“¿Qué te puedo contar? Escuchar un disparo acá es medio raro, como que a nadie se le ocurre que eso puede estar pasando. Pero entonces cuando se escuchó otro fue como comprobar que era cierto que lo que habíamos escuchado era un tiro. No sé, yo recuerdo que toda la gente estaba como temblando. Muchos se abalanzaron sobre la señora para tratar de ayudarla”. El muchacho, un puestero anónimo de la feria que funciona en la plaza Homero Manzi del barrio Sáenz Peña, en el extremo sur rosarino, no encontraba palabras para describir el momento en que Rosa Romero, una mujer de 68 años que vendía ropa desde hacía más de 20 años en el lugar, fue asesinada de un balazo en la cabeza ante la presencia de unas 3.000 personas que ocupaban ese espacio público la tarde del sábado.
La feria a la que algunos llaman “La Saladita Sur” —esa denominación también aplica a otra feria de la zona sudoeste— ocupa la irregular traza de la plaza Homero Manzi que está bordeada por las calles Salvá al 5900, Lainez al norte y Rui Barbosa al sur. El costado oeste está ocupado por el viejo club Unión Sáenz Peña donde la feria nació como espacio de trueque sobre el año 2000 y hoy funciona con más de mil familias que buscan un sustento los días sábados, domingos y feriados.
Diez años atrás el emprendimiento fue objeto de controversia cuando un grupo de vecinos presentó una nota en el Concejo denunciando que en el lugar se vendían todo tipo de cosas, desde mercadería robada o leche proveniente de planes sociales hasta chalecos antibalas. También este diario ha reflejado otro tipo de conflictos, por ejemplo con el club, por el uso del espacio público.
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En algún otro momento fueron los propios puesteros los que reclamaron por una regulación que los incluyera y les permitiera trabajar porque si hay algo que parece haber caracterizado a esta feria por más de dos décadas es que es un espacio de supervivencia para quienes van a vender lo que pueden. Así lo dejaron en claro ayer a la tarde dos jóvenes que recorrían el espacio vacío de gente.
Irrupción inesperada
Sin embargo, más allá de una historia no exenta de conflictos vecinales con sus correspondientes coletazos políticos, lo sucedido la tarde del sábado no tuvo absolutamente nada que ver con la cotidianidad de la feria, según comentaban ayer los muchachos que accedieron a hablar con este diario a cambio de mantenerse anónimos.
Apenas habían pasado las 16.30 del sábado último y, como correspondía para esa hora del día, había miles de personas en la feria. Como suele pasar en ese tipo de espacios, se van sumando puesteros rudimentarios y manteros a medida que la crisis los empuja a vender lo que puedan en los márgenes de la plaza, ya “sobre las veredas”, como describió un vecino que barría el frente de su casa.
Todos los testimonios recabados al inicio de la pesquisa confluyeron en la única versión conocida al menos hasta anoche: dos hombres con sus rostros tapados ingresaron a la plaza por la esquina de Salvá y Láinez y fueron caminando entre los puestos hasta el lugar donde estaba Rosa. Allí, sin mediar palabra, le dispararon y acto seguido se fueron corriendo velozmente hacia Rui Barbosa, donde al parecer los habría estado esperando un cómplice a bordo de un vehículo que según una versión periodística podría haber sido un Volkswagen Gol rojo.
De los gatilleros hasta anoche no habían trascendido más datos que la vestimenta oscura y sus rostros encapuchados. El resto fue una escena pavorosa en la que los presentes se repartieron en dos grupos: quienes intentaron asistir a la mujer baleada y los que decidieron abandonar la plaza sin permitirse dudarlo.
“Casi todos levantaron los puestos automáticamente y se fueron. Muchos se abalanzaron sobre Rosa para ayudarla”, recordó un feriante que llevaba casi 24 horas sin poder entender lo sucedido, con la única certeza de que es algo malo para todos los que comparten ese espacio de subsistencia. Puede pensarse en esa escena como un brote de pánico colectivo o una dispersión automática silenciosa, llena de miedo y resignación.
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Efectivos de la Policía de Acción Táctica (PAT) llegaron a la escena en paralelo con personal médico del Sies que constató que la mujer de 67 años había muerto en el lugar. “Ella era de las primeras puesteras que empezó a vender acá hace más de veinte años”, señalaron sobre la mujer domiciliada a unas veinte cuadras del predio donde tenía un puesto de ropa.
Media hora después de lo sucedido personal de Homicidios de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) a las órdenes del fiscal Ademar Bianchini entrevistó a varios puesteros cuyos testimonios coincidieron escuetamente en la escena descripta: dos encapuchados entraron por una punta de la plaza, le dispararon a Romero y se fueron por el otro lado sin robar nada, sin dejar amenazas ni mensajes.
Tal vez en las imágenes que se puedan extraer de algunas cámaras de vigilancia de la zona se pueda obtener información sobre los gatilleros y el o los vehículos en los que arribaron y escaparon: dos hombres encapuchados a los que nadie vio y probablemente nadie haya querido mirar para no sentirse en peligro.
Desierto de conjeturas
Ayer a la tarde, 24 horas después del crimen, la plaza que los domingos a esa hora puede llegar a albergar a 4.000 personas estaba vacía. Sólo era surcada por alguien que fuera para su casa o que entrara o saliera del club donde, pertrechados a medias por un paredón inconcluso, se desarrollaba una actividad de fútbol infantil. Los feriantes que pasaban por ahí y aceptaron hablar con este diario se veían preocupados por el devenir que un día antes les había mostrado que todo puede ser peor.
Dijeron que son unas 1.500 familias que están organizadas en esa feria donde se compra y vende “de todo”. Comida, ropa, repuestos: “Acá podés comprar todo lo necesario para hacerte una bicicleta si te das maña”, dijo uno de los muchachos muy convencido de cuáles eran los temas sobre los que estaban dispuestos a charlar o no.
¿Quién mató a Rosa de esa manera, a esa hora y ante tanta gente? ¿Por qué lo hicieron? ¿Amerita un problema personal semejante desenlace ante miles de potenciales testigos? ¿Justifica tamaña violencia algún posible conflicto derivado del funcionamiento de la feria? Es de esperar que la investigación del fiscal y la policía puedan responder esas preguntas. Pero los homicidios en Rosario causan sus efectos más allá del móvil y de sus autores, con mecánicas y lógicas que habilitan todo tipo de conjeturas sobre una verdad que tal vez nunca se conozca.
Y en esa espiral de miedo y negación en la que se va sumiendo la ciudad, el crimen de Rosa tuvo también entre tantos efectos que cientos de familias que buscan su sustento en la feria de la plaza Homero Manzi se hayan quedado la tarde del domingo sin esa posibilidad, con la única certeza de que esos dos disparos que escucharon a media tarde del sábado fueron reales.