La primera semana de mayo, después de que abril se convirtiera con 35 casos en el mes con más homicidios desde enero de 2014, la Gendarmería estrenó su nuevo titular del Comando Unificado en Rosario. Con la llegada del comandante mayor Ricardo Daniel Castillo comenzaron a verse más patrullajes y operativos de la fuerza federal en las zonas más calientes de la ciudad. Allí los vecinos dialogaron con La Capital y dieron su punto de vista.
Uno de los puntos donde más presencia de Gendarmería puede notarse es en la zona de Casilda y Felipe Moré, en Ludueña. Este barrio, junto a Empalme Graneros y alrededores, se convirtió en el último tiempo en un escenario de lo que se presume es un conflicto entre bandas dedicadas al narcomenudeo con sus principales líderes en la cárcel o prófugos. Por algún motivo, esas disputas estallaron con varios crímenes en lo que va del año: de los 125 que se registran en 2022, 26 ocurrieron entre Ludueña, Empalme Graneros y Larrea.
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Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Este jueves por la mañana en calle Casilda entre Felipe More y Camilo Aldao los gendarmes patrullaban a pie con una camioneta como base estacionada a algunos metros. En grupos de a tres los agentes caminaban mientras en la zona, donde se sitúa el comedor y la escuela del padre Edgardo Montaldo, transitaban sobre todo mujeres con niños que iban a esas instituciones. Los gendarmes fueron reacios a hablar con los periodistas, argumentaron que no tienen permiso para hacerlo y sugirieron acercarse a la sede de Oroño al 1300 para hablar con las autoridades y conocer los detalles de los operativos.
Sobre el comedor, a través de una de sus ventanas, una mujer miraba hacia la calle. Se trataba de Ada, una de las cocineras y a su vez vecina de toda la vida del Ludueña, también madre de una de las víctimas que la violencia callejera dejó en esta historia ya no tan reciente. El 20 de octubre de 2013 el hijo de Ada, Gabi, que tenía 13 años, salió con amigos del barrio hasta la esquina de Camilo Aldao y Junín para festejar el triunfo de Newell's contra Rosario Central en aquel domingo que también fue el Día de la Madre. Una discusión con unos pibes que vestían camisetas de Central devino en los tiros en cuestión de segundos y Gabi murió al ser herido mientras corría para escapar.
En aquellos años Ludueña ya había mutado, atravesado por la violencia que se había acentuado a través del crecimiento del narcomenudeo y sus disputas. Seis meses después de ese hecho, los familiares de Gabi hicieron una ceremonia casera para recordarlo: corría abril de 2014, ya se había puesto en marcha el primer mega operativo de Gendarmería bajo el mando del entonces secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni. En ese entonces el comentario de Ada y otros familiares de Gabi fue que con la presencia de Gendarmería en el barrio se sentían más seguros, que incluso ya no es escuchaban los tiros casi a diario como solía ocurrir.
Nueve años después, Ada se expresó con un gesto claro: el que da a entender que es todo lo mismo, que nada cambia. Opinó que esta llegada de nuevos operativos de gendarmes en el barrio es como una moneda corriente, que se vio ya en varias ocasiones cuando las cosas se recrudecieron en el barrio con más crímenes o balaceras que lo habitual. En la calle otras vecinas aseguraron al menos sentirse más segura, poder caminar por los pasillos con más tranquilidad ante la presencia de los agentes. Pero todas coinciden en lo mismo: eso ocurre durante la mañana y la tarde, sobre la noche ni siquiera saben si hay operativos porque hace tiempo que se meten adentro antes de que caiga el sol.
Esa es una de las costumbres que cambiaron en algunas zonas del barrio, obligadas a nuevas formar de sobrellevar la vida cotidiana. Otra de ellas es el haberse acostumbrado a cruzarse con pibes a los que vieron crecer, o con los que han compartido por ejemplo un plato en el comedor, y hoy caminan por el barrio alardeando sus armas. Esas descripciones aparecen cada vez más en los vecinos, quienes también aseguran que incluso los vínculos más cercanos se han modificado: hay familiares que, sobre todo por cuestiones económicas, se volcaron a la venta de drogas desde sus casas, lo que implica un peligro tácito para quien quiera que ronde por esa zona.
En este sector de Ludueña muchos conocían a Mauro Fleita, el joven de 28 años asesinado a balazos en Felipe Moré al 600 bis la madrugada del lunes pasado cuando salía de la casa de su ex novia. También mantenían el recuerdo de Magdalena Nélida Acosta, la mujer de 74 años que murió al recibir diez balazos cuando salió a la calle a pedir a un par de tiratiros que dejaran de gatillar. Las dos víctimas vivían por pasaje Rafaela, aunque a distintas alturas, y sobre las dos los vecinos dijeron que la ligaron de rebote. "Solo por los vínculos, por eso hay que cuidarse", expresó Ada.
A 15 kilómetros de Ludueña, en las calles de barrio Tablada, se viven situaciones similares. Por las calles Ayacucho o Chacabuco al 4000 y 4100, por ejemplo, los vecinos conviven con el paisaje particular de las viviendas baleadas. Cada un par de casas aparecen las que tienen sus puertas o paredes perforadas, algunas remendadas, pero con la marca redonda que evidencia lo que alguna vez fue un balazo.
Ahora ese paisaje lo comparten con los grupos de tres gendarmes que caminan por el barrio. En esta ocasión sí se dispusieron a hablar con La Capital. Entonces contaron que la mayoría no son de Rosario y llegaron a la ciudad en diciembre. Que en Tablada patrullan con turnos de 12 horas, rotándolos a las 7 y a las 19, y que el grupo de ese sector camina en el radio que comprende desde Grandoli a Ayacucho y desde Uriburu a 24 de septiembre.
"Está más tranquilo ahora, pero nunca sabemos cuándo puede pasar algo. El otro día se tirotearon en Uriburu y Ayacucho a plena tarde, nosotros tratamos de llegar lo más rápido que podemos, pero estamos a pie", contó uno de los agentes. También sugirieron que saben dónde están parados: en esa zona, por ejemplo, está la casa de Chacabuco al 4100 que se desbarató como principal punto de venta de drogas de la banda que comandaba Alan Funes de la cárcel de Ezeiza y fue imputada en la Justicia provincial bajo la figura de asociación ilícita en marzo pasado.
Pero los que más saben dónde están parados son los vecinos. Una mujer que hacía las compras y frenó a hablar con La Capital señaló una casa de la cuadra y la marcó con un búnker con fachada de kiosco. "Los gendarmes no hacen nada. Ven a los que están drogándose y les hacen tirar lo que tienen, pero a los búnkers que todos sabemos dónde están no les hacen nada", contó la vecina. En general, todos coinciden en el buen trato de parte de los gendarmes y que desde que circulan por el barrio no hay tanta actividad ilícita a la vista, pero a su vez resumen su presencia en una frase: "Paran a los que no tienen que parar".
Los agentes de la Gendarmería, en tanto, dicen que tratan de mantener el diálogo con los vecinos y que, cuando les acercan información, la trasladan a las áreas de inteligencia porque no pueden intervenir. Un vecino de la zona habló de ese aspecto: "Estos pibitos (por los gendarmes) son muy jóvenes y no conocen el barrio. Los de acá andan con unas metralletas enormes, parecen Rambo, decime qué pueden hacer estos tipos con eso".
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Foto: Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Unas cuadras más al sur, sobre el complejo de viviendas Fonavi de barrio Municipal, los vecinos y comerciantes aseguran que los gendarmes no se ven en ningún momento del día. Sin embargo, aseguran que trabajan con tranquilidad. Una pintada sobre una de las torres da cuenta de una particularidad de la zona: "Acá no se roba ni se rastrea. Se respeta como lo hacía el Pimpi".