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Lula Da Silva y Alberto Fernández, presidentes de Brasil y Argentina respectivamente.
Foto: Andre Penner / AP
Esta iniciativa, secundada por el presidente argentino Alberto Fernández, persigue también otro objetivo que se revela como deuda y desafío: que la región tenga un espacio de mayor articulación en diversos ámbitos. Esta ausencia de cooperación fue demostrada por la no respuesta unificada en materia sanitaria en el momento más álgido de la pandemia -en el que cada país actuó individualmente en la provisión de vacunas-, o en la nula reacción conjunta ante las consecuencias del golpe de Estado en Bolivia. Probablemente las enseñanzas de estas y otras experiencias hayan estimulado tanto a Lula como a Fernández a intentar avanzar en la reconstrucción de Unasur.
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De esta manera, la Cumbre fue pensada con el objetivo de aprovechar el momento político derivado del reingreso de Brasil y Argentina a este organismo regional, dotándolo no sólo de mayor relevancia, sino también de entidad, puesto que los estatutos de Unasur estipulan que, con la membresía de seis estados, el organismo está en condiciones de sesionar. Se pensó que el reingreso de los dos países “grandes” del continente generaría un efecto contagio que promovería el acercamiento de países que también se habían retirado, tales como Paraguay, Uruguay o Chile. Esta Cumbre fue una especie de muestra o incentivo para que lo hagan.
Uno de los desafíos históricos de los procesos de integración regional es su baja resiliencia a los cambios de signo político en los países miembros, un punto que Lula abordó incluso antes de comenzada la Cumbre.
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Presidentes: Maduro (Venezuela), Santokhi (Surinam), Irfaan Ali (Guyana), Petro (Colombia), Arce (Bolivia), Lula da Silva (Brasil), Fernández (Argentina), Boric (Chile), Lasso (Ecuador), Abdo Benítez (Paraguay), Lacalle Pou (Uruguay) y Otarola (ministro de Perú).
Foto: Andre Penner / AP
En este sentido, la “foto de familia” previa al inicio de las reuniones habilitaba al optimismo, con todos los representantes de la región, de diversos signos políticos, en una misma imagen, casi como una postal de veinte años atrás, pero cuyo valor político no debería ser subestimado y debería contarse como un triunfo del presidente brasileño. Un retrato de trece presidentes y un representante (el de Perú en la persona del presidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola) que permite realizar una composición de cuadro de las prioridades de Lula en torno a la formación de una nueva Unasur: a sus costados, Alberto Fernández y el boliviano Luis Arce, y algo más lejos, Gustavo Petro y su par chileno Gabriel Boric. Y en los extremos, prefigurando tal vez los disensos más fuertes en la jornada de debate, el uruguayo Luis Lacalle Pou y el venezolano Nicolás Maduro -este último visitando Brasil luego de ocho años-.
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La invitación a Maduro despertó los viejos debates sobre las credenciales democráticas del gobierno venezolano. Detrás del convite de Lula no sólo se halla el comienzo de una estrategia de reinserción de Venezuela a la dinámica política subregional. También da cuenta de la percepción del mandatario brasileño sobre el lento pero progresivo cambio del entorno internacional con respecto a la situación política en el país caribeño, sobre todo por parte de Estados Unidos. Esto último en cuanto a la habilitación parcial de actividades relacionadas a la extracción de petróleo por parte de empresas de este país.
Asimismo, la inclusión de Maduro en el cónclave dio cuenta del acompañamiento de Lula en la nueva etapa del proceso político venezolano, poniendo fin a un aislamiento regional que se asume como parte de una estrategia que propios y extraños asumen como fracasada.
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Alberto Fernández y Gabriel Boric, presidentes de Argentina y Chile respectivamente.
Foto: Andre Penner / AP
Sin embargo, las externalidades positivas de la presencia del presidente venezolano parecieron diluirse ante las declaraciones de Lula en torno a que las denuncias de autoritarismo hacia Maduro formaban parte de una narrativa construída desde fuera, lo que trasladó el debate sobre democracia versus autoritarismo hacia el interior de la Cumbre.
En este punto las posiciones más duras fueron representadas por Boric y Lacalle Pou. El primero, un vocal crítico del gobierno venezolano, discrepó con Lula al vincular la cuestión política venezolana con la crisis inmigratoria que vive Chile en su frontera norte. Mientras tanto, el presidente uruguayo, mantuvo su posición tradicional sobre el carácter no democrático del gobierno venezolano.
Sin embargo, ambos matizaron sus críticas destacando el bloqueo económico desde el Norte mundial sufrido por Venezuela y los esfuerzos internacionales en pos de normalizar la situación política en este país.
Las críticas en torno a la posición de Lula tal vez no deban apuntar tanto a la invitación como a sus declaraciones, calificadas por analistas como una “sobreactuación” que promovió un mensaje equivocado hacia fuera y que podría abrir un nuevo frente de conflicto de cara a actores externos como Estados Unidos.
En este sentido, el posicionamiento político, a priori polémico, parece ser un signo del renovado perfil externo bajo la tercera presidencia de Da Silva, si se recuerda lo dicho en cuanto a la corresponsabilidad de Rusia y Ucrania en torno a la guerra. Este nuevo perfil forma parte de una estrategia más amplia que persigue la consolidación de Brasil como actor relevante en los temas de interés global, sin someterse necesariamente a la bendición de las grandes potencias, y aún menos en un asunto subregional como el venezolano. En estos factores es que debe entenderse el llamado a Maduro de “mostrar su propia narrativa” en cuanto a la celebración de elecciones libres, que ubica a Brasil en un nuevo lugar de observador del proceso venezolano, alejado del tradicional rol de contención política del chavismo en la primera década de este siglo.
Por otro lado, el intento de coronar la Cumbre con un retorno formal de Unasur chocó con algunas visiones en torno al formato de la organización.
Las expectativas respecto a la reunión estaban sustentadas en el consenso general de refundar una instancia de coordinación política regional. Este punto se relaciona con una lectura geopolítica básica de la política exterior brasileña, la cual interpreta el despliegue de liderazgo regional como una condición decisiva para proyectar influencia a nivel internacional. Esto, claro, teniendo en cuenta la apuesta de Lula en torno a una mayor presencia de Brasil en los temas de interés global.
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Cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas, Brasilia.
Foto: Gustavo Moreno / AP
La novedad, en este sentido, pasó por las discrepancias señaladas, una vez más, por Uruguay y Chile. La más importante de ellas, de carácter más general y referida al solapamiento de las distintas instancias subregionales (“basta de instituciones”, declaró Lacalle Pou), se opuso de alguna manera al proyecto del canciller chileno, Alberto Van Klaveren, de transformar Unasur en un foro de geometría flexible, lo que implica un cierto grado de laxitud en relación al formato original como en el nivel de acuerdo deseable en cuanto a temas sensibles.
Un signo de que los tiempos han cambiado lo da, precisamente, la cuestión de los consensos al interior de cada país a la hora del compromiso con instancias de este tenor. Si en la década pasada, en pleno fervor de la “marea rosa” de centroizquierda prevalente en el continente, era unánime el apoyo interno a instancias formales de diálogo político tales como Unasur. La situación política presente representa un factor novedoso a la hora de estructurar rápidamente estas organizaciones.
Los tiempos políticos corren rápido para algunos presidentes: Argentina tendrá internas y elecciones presidenciales este año, Ecuador tendrá elecciones anticipadas en agosto, Uruguay las celebrará el año que viene, y el gobierno de Boric convive con una derecha renovada que tiene mayorías en el Congreso. También el reloj corre para Lula Da Silva, quien procura dejar asentados los cimientos de una organización sudamericana en un gobierno que, por ahora, se presume como de un término. El factor político interno, entonces, puede haber constituido un fundamento para las reservas de ciertos países en torno al surgimiento de organizaciones “duras”, y puede modelar el tenor de los diálogos en reuniones subsiguientes.
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No obstante los desacuerdos y distintas cosmovisiones e ideologías, un documento surgió de la Cumbre: el Consenso de Brasilia. En este sentido, se buscan afirmaciones más generales en donde todos los estados presentes y firmantes concuerden. El mismo Alberto Fernández destacó que los países de la región “tenemos que potenciar los acuerdos, no los desacuerdos”. En este caso, la agenda abordó un temario mixto, en la que a los temas tradicionales como integración, deuda o pobreza se sumaron otras cuestiones que venían siendo impulsados a nivel individual por algunos mandatarios. Al respecto debe destacarse lo medioambiental, que constituye uno de los puntos más relevantes para el propio Lula, y que le ha permitido reforzar vínculos con potencias como Estados Unidos o Francia luego de cuatro años de políticas de desmantelamiento por parte de su antecesor, Jair Bolsonaro. Esto constituyó uno de sus principales activos durante la campaña presidencial y lo sigue constituyendo a la hora del ejercicio de su diplomacia presidencial.
Es importante destacar la confluencia de posiciones en este punto con su par colombiano Gustavo Petro, quien también ha realzado tanto a nivel interno y externo una política de sustentabilidad ambiental con la protección del Amazonas como centro, en el marco de un programa más amplio que vincula temas relevantes para la realidad colombiana como la Paz Total, sustitución de cultivos, reforma agraria y protección de la selva amazónica.
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Unasur: Nicolás Maduro y su esposa Cilia Flores saludan al presidente Lula Da Silva y a su esposa Rosangela Silva en el palacio de Planalto, Brasilia.
Foto: Gustavo Moreno / AP
En este sentido, el presidente argentino Alberto Fernández en la COP 26 (2021) ya había ligado el cambio climático a la cuestión económica reclamando “sustentabilidad social”. Lo que pretendía Fernández era vincular parte del pago de la deuda externa a las inversiones necesarias en infraestructura verde. La región ampliada en su conjunto propuso lo mismo que Fernández en la Cumbre de Celac de enero de este año bajo el nombre de Iniciativa Bridgetown, la idea era reforzar la centralidad de la agenda medioambiental dando continuidad a la COP 27 y profundizando la ecuación deuda por ambiente. Esta ecuación volvió a surgir desde Sudamérica este martes 30 de mayo bajo la idea de canje de deuda por acción climática, lo que nos muestra las prioridades en los problemas a resolver en la región.
Sin embargo, el resultado concreto de la Cumbre en forma de consenso pareciera quedarse corto en función de los objetivos planteados en la capital brasileña. Su redacción se asemeja más a un conjunto de principios rectores que al resultado de acuerdos concretos. Si bien no hay menciones puntuales a Unasur, el documento da cuenta de los desafíos tradicionales y los de nuevo cuño que enfrenta la región, producto de la post pandemia y la crisis internacional, así como también abre la puerta a nuevas cumbres en el futuro. Esto podría proveer una hoja de ruta hacia el desarrollo de un marco de coordinación regional novedoso. Tal vez este no era el resultado buscado por Lula, pero aquí conviene tener presente que los resultados en política exterior nunca son inmediatos sino incrementales, y que las crisis de expectativas en relación a actores relevantes de la política internacional -el caso del propio Lula- suelen provenir de esperar resultados instantáneos de procesos complejos.
En función de esto, el balance se ubica justo en el centro. Ni éxito ni fracaso, sino nada más -y nada menos- que un paso en el objetivo de conjuntar voluntades dispersas en una voz en común. Un ejercicio que la región parecía haber perdido y hoy se muestra dispuesta a recuperar.
La nota fue coescrita por:
(*) Gisela Pereyra Doval es doctora en Relaciones Internacionales, investigadora del Conicet, y profesora de Problemática de las Relaciones Internacionales de la FCPolit, UNR (@DovalGisela)
(**) Emilio Ordóñez es investigador en el Centro de Estudios Políticos e Internacionales (CEPI) de Rosario. Analista internacional en el portal Fundamentar.com y columnista radial (@eordon73)
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