El principal problema de Milei, entre sus muchos problemas, es de gobernabilidad. Para decirlo con claridad: de su escasa cultura de gobierno. Se nota mucho que es un presidente sin manejo político. Lo puede intentar superar con bravuconadas, expresiones desafiantes o insultos a los oponentes. No es lo más importante. Lo que constituye una fragilidad mortificante para la administración de un país son las contradicciones flagrantes y veloces que lo distinguen, el amagar con ir hacia un lado y dar el volantazo a los cinco minutos. Demasiadas veces en menos de dos meses. Para nadie es posible gobernar así. Algo es seguro: no podrá.
Todos los días hay un ejemplo de la brusquedad de ese vaivén. Este viernes el Banco Central frenó el adelanto de fondos a tasa cero para el pago de haberes a organismos públicos que dependen de la Nación. Todas las universidades argentinas quedaron en ese aprieto y pegaron el grito. Tras eso este martes el gobierno volvió atrás la medida. No es solo la velocidad de los revires sino el énfasis. Milei le dijo el jueves a una periodista colombiana que había cero posibilidad de negociar el paquete fiscal de la ley ómnibus. Al día siguiente le ordenó hablar a su ministro de Economía para anunciar que lo archivaba.
Cuando los gobernadores plantaron que se opondrían a las medidas de la ley bases porque aniquilaban las economías regionales, Milei dijo que los iba a fundir. Enseguida echó al ministro que produjo la filtración confirmando que era verdad. Pero después se bajó de todo eso. Hace cuatro meses como diputado votó la derogación de Ganancias. Hace una semana impulsó su reposición para sueldos de 1.350.000 pesos brutos. Y el viernes anunció que aplazaba ese proyecto al igual que el paquete fiscal.
Dijo que prefería cortarse un brazo que subir los impuestos. Que las retenciones eran un robo a los productores pero se las implantó a los bienes de la agroindustria. Que el ajuste lo debía pagar la casta política pero buscó quitarle la movilidad a los jubilados. Que el dólar debía flotar libremente pero mantiene los controles.
Hubo este lunes una reunión de gobernadores y legisladores con el ministro del Interior Guillermo Francos y el jefe de Gabinete Nicolás Posse, en una búsqueda de acercamientos para avanzar en el Congreso con la ley ómnibus. Los dos últimos dijeron estar de acuerdo en lo propuesto y pidieron media hora para dar una respuesta. Que llegó antes de ese plazo con el planteo del desconcertado Francos, ante la posición de su jefe, de que no había nada para negociar. Los principales colaboradores de Milei viven quedando en offside.
El diputado del PRO Nicolás Massot sorprendió ayer al decir que, a su criterio, lo que busca Milei es que fracase la ley ómnibus para endilgarle culpas a la casta política que le trabó el proyecto con una campaña en redes sociales. Pero ocurre que son gobernadores de todas las orientaciones los que dijeron al presidente que la ley promueve atascos para la industria que serán demoledores para la producción y el empleo regionales. Es la Cámara de la Construcción que convoca de urgencia a su consejo federal porque el freno a la obra pública implica la parálisis de 3.500 proyectos y 1.400 empresas en riesgo de caída o cese. En el mercado libre sin regulaciones que postula, las empresas de bienes durables y fabriles anuncian que esperan un 50% de parate de la actividad.
Todo mientras se ingresa en una recesión admitida con salarios destruidos y una desaforada suba de precios. Y un presidente que viene con una debilidad pasmosa en el Congreso donde tiene solo un puñado de legisladores propios, pero que actúa como si contara con la adhesión mayoritaria. La actuación no puede, en esas condiciones, disimular el simulacro. Por eso se contradice y retrocede. Son puestas en escena enérgicas que duran menos que un estornudo.
En “La época de las pasiones tristes”, un libro cortito pero iluminador, el sociólogo francés François Dubet se detiene en las sensaciones de las sociedades contemporáneas, donde las desigualdades ya no coinciden con el régimen de clases. Hay personas pobres que tienen empleos fijos, con esperanza de vida alta pero que no pueden afrontar una prepaga, seres que obtuvieron posiciones por las ventajas de su agremiación pero que al perderlas o culpan a los sindicatos o a ellos mismos por lo que asumen como fracasos individuales, que en realidad se explican por cambios abruptos en un régimen económico donde todo se vuelve obsoleto demasiado rápido.
Dubet dice que la gran mayoría de las personas sufrimos muy fuerte estos cambios y cavilamos con desconcierto ante la pregunta de cómo ser serenos o justos en un mundo extremadamente injusto. Y sufrimos el fin de ciertas formas de empleo, de los modelos de educación, la supuesta normalidad de la concentración económica brutal de una franja social en detrimento de las mayorías y percibimos con culpa atroz que hay en todo lo que nos afecta una falla personal. “Todo sucede como si las experiencias personales estuvieran desconectadas de la visión global de la sociedad”. La mayoría de las veces los muy ricos y los muy pobres están muy lejos de nosotros, dice el sociólogo, mientras las desigualdades que afectan nuestra vidas parecen a la vez cercanas, singulares y múltiples. “Los individuos se comparan y se definen en esas desigualdades. La suma de esas experiencias ya no se transforma en críticas homogéneas y movimientos sociales organizados: se manifiesta en iras y raptos de indignación comunes”.
Ese rapto de impetuosidad y rabia nos trajo hasta Milei. Las emociones como la ira, la indignación y el resentimiento atravesaron las redes y elegimos para que nos gobierne a un panelista televisivo. Milei sintonizó bien con ese enojo y encontró un modo de echarle la culpa a un sujeto ahora ambiguo, la casta, que se tradujo en adhesión en su favor. Pero descubrimos en su completa improvisación de estos días, tan previsible además, que no sabe gobernar. Su rampante intolerancia, los desequilibrios y frustraciones son llamativos pero no lo más fundamental. Lo más importante es que nos tiene todo el tiempo en arranques repentinos para un lado y enseguida para el opuesto. Puede haber audacia. No hay en el Jefe de Estado ninguna cultura de Estado.