“Si siempre decimos que uno de los grandes problemas de América Latina es que es la región más desigual, entonces desde la universidad pongamos en el centro el combate a la desigualdad”. El planteo fue lanzado por Axel Didriksson, escritor, académico e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y presidente de la Global University Network for Innovation (GUNI) para América Latina y el Caribe.
Didriksson fue una de las personalidades presentes a principios de mes en el Congreso Internacional de Universidades Públicas (Ciup), realizado en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Allí fue uno de los coordinadores de un foro sobre acciones para la integración e innovación, donde sostuvo que para avanzar en esas transformaciones “tenemos que cambiar radicalmente el currículum” y replantear el vínculo entre el Estado y la universidad.
—¿Por qué centrar la mirada en la currícula?
—Porque es el núcleo de la organización del conocimiento de las universidades. Acabo de terminar un estudio sobre quince países de Asia, Europa, América Latina, observando y analizando las tendencias de cambio estructural. Y una de las más importantes es lo que denomino la epistemología institucional, que implica la reorganización de la currícula y la gobernanza, y la relocalización de los recursos. Bueno, en ese cambio se ve el impacto que tiene la incorporación de la innovación. En las principales universidades del mundo se incorporó la función de innovación. Por lo general decimos que nuestras universidades están organizadas con fines de docencia, investigación y extensión. Pero en estas universidades de vanguardia la transformación más importante desde la primera década del siglo a ahora es la incorporación del principio de la innovación. Esto no es simplemente un añadido, trajo consigo una rearticulación estructural fundamental de toda la currícula. ¿Por qué? Porque innovar significa poner los conocimientos que tú produces, aprendes y enseñas en relación con la sociedad. La innovación implica sumar conocimiento, agregar valor a los procesos de organización y desarrollo de la sociedad. Al incorporarse esta nueva función en las universidades impactó en la investigación y en la docencia. O sea, es un factor multiplicador que reorganizó la currícula. Esta es una de las tendencias más importantes que ocurren en el mundo y que está apenas empezando a ser motivo de reflexión en las universidades de América Latina.
—Planteabas que si la desigualdad es uno de los grandes problemas de América Latina, la universidad debe tener una mirada sobre eso.
—Exactamente. El tema de la vinculación y la innovación, y la rearticulación con la currícula para América Latina significa en primer lugar poner los conocimientos que producimos, enseñamos y aprendemos en función de superar los niveles de desigualdad. Este es nuestro tema, que debe estar presente en las reformas que estamos haciendo en América Latina sobre las leyes universitarias. En Colombia, México, Perú, Argentina, Ecuador y hasta en En Brasil, que se debe replantear toda la agresión que se hizo contra la educación pública con Bolsonaro. Los debates de estas nuevas leyes están planteando que la universidad tiene un propósito fundamental de enorme responsabilidad, porque es una institución, no la única, que produce conocimientos. Hay una producción de conocimiento que se ha convertido en conocimiento de valor agregado fundamental de una economía de desarrollo moderno. Por eso la universidad tiene una particularidad fundamental que es producir este conocimiento en forma organizada, sistemática y masiva. Distinto a una empresa que tiene un grupo de investigadores para innovar en su aparatito, para hacer una vacuna o patente. Para América Latina los debates de esta nueva legislación y políticas de Estado están replanteando fuertemente la idea de que el principal criterio de evaluación del desempeño de la universidad es el impacto social y la incidencia que tiene lo que nosotros —docentes, investigadores y estudiantes— hacemos en términos de la problemática de la desigualdad en nuestros países.
—Aparte que hablar de desigualdad implica temas concretos, como pobreza, vivienda o criminalidad.
—Nosotros tenemos una selección de por lo menos diez temas que son estratégicos, donde está violencia y gobernabilidad, desarrollo y articulación de la ruralidad desde la perspectiva de la sustentabilidad, violencia de género (femicidios), carteles de la droga e inmigración. En México tenemos ahorita cinco caravanas que no quieren estar en México sino en los Estados Unidos, pero ahí no los van a dejar entrar y es un conflicto que nos toca. Obviamente también hay que discutir educación y salud, alimentación, hambre y pobreza. La diversidad sexual, las demandas de las minorías sexuales. El desarrollo fiscal y económico. Hay un tema clave que es que hay que gravar la riqueza y la herencia, gravar a esas empresas que dejaron de ser propiedad de unas personas para ser de accionistas que tú ni conoces, que están en la bolsa de valores que llegan de China, India, Sudáfrica, Europa, invierten en la bolsa de acá y se llevan el 70 por ciento de las ganancias. Podría ser una reforma fiscal. La Argentina tiene una deuda grande con eso.
—Volviendo al tema de los desafíos de las universidades, ¿cuál es tu mirada sobre los ránkings internacionales?
—Ya se desplazaron. Son una opción de moda que tal universidad la quiere agarrar y la agarra. Por ejemplo, en el LERU (The League of European Research Universities), donde está una veintena de universidades importantes de la Comunidad Europea, en sus documentos base dicen que en estas universidades se elimina por completo la evaluación por ránkings, que ya no les importa. Y el criterio que están adoptando es el de evaluación del trabajo académico y el desempeño universitario por su impacto social. Han adoptado el impacto social y la responsabilidad de la universidad como el criterio fundamental de la evaluación de la calidad, no los ránkings.