trabajo "No es el premio ganar sin saber lo que fue perder". Esta frase, justamente, fue el disparador de una extensa charla en la que el ex líder de ANIMAL habló de privilegiar el respeto, de la rebeldía, del éxito y, extrañamente, muy poco de música: "Nosotros somos bichos raros, y tenemos que tratar de que ese bicho raro sea parte de este gran zoológico en el que vivimos".
—Yo me lo tatué cuando tuve un quiebre grande en la vida, que fue cuando mi viejo murió, y al poco tiempo decidí terminar con ANIMAL y empezar una nueva carrera con D-Mente. Eran muchas cosas que para mí fue muy doloroso perderlas, más que todo lo de mi papá, pero entendí dando vuelta la historia y porque siempre fui un tipo positivo para ver la vida, que la palabra perder está establecida como errar, como ser looser, que el perder es malo. Y cuando empecé a mirar el lado positivo de perder, entendí que también ganaba un montón de cosas, el haber perdido a mi viejo me abrió la cabeza, el sentimiento y el alma para un lado que jamás me hubiese imaginado, que era entender el amor que él me tenía y el amor que yo le tenía a él y el que nos seguimos teniendo mutuamente hasta la eternidad. Y lo mismo con ANIMAL y D-Mente, que no había perdido nada, en definitiva había ganado un montón de cosas.
—Parece que la medida de todas las cosas pasa sólo por ganar y perder.
—Mirá, tuve experiencias increíbles en la vida, vine de un barrio súper humilde, y como cualquier pibe de barrio que tiene sueños para realizar a mí se me habían cumplido un montón. Pensé que tenía que ver la vida con una visión más firme y pura, y tomar la realidad con un aspecto positivo. Hay que ir cambiando, como esos animales que van cambiando la piel y en un momento se les cae la que tenían para dejar el lugar a la piel nueva. Bueno, si el animal no pierde nunca esa piel no va a regenerarse y si no se regenera se muere. A veces hay que saber perder, porque esas pérdidas te dan sabiduría para encarar cosas nuevas y podés ganar otras cosas.
—¿Por qué hay que esperar un hecho bisagra tan determinante para tomar un cambio de rumbo?
—Principalmente porque somos seres humanos, y tenemos errores y virtudes, y uno nunca quiere errar, uno siempre quiere hacer el gol. Si fueras jugador querés ser como Messi, y uno se tiene que dar cuenta que Messi es un tocado, y por más que quieras no vas a poder jugar como Messi, pero eso no quiere decir que no puedas compartir ese lugar con él. En eso creo que fallamos, siempre tiene que haber un quiebre en la vida de cada uno para darnos cuenta lo que uno pierde para valorar lo que tiene, porque si no tenés que ser una persona súper poderosa para dirimir entre lo malo y lo bueno, el error y la virtud, con una edad que no es la indicada y sin tener experiencia, o sea, tenés que ser Dios.
—¿Tus canciones siempre tienen un disparador intimista?
—Sí, yo cuando escuchaba la canción "Yo vengo a ofrecer mi corazón", de Fito Páez, vi que estaba buenísimo lo que estaba diciendo porque dice "quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón". Es una letra muy linda, pero después de escuchar eso entendí un par de cosas y redoblo la apuesta, yo no soy una persona que ofrezco el corazón, yo ofrezco el alma. Porque el corazón es un órgano más, es vital e importante, pero si uno muere cerebralmente puede quedar en coma, como quedó mi papá, en estado vegetativo durante 9 meses, viviendo igual con el corazón funcionando. Entonces por más que mi papá me ofrecía el corazón yo a mí papá no lo tenía, pero cuando se fue me dejó algo, que fue el alma, porque el alma no se muere nunca.
—Con tu look y la música metalera, habrá muchos que imaginarán que tu personalidad está en las antípodas de lo que reflejan estas palabras, ¿qué decís a esto?
—Yo soy una persona normal, común, con errores y virtudes como cualquiera, cometí 250 mil errores, pero creo que tuve mis momentos de rebeldía sin causa, mi momento de drogadicción extrema y salir de todo eso y de formar mi familia. Pero son etapas que uno tiene que ir quemando en la vida, creo que es muy difícil encontrar la coherencia de una persona cuando es muy joven, no porque no tenga la sabiduría sino porque todavía no caminó la vida. Mi sobrino de 16 años es increíble, va al colegio y se saca las mejores notas, pero se sigue cayendo de la bicicleta, y no se da cuenta que manejando de otra forma no se va a caer.
—¿Se trata de ir respetando los tiempos de aprendizaje?
—Es que creo que todo tiene su tiempo, soy una persona toda tatuada pero porque me gustan los tatuajes, destilo energía y distorsión porque me gusta la distorsión como forma de expresión. Me gusta el metal porque nací escuchando el metal, pero soy un respetuoso de la música ante todo, porque a la par de escuchar metal mis viejos me hacían escuchar tango y folclore todo el tiempo, y yo no podía dejar de parar la oreja y decir guau, cómo canta Hernán Figueroa Reyes, cómo canta Nelly Omar, o Gardel, Rufino, Rivero, Marino y Goyeneche. Por eso uno tiene que tener rebeldía y amor interno, pero hoy mi consejo más grande es que tratemos de ir creciendo en todo sentido, no creciendo en edad, creciendo en maduración y en respeto, y en aprender y abrir la cabeza.
—¿No todo el mundo tiene la predisposición de andar con la cabeza abierta y respetar al otro?
—Yo soy una persona que si por ahí me ves capaz que cruzás la calle, pero está bueno que si te cruzás la calle por lo menos me mires y por ahí te arrimás y terminamos charlando y siendo amigos. Es peor que nos comamos la película de que yo te haga cruzar la calle, que es distinto, a que vos la crucés solo. Hay gente que tiene el mismo look que yo y por ahí lo usan para asustar y para que se crucen la calle, el día que entendamos que el vestirnos así, el tatuarnos así, usar piercings, y el sentirnos de esta forma es una forma de vida como cualquier otra, el día que entendamos eso no va a cruzar nadie la calle, porque va a entender que nosotros somos así.
—Sin ir más lejos, los tipos que tienen traje y pelo con gel son los que le dan la libertad a los que tienen grandes organizaciones de trata de blancas, como ocurrió con el caso de Marita Verón, y nadie se cruza la calle cuando los ve. Esos sí que meten miedo.
—Sí, es cierto, y yo la verdad le perdí el miedo a muchas cosas, porque creo que lo más importante es abrir la cabeza y saber respetar, después habrá gente que le caerá mal o bien lo que decís. Eso es lógico, sino el mundo sería muy aburrido, pero creo que hay que tener la mente abierta, y más nosotros que estamos dentro de este medio por algo que elegimos. Por ahí, a la visión del común de la gente, nosotros somos bichos raros, y tenemos que tratar de que ese bicho raro sea parte de este gran zoológico en el que vivimos.
—¿Qué mensaje les dejarías a los adolescentes, muchos de los cuales son público de tus recitales?
—Creo que hay que dejarles la libertad de elección, pero siempre con respeto, es fundamental, porque si tenés respeto en todo lo que hagas vas a tener una medida, una conducta. Por ahí yo no lo entendía al principio, cuando era adolescente y estaba en una pandilla en mi barrio, en Ituzaingó, y me peleaba todos los días y me drogaba todos los días, era porque no tenía respeto, pero no sólo respeto al que estaba al lado, no tenía respeto por mí.