Todavía aturdidos por la noticia, al caer el sábado dirigentes del peronismo santafesino leían que la movida fortalece en el cortísimo plazo a la presidenta del Senado pero abre un panorama sombrío para el país.
Al mando de un barco a la deriva, Fernández se enfrenta a su hora más difícil. Sin Guzmán ni Matías Kulfas, sus principales espadas económicas, el presidente debe elegir mucho más que un ministro. Algo ya de por sí difícil de hallar en este contexto.
Debe encontrar un mecanismo político que le permita atravesar una tormenta cada vez más amenazante y enfocarse en cómo no naufragar en el larguísimo trayecto que falta hasta diciembre de 2023. Con un agravante: en las crisis el tiempo se acelera y los peores escenarios pueden precipitarse antes de lo pensado.
Una posibilidad es abrirle la puerta del Ejecutivo a Sergio Massa, que no deja de ilusionarse con ser el candidato a presidente de 2023, aunque cada vez tiene menos tiempo y margen para cosechar resultados. Su adversario Daniel Scioli puede confirmarlo.
Otra opción que tiene Fernández sobre la mesa es terminar de firmar la capitulación ante Cristina, que parece más la jefa de la oposición que la accionista mayoritaria del oficialismo, y convertirse en una figura casi simbólica. Casi como el monarca de un régimen parlamentario europeo.
Una tercera alternativa, romper definitivamente con el cristinismo y explorar un acuerdo con la oposición, luce como el camino menos viable. ¿Por qué se subirían a un barco que se hunde?
Lo cierto es que Alberto y Cristina pelean sobre un terreno resbaladizo. Los actos por el aniversario del fallecimiento de Perón ilustraron que el peronismo, más que atravesado por una relación de fuerzas es un equilibrio inestable de debilidades. Y donde la interna es, más que un medio, un fin en sí mismo.
Pensado para mostrar algo de fortaleza, el lúgubre homenaje al fundador del justicialismo en la CGT mostró un Fernández aislado, que eligió compararse con el Perón al que la interna le estalló en las manos y que reflexionó sobre la relación entre el viejo caudillo y la lapicera con escasa solidez, no sólo histórica sino también conceptual: ¿cómo se puede puede convencer y construir poder sin tomar decisiones?
Ante una tribuna enfervorizada, que rememoraba los actos en Casa Rosada durante la edad de oro del kirchnerismo, una Cristina cada vez más directa en sus ataques respondió al presidente con el Manual de conducción política bajo el brazo. Habló de “persuadir con hechos”, destacó al Perón que “cazó la lapicera y no la soltó más”, y volvió a insistir con que el principal problema del país es la economía bimonetaria. Esa que se sacude cada vez más, y cada vez más seguido, con la incertidumbre política.
Enfrentada a un operativo clamor que revela fallas de diseño del instrumento que le permitió al peronismo volver al poder y su incapacidad para ordenar un trasvasamiento generacional con figuras más o menos populares, Cristina también tiene ante sí decisiones difíciles. Una vez logrado el objetivo de sacarse de encima a los “funcionarios que no funcionan”, ¿entra a un gobierno que parece irse a pique? ¿Puede despegarse a esta altura del cuarto kirchnerismo, para usar la periodización de Kulfas?
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Deudas e intereses
En este marco, Fernández había podido cerrar a mediados de la semana un conflicto que su viejo jefe, Néstor Kirchner, había desatado. Y con él como jefe de Gabinete. Tres presidentes y tres gobernadores de Santa Fe después, Fernández y Omar Perotti escribieron el final de la larga y compleja novela de la deuda histórica del Estado nacional con la provincia, que podría generar nuevos spin-offs políticos y judiciales.
A diferencia de lo que sucede en otros temas, Fernández cortó con la procrastinación que exaspera los accionistas y la base del Frente de Todos y resolvió. En pleno asedio de gobernadores que buscan recursos para distritos y ven -con mayor o menor convencimiento, según el caso- a Cristina como la única balsa que puede salvarlos del naufragio electoral, el presidente abrió una línea de acuerdo con uno de los dos mandatarios peronistas que no se subió a la renacida liga de caudillos provinciales.
Lejos de la batalla de gallos interminable que se libra en el escenario principal del peronismo, a Perotti el acuerdo con la Casa Rosada le permite mostrar dos grandes resultados.
Por un lado, un éxito político: consiguió destrabar lo que Jorge Obeid, Hermes Binner, Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz intentaron resolver a través de la vía administrativa, la Justicia y la negociación política con Cristina Kirchner y Mauricio Macri.
Por el otro, Perotti obtiene fondos extra para un año donde el peronismo se juega la permanencia en el poder o el regreso al llano.
“El acuerdo fue fantástico, al actualizarse por CER tenés la garantía de que la deuda no se deprecia en el período de cobro”, dicen en la Casa Gris.
En la mesa chica de Perotti valoran que Fernández cumplió con su palabra. “Fue el único presidente que dijo que lo iba a solucionar y lo hizo, a pesar de la pandemia, la guerra y la crisis”, remarcan.
Eso sí: nadie correrá a tatuarse la cara de Alberto Fernández, menos en este contexto, y las diferencias en varios temas clave se mantienen.
Sin embargo, en el entorno del rafaelino destacan políticas nacionales que permiten -o al menos no entorpecen- la recuperación económica, la creación de empleo y la disparada de las exportaciones. Tres rubros donde Santa Fe se ubica al tope del ránking.
Con el ajuste a pedido del FMI en marcha y en un contexto donde la anemia de la autoridad presidencial habilita un estado asambleario inédito en el peronismo, la discusión por cómo se distribuyen los recursos se torna una cuestión urgente.
En este rubro, la provincia tiene todavía margen para reclamar. Más, en pleno torniquete cambiario que afectará en el corto plazo a la producción. Un informe del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) refleja que Santa Fe con 12 mil millones de dólares de superávit es la provincia con mejor diferencial entre exportaciones e importaciones, y duplica a la segunda, Córdoba.
De todos modos, el gobernador buscará mantener equilibrio y distancia. “Omar tiene la prioridad en la provincia y cree que no es el momento para avanzar en ninguna definición que pueda perjudicar la relación con Alberto y el resto del peronismo”, sostienen cerca del gobernador.
Así como la gran deuda del gobierno del Frente de Todos es que los ingresos dejen de mirarle la espalda a los precios -en abril, según el Indec, los salarios aumentaron 5% en promedio, contra una inflación de 6%- en Santa Fe la materia pendiente es la seguridad. “Es una prioridad y estamos en deuda”, reconocen en la casa de gobierno.
Por eso, en la semana en que el departamento Rosario llegó a los 138 homicidios y rompió el récord de 2014 el gobernador anunció que en las grandes ciudades la prioridad será el plan Incluir, que apunta a apaciguar las zonas más calientes.
“Todo lo que sea obra pública viene bárbaro”, reconoce un integrante del riñón político de Pablo Javkin, que mostró una postura cauta. También el intendente quiere ver la letra chica del acuerdo.
La mesura que cunde en el Palacio de los Leones y en todos los gobiernos locales contrasta con la dureza con la que salieron los legisladores opositores, tanto nacionales como provinciales. Sin la obligación de negociar con el Ejecutivo, nadie quiere regalarle un triunfo al peronismo y advierten que podrían contraatacar en la Legislatura, donde el no peronismo es mayoría, y en la Justicia.
“El gobierno nacional está en retirada y el de la provincia está sin proyecto. Suponen que van a perder la elección y no les importa dejar un campo minado a los santafesinos. Pareciera que Perotti se conforma con dar una conferencia de prensa con el ministro más devaluado de la Argentina, para anunciar lo que es un certificado de defunción de la deuda con la provincia”, dispararon desde un búnker radical después de la foto en Casa Rosada.
Pero además, la deuda histórica le sirvió a las principales fuerzas opositoras de la provincia para guardar un rato en el freezer sus diferencias y escenificar en la UNL una foto de unidad que, lejos de ser casual, se da en un contexto donde se empieza a armar el rompecabezas electoral.
Allí posaron Javkin, los socialistas Clara García, Enrique Estévez y Antonio Bonfatti, los radicales Felipe Michlig, Maximiliano Pullaro, Dionisio Scarpin, Mario Barletta, Julián Galdeano y José Corral, el macrista Federico Angelini, y referentes de partidos más pequeños que orbitan en el Frente Progresista y Juntos por el Cambio.
“Es el asado del PDP que no se hizo”, dijo entre risas un dirigente opositor que todavía no da por muerto el frente opositor, en referencia a la fallida reunión que quiso armar en abril el diputado Gabriel Real y que se quedó sin comensales.
Con Pullaro, el PS y el PRO enfocados en fortalecer su propio perfil, en el javkinismo niegan que piensen en un Frente Progresista ampliado y aseguran que mantienen “total expectativa” de reunir a todos los opositores bajo un mismo paraguas electoral.
Mientras queda por definirse quién será el candidato o candidata del volátil Javier Milei, o quien lidere ese espacio si el diputado y economista se derrumba antes, en el otro extremo del espectro ideológico se registran movimientos.
El diputado provincial Carlos del Frade encabezó un acto del espacio Soberanía Popular, del que participaron referentes de centroizquierda a los que no les cierra el frente XXL y dirigentes peronistas que acumulan diferencias con Perotti y La Cámpora y amagan con jugar por afuera del PJ.
“Tenemos una franja para ocupar, mucha gente no va a querer ocupar al macrismo ni expresiones del peronismo que no tienen nada que ver con sus mejores banderas. Podemos armar un espacio para dar el batacazo y gobernar en 2027”, dice del Frade.
Más allá de que el 2027 parezca del orden de la ciencia ficción, el escenario político santafesino político está -diría el filósofo Zygmunt Bauman- en modo líquido, y la crisis abre oportunidades para combinaciones impensadas poco tiempo atrás.