Les Luthiers es una marca registrada que garantiza humor, buena música y textos inteligentes. Lo hacen desde 1967 y a lo largo de las ocho formaciones que tuvieron en los últimos 55 años siempre tuvieron un común denominador basado en la sutileza del lenguaje, el malentendido originado en el juego de palabras y, desde ya, el talento musical y la creación disparatada de instrumentos informales. Y aquí está el dato distintivo, porque los seis integrantes de este elenco iniciado en 2019 además de hacer reír, no solo cantan con cuidadas armonías vocales sino que también tocan de maravillas desde un piano hasta un inodoro con cuerdas.
Es desde ese lugar donde hay que hacer una mirada sobre este estreno nacional de “Más tropiezos de Mastropiero” y no desde la comparación con la época en que brillaban los ya fallecidos Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, o los que cumplieron su ciclo como Ernesto Acher y Carlos Núñez Cortés. En este contexto es donde hay que agradecer y aplaudir la primera obra nueva en catorce años, craneada por dos históricos como Jorge Maronna y Carlos López Puccio, a quienes se suman con profesionalismo y eficacia Roberto Antier, Tomás Mayer-Wolf, Martín O’Connor y Horacio “Tato” Turano.
Con tres Astengo con localidades agotadas el viernes 18, sábado 19 y domingo 20, y otras tres funciones que van camino a agotarse el 25, 26 y 27 de noviembre, “Más tropiezos de Mastropiero” toma como disparador una entrevista al exhuberante creador Johann Sebastian Mastropiero (O’Connor), en la cual el refinado periodista del programa televisivo cultural (Antier, impecable) intenta repasar la historia artística de este compositor “desde sus primeros fracasos hasta los más recientes”.
Hay un trabajo logrado en la puesta, que no solo permite mover la escena de la entrevista sino que le agrega dinámica a los distintos bloques, en los que se sucederán situaciones insólitas vinculadas a la carrera musical de Mastropiero que irán cimentando la gran pregunta que se revelará en el final: “¿Cuál es el secreto de su éxito?”.
A medida que avanza la entrevista, el periodista sumará ira tras las respuestas desopilantes de Mastropiero, quien tomará cada pregunta con literalidad, jamás entenderá qué significa una asociación libre, y si el conductor le reclama “póngase en mi lugar”, Mastropiero se sentará en su silla provocando el estallido de la platea. Ese tipo de humor impacta al público de Les Luthiers, el de la palabra que va al sinsentido más que al doble sentido, porque, como siempre, nunca habrá expresiones subidas de tono. No porque Les Luthiers se pongan colorados, sino porque nunca fue su estilo.
Con mucha sutileza también le dedicarán un bloque a ironizar sobre el lenguaje inclusivo en una rutina con cantito que evoca a las prácticas de fajina de las milicias estadounidenses tantas veces vistas en el cine hollywoodense.
Cada luthier tiene un rol determinado: Maronna es el más brillante en lo musical; López Puccio está detrás de las armonías vocales y aporta su gestualidad minimalista; Antier explota al máximo su conocida veta actoral y también se luce como pianista; Tomás Mayer-Wolf, el más joven del grupo, suma su impronta más rockera; Tato Turano es el de perfil bajo que siempre se las ingenia para hacer reír; y Martín O’Connor toma el rol de protagonista y sale más que airoso gracias a su desparpajo natural.
Ese desparpajo se potencia en el final, cuando revela el secreto del éxito de Mastropiero. Ese cierre, que es preferible no spoilear, es una metáfora que desmitifica el halo dorado del humor culto en favor del supuestamente manchado humor popular. Y es en esa delgada línea donde Les Luthiers hace equilibrio, con algún tiro por elevación contra los políticos corruptos aunque sin meterse con la grieta, y siempre con el preciosismo de la palabra, la buena música y los instrumentos inventados como las banderas que flamean en lo más alto de su potencial artístico.