Hace muchos años que, con distintas variantes, se ha desarrollado en nuestro país una forma de investigar y escribir historia que intenta desprenderse del corsé de los “grandes hombres” como determinantes de los grandes procesos. Precisamente la atención se fijó en los procesos más que en los acontecimientos, en la sociedad más que en los individuos y más que evocar y narrar en explicar y responder por las causas profundas de los hechos. Si bien este tipo de historia se puede encontrar en todas las corrientes, tanto los mal llamados liberales, revisionistas o marxistas, quienes le dieron forma y la llevaron a los claustros académicos tanto nacionales como internacionales fueron José Luis Romero, Tulio Halperín Donghi, Reyna Pastor, Haydée Gorostegui, Alberto Pla, Ezequiel Gallo y José Carlos Chiaramonte. Generacionalmente los continuadores fueron Hilda Sábato y Marta Bonaudo, entre otras y otros. Marcela Ternavasio es heredera intelectual de todo ese linaje de historiadores que desafiaron los límites que la idea de construir panteones de héroes había impuesto sobre la historiografía tradicional. Y lo hace desde el campo más fructífero para esas construcciones, la de nuestras independencias. Ya el concepto mismo de independencia, como si las naciones hubiesen preexistido a los imperios ibéricos, fue cuestionado por Halperín Donghi y Chiaramonte. Aquél habló de disolución de los imperios y el último planteó que primero fueron las regiones y después las naciones.
Ternavasio sigue esta línea, pero redobla la apuesta en varios sentidos. En primer lugar, toma un momento clave pero que rara vez ha sido considerado como importante, que fue cuando Fernando VII vuelve al trono, desconoce la constitución que proclamaba la Monarquía constitucional e inicia una guerra de reconquista. En esta guerra hay dos escenarios principales, la península Ibérica y Sudamérica (básicamente el río de la Plata y la banda oriental), espacio de las colonias que eran ya abiertamente independentistas y a las cuales el rey Fernando se propone sofocar.
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Ternavasio desafía límites y construye una mirada original sobre el pasado argentino.
En segundo lugar se enfoca en un escenario aparentemente marginal: Río de Janeiro, que la autora llama la “Viena tropical”, y que funcionó como un centro diplomático de primer nivel en el mundo occidental. Allí el rey Juan VI de Braganza reside como jefe de Estado del imperio lusitano junto a su esposa Carlota Joaquina, a la sazón hermana de Fernando VII. Este tercer escenario a primera vista generaba condiciones para algo que no sucedió, pero podría haber ocurrido: una alianza contrarrevolucionaria entre los dos imperios ibéricos para derrotar a la rebelión americana. Precisamente de esto que no ocurrió nos habla el libro de Ternavasio: no se trata de ficcionalizar la historia que no fue, sino de una operación más compleja de la narrativa histórica: contarnos lo que todos sabemos como si no supiéramos el final. El recurso que usa es el presente histórico, que no es estrictamente un tiempo verbal sino una figura retórica que emplea el presente indicativo para hablar de un hecho pasado, decir por ejemplo “Belgrano, en 1816 propone una monarquía…”. El recurso fue muy utilizado por los declamadores de discursos patrios, que pretendían darle darle cercanía y convertir en presente la evocación del pasado. En el libro de Ternavasio el presente histórico se convierte en una herramienta para situar al lector en el pasado, haciéndonos dudar de lo que ya creemos saber sobre él. Es decir, no es solo un recurso narrativo, implica un recurso metodológico que nos plantea una forma distinta de conocer la historia.
En tercer lugar, nos muestra a los actores de la época haciendo política y la política es enfrentamiento, negociación, traición y también lealtad. Es una práctica social que deja muy al descubierto la condición humana, con sus grandezas y miserias. Los próceres dejan de ser esos seres que imaginamos impolutos y de firmes convicciones, y no escapan a las generales de la ley.
Para hablar de este libro y de la historia y sus formas de narrativa, fuimos a la casa de la autora, consagrada a nivel nacional e internacional pero que reside en Rosario. Nos recibió junto a una de sus hijas, que estudia ciencia política, y café de por medio mantuvimos un extenso diálogo.
—¿Cómo surgió la inquietud de investigar el tema de la independencia desde el lugar de una posible contrarrevolución?
—Yo venía investigando sobre este tema que involucra la relación entre diplomacia y política y me llevó a revisar una cantidad importante de documentación y de archivos que están dispersos en distintos lugares de las áreas que trabajé, que involucra a las dos orillas del Atlántico. Esas historias que transcurren desde la restauración en 1814 hasta las revoluciones liberales ibéricas de 1820 han sido contadas muchas veces desde la historia diplomática tradicional hasta la también tradicional historia política. Leyendo esas obras advertí que había una suerte de teleología, puesto que los historiadores y todo el mundo conocemos el final. El relato, además de resultar muy pesado, daba por sentado el resultado al cual había conducido esa documentación que estaban explorando. Y la pista de que esa historia se podía contar de otra manera fue la documentación que encontré en el Archivo de Relaciones Exteriores de Brasil, que eran las negociaciones secretas entre el gabinete portugués instalado en Brasil desde 1808 y el gobierno español de la Restauración con sede en Madrid.
—Esa documentación que estaba en Brasil, ¿te cambió la perspectiva?
—Sí, llegué a la conclusión de que esa documentación no había sido mirada por quienes reconstruyeron ese proceso desde la documentación europea y no les permitió esclarecer algunas cuestiones como el destino de la expedición de Morillo, que siempre fue un misterio de por qué cambió su rumbo de Buenos Aires a Tierra Firme, en la actual Venezuela. En general quienes se dedicaron a la historia diplomática, tanto en América como en España, consultaron los archivos españoles a ambos lados del Atlántico y no los portugueses. Entonces, cuando encuentro esto, me pregunto por qué no hubo una alianza contrarrevolucionaria de carácter bélico entre Portugal y España para sofocar a los movimientos revolucionarios. Esta pregunta se la hicieron los revolucionarios y los contrarrevolucionarios, y estuvo flotando como un fantasma en todo este período.
—¿Por eso utilizaste como recurso narrativo el presente histórico?
—Sí, después de darle muchas vueltas y de ensayar muchos bocetos de escritura me pareció que la mejor manera de reponer esa incertidumbre de los actores en el transcurrir de esos años era contar en tiempo presente, no como un modo gramatical, sino en un presente que deja en suspenso el futuro que yo ya conozco. La idea fue dejar en suspenso, poner una suerte de velo de desconocimiento. Es lo que me pareció que podía darle potencia al libro y mostrar las distintas alternativas que se jugaron, incluso las que no ocurrieron.
—¿Por qué llamas a Río de Janeiro “la Viena tropical”?
—Río de Janeiro es un enclave europeo en América y así lo están viendo los revolucionarios hispanoamericanos, con profunda desconfianza, porque las revoluciones heredan las seculares disputas fronterizas en ese Atlántico sur entre la corona portuguesa y la corona española. Pero al mismo tiempo, en el concierto de la Restauración lo miran como una alternativa de reaseguro en América de una potencia europea que ha decidido americanizarse. Todo indicaba que la monarquía de los Braganza se iba a americanizar definitivamente, ya que no había ninguna razón que explicara que Joao VI se quedara en el trópico cuando había caído el imperio napoleónico. En ese contexto, el no regreso de la corte de Braganza es mirado como una alternativa de orden, de garantía de la independencia, por ejemplo, para los que se juegan a la opción monárquica en el río de la Plata, en Buenos Aires.
—En esa reconstrucción es notable el protagonismo de Carlota Joaquina…
—En mi libro anterior ella es la protagonista de todos esos planes que se juegan entre 1808 y 1814. Cuando su hermano es restaurado en el trono, ella pasa a ser un actor secundario. Sin embargo, como tal juega un papel fundamental hasta 1818, cuando se da una cierta toma de distancia entre Fernando VII y Carlota, año en el que muere María Isabel, hija de Carlota y esposa de Fernando. Cuando se casaron, en 1816, se había generado la expectativa de la unidad de las coronas ibéricas y su muerte cierra esa expectativa. Pero hasta ese momento Carlota juega como un actor fundamental para lograr que Fernando VII envíe una expedición de reconquista al río de la Plata y volver a llevar al redil de la corona española a todas estas regiones insurgentes. Ella juega políticamente a través de una suerte de corte paralela con su séquito y los emigrados realistas que la rodean. En ese juego inventan el famoso plan de operaciones que se le atribuyó durante tanto tiempo a Moreno, e intenta una alianza con los artiguistas, enviándoles refuerzos desde Rio de Janeiro.
—Se podría decir que Carlota era más españolista que el propio Fernando y mucho más radical.
—Totalmente, mientras Fernando estuvo en su “cautiverio” instalado muy cómodamente en el castillo de Valencia durante seis años en Francia, estaba muy ajeno a lo que sucedía en España. Y no solo eso, sino que llegó a pedirle a Napoleón ser su hijo adoptivo. Ella descubre en esos años, trasladada a Río de Janeiro, la posibilidad que no le dio su estancia anterior en Lisboa, que era jugar su propio papel dinástico frente a la acefalía de la Corona española. Y ahí tiene una experiencia de gestión en las redes de poder que Fernando VII no había tenido, ya que su experiencia como rey había sido de dos meses entre marzo y mayo de 1808. En cambio, Carlota crea entre 1808 y 1814 una red de relaciones políticas en toda Hispanoamérica, Iberoamérica y en la Península. En ese sentido, ella tiene una capacidad de intervenir políticamente en los resquicios que le deja la vigencia de la ley sálica, que impedía que una mujer heredara el trono.
—Recién mencionaste que Fernando VII pidió ser adoptado como hijo de Napoleón. ¿Esto era común? ¿Era posible?
—Nada de lo que hizo Fernando era común en la historia milenaria de las monarquías europeas, como no era común ese imperio ex nihilo creado por Bonaparte. Sin renunciar a los principios de la Revolución Francesa, Napoleón se consagra emperador sobre la base de la vieja república, y mantiene el carácter constituido y constituyente como base de legitimación de ese poder. Pero de lo que carecía era de la tradición y del linaje, elementos fundamentales para cualquier monarquía. Entonces él intenta crear la casa de Bonaparte, sembrando de príncipes y de matrimonios convenientes en las distintas monarquías que va conquistando.
—O sea que el rey por el cual estaban luchando los independentistas españoles y americanos se sometía a una dinastía advenediza…
—De alguna manera sí, hay que recordar que Fernando VII hizo también algo fuera de lo común: renuncia al patrimonio de esa monarquía, algo que no estaba contemplado en las leyes fundamentales ni en la tradición monárquica, dejando un vacío legal. ¿Qué busca Fernando con este ofrecimiento?: ser reconocido por Napoleón como rey legítimo, cosa que Napoleón se cuida muy bien de no hacer nunca. Para Fernando, en perspectiva de volver en algún momento al trono de España, el reconocimiento de quien en ese momento era el que tenía la hegemonía en el poder europeo era fundamental. En ese marco, le pide ser hijo adoptivo y casarse con alguna pariente de la casa de Bonaparte y de esa manera crear una suerte de monarquía unida a Francia. Eso ponía en una situación compleja a los españoles que hacían la guerra contra Napoleón, que veían que con ese gesto toda América pasaba a ser patrimonio de una monarquía emparentada con un Bonaparte. Esa jugada, como todas las de Fernando, fue cuanto menos bochornosa.
—Sin embargo este hecho es poco conocido…
—En efecto, la memoria absolutista trató de ocultarlo. Cuando se toma conocimiento de esto, en 1810, las autoridades sustitutas del rey en la península tratan de ocultar y dicen que esa propuesta es apócrifa y que ellos estaban haciendo la guerra contra Napoleón. Sin embargo, eso se filtró y llegó a América y aparece la noticia en la Gaceta de Buenos Aires. Eso legitimaba posiciones mucho más radicales que la de la simple autonomía de un gobierno que seguía jurando fidelidad a Fernando. Todas las jugadas que Fernando hizo desde 1808 la historiografía española las considera abyectas y lo dicen claramente: “No hubo peor rey que Fernando VII”.
—Fernando era un personaje de una torpeza política notable. ¿Eso explica al menos en parte que el resultado fue la caída casi total del Imperio?
—Él tenía la fantasía de reconquistar América, pero fracasó por su propia negativa a cualquier tipo de negociación, al menos para no perder todo el imperio, y de hecho esa política lo llevó a perder todo el imperio. Excepto lo poco que quedó, que era la nada misma en relación con lo que había sido. En 1815 la revolución está prácticamente perdida en Hispanoamérica, por lo tanto el rey podía haber negociado en Perú y en Nueva España, que eran los dos puntos centrales de las fuerzas leales que mantuvieron el poder colonial hasta último momento. Después de la Revolución Norteamericana quedaba claro que la intransigencia de Inglaterra lo único que logró es perder su colonia en América.
—Otro actor que aparece sobrevolando es Inglaterra. ¿Cómo juega Inglaterra en este proceso?
—La historiografía clásica vio desde un comienzo la hegemonía inglesa, sobre todo en la región rioplatense, pero también a escala europea. Esto es relativo, lo que vemos es que es un actor fundamental, sin duda, pero no es el único, ni logra todavía tener la hegemonía. Por ejemplo, uno de los que juega fuerte ahí es Rusia, cuyo interés en América es indirecto: el apoyo del zar a Fernando VII para reconquistar América es una manera de contrarrestar en Europa el poder que tiene Inglaterra. Por lo tanto, primero Rusia y después Francia, cuando empieza a recomponerse después de la derrota del imperio napoleónico. Inglaterra no está disputando todavía su influencia en América, está buscando un equilibro en el concierto que se establece en Viena.
—Se ha considerado que el imperio portugués era una especie de “imperio dependiente” del inglés, pero en tu libro se lo ve como adquiriendo cierta independencia.
—Portugal es un buen laboratorio para mirar hasta qué punto Inglaterra es esa potencia hegemónica que será luego en términos diplomáticos. Porque efectivamente, Portugal fue durante todo el siglo XVIII la aliada menor de Inglaterra. Es una potencia, como decían en el Congreso de Viena, de segundo orden. Y el traslado de la corte de Braganza a Brasil la convierte casi en una suerte de protectorado de Inglaterra, cuya escuadra acompaña a todos estos portugueses emigrados a Brasil. La corte de Braganza capitaliza la independencia que ha logrado en la americanización de su monarquía y comienza a tomar distancia de Inglaterra. Todos los informes diplomáticos coinciden en que la monarquía de Braganza ha logrado un grado de independencia mucho mayor al que tenía y al que podía tener en Europa.
—Alguien que leyó tu libro me decía que es maquiavélico, en el sentido de que la política y la guerra están pensadas en términos de intereses, y no como en la historiografía más tradicional, en lucha de ideales.
—El error a veces consiste en no creer que los actores políticos son maquiavélicos, en el sentido clásico del término. A mí lo que me interesa es analizar la acción política, que tiene una base proyectual y está empapada y nutrida de valores, de objetivos, de ideales. Ahora bien, en un momento en donde la guerra está definiendo los cursos de acción política sin abandonar del todo esos ideales, la acción política requiere aliarse a determinados actores que en otro plano son sus enemigos. Por ejemplo, los enviados de Artigas tienen instrucciones de negociar con Portugal y declarar fidelidad a Fernando VII para que les den apoyo logístico en contra del otro bloque revolucionario que es Buenos Aires. Esto no se explica por la impostura o la traición: la política está atravesada por las imposturas. Entonces, ¿por qué creer que nuestros héroes del panteón han quedado exentos? Se podría decir que Artigas en realidad quería engañar a Portugal y España. Pero eso puede decirse porque la expedición de Morillo nunca llegó a Buenos Aires. El cambio de rumbo salvó la memoria histórica de muchos de nuestros héroes del panteón.
—Volviendo al tema de la escritura, ¿cómo se puede lograr un efecto de distanciamiento? Pensando que la historia también tiene una función educativa, para generar una identidad nacional.
—Yo creo que la función del historiador en ese extrañamiento es no tomar como principio el hecho de ser creadores de identidad, eso viene por añadidura con el producto, con el resultado y es inevitable. Además la empatía que puede tener el historiador con ciertos actores lo puede muchas veces llevar a convertir a la historia en una suerte de gran tribunal. Para evitar el maniqueísmo o moderar esa empatía y asumir el trabajo de la toma de distancia, uso la metáfora del juego en todo el libro. Y es un juego en el cual las reglas van cambiando sobre la marcha y todos tratan de adaptarse a esas confusas reglas. Pero básicamente, lo que en toda acción política opera, como en cualquier juego, es el estímulo en torno a cuáles son los incentivos para tomar determinados cursos de acción y cuáles son las ganancias o resultados que yo espero a partir de esos incentivos. Entonces, la idea de perdedores y ganadores supone reconstruir el tablero tomando esa distancia y extrañamiento, no identificándonos con los ganadores y perdedores.
—En tu caso, ¿con quienes esta la empatía?
—En mi caso, como en el de la mayoría de los que estamos reconstruyendo este período, la empatía la tenemos con los republicanos, con los que se supone que están del lado “progre”. Por lo tanto, observar cómo nuestros actores con vocación republicana terminan aliándose con los absolutistas, nos pone en el riesgo de tratar de justificarlos a través de las hipótesis, las imposturas, de que actuaban así para engañar. Si colocamos esas acciones en un tablero de juego, el documento contextualizado nos muestra que están haciendo esa jugada en ese momento para obtener, de acuerdo a los incentivos, un determinado resultado.
Bio
Marcela Ternavasio nació en Cañada de Gómez y estudió en Rosario la carrera de historia en la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Es doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires e hizo estudios posdoctorales en la Universidad de Harvard. Es profesora titular de Historia Argentina I de la Universidad Nacional de Rosario, profesora del Posgrado en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella e investigadora del Conicet. Sus líneas de investigación se desarrollan dentro del campo de la historia política iberoamericana del siglo XIX. Además de numerosas publicaciones en revistas académicas y libros colectivos a nivel nacional e internacional, entre sus principales libros, además del que reseñamos, cabe destacar: Candidata a la Corona. La infanta Carlota Joaquina de Borbón en el laberinto de las revoluciones hispanoamericanas (Buenos Aires, Siglo XXI, 2015); Historia de la Argentina, 1806-1852 (Buenos Aires, Siglo XXI, 2009); Gobernar la revolución. Poderes en disputa en el Río de la Plata, 1810-1816 (Buenos Aires, Siglo XXI, 2007), y La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852 (Buenos Aires, Siglo XXI, 2002).