Pero no era el Zorzal quien imponía distancia; en las primeras de sus diez visitas desde 1914, se lo veía compartir la bohemia de los cafés, las trasnoches gastronómicas en bodegones de vidrios empañados, el fervor del Hipódromo y el relato de los fatto con los que hacía reír a sus amigos. “Eran los lugares que tejían esa argamasa social de la cual surgieron tantas cosas entre ellas el tango, forma de sociabilidad que perduraron de alguna u otra manera, desaparecieron o siguen reconvirtiéndose”, define Kaller. Y dice que Gardel fue “un muchacho prototipo de ese contexto, como refleja una de las primeras películas parlantes del cine nacional, <>: café, tango y los burros, el caldo de cultivo que fecundó tantas canciones”.
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Imagen de Federico García Lorca en Rosario. En la misma página se aprecia una esquela firmada por el autor.
Archivo La Capital
García Lorca en cambio vino sólo una vez y apenas por dos días que alcanzaron a ligarlo a Rosario para siempre. La comitiva que lo fue a esperar a la Estación Sunchales, el 22 de diciembre de 1933, quedó impactada por el andaluz que saltó del vagón al andén sonriendo, en un gesto airoso que puso al grupo bajo su embrujo. Lo esperaban recepciones, su conferencia sobre el alma española y un almuerzo que duró hasta entrada la tarde donde fluyeron brindis y charlas de vuelo literario, que en palabras de testigos, resultaban desconocidas para el resto de los clientes que en la sobremesa repasaban sus vidas cotidianas.
De aquella tarde calurosa hay crónicas de trazo grueso El poeta y dramaturgo era el centro en la cantina italiana de calle San Juan al 1000, frente al entonces Mercado Central, un lugar donde tiempo después recibiría a Luis Pirandello.”Fue un almuerzo lleno de agradables ocurrencias, en la grata penumbra decembrina…frente a las ventrudas circunferencias de los barriles acostados en pilas, que dividían al salón en dos mapas gastronómicos”, evoca Correas. Allí se habló del “aliento renovador de Bodas de Sangre soplaba sobre la escena contemporánea española, <>, argumentaba García Lorca sobre el valor social de sus obras, que lo iban convirtiendo en un personaje incómodo para el sector conservador de la Península.
¿Se cruzaron alguna vez esos mundos de pasión y lucidez de García Lorca y Gardel? Pareciera que si, emergentes de su tiempo, el canto popular y el cante jondo, abrevaron en una realidad social de tejido doliente, en contextos urbanos y rurales, encontraron las vibraciones del alma frente al dolor, la tragedia, la pasión, el amor y el desamor, y las preguntas sin respuestas sobre la vida y la muerte. En cafetines y billares el primero, entre aromas de naranjos y campos de olivos, el segundo. Ambos hechizaban con su canto y encanto, en una época marcada por crisis y hambrunas.
La última vez que ambos estuvieron en Rosario, y única en el caso del español, Gardel, en auditorio colmado, estrenó el tango Silencio, un relato trágico y García Lorca dio su recién estrenada conferencia <>, para unas 120 personas, en el teatro Colón, Corrientes 485. Contemporáneo de ambos, años después, Jorge Luis Borges los criticó con dureza, en su opinión El Zorzal Criollo había <> orillero y que el Andaluz, era un poeta pintoresco, según recoge el historiador Felipe Pigna y el periodista Fernando Sorrentino, respectivamente.
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Estampa de Federico García Lorca en Rosario, nota del periodista Horacio Correa, publicada en agosto de 1946.
Archivo La Capital
La ciudad y los duendes
"Es una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España", dijo García Lorca sobre Juego y teoría del duende, que había pronunciado por primera vez el 20 de octubre del mismo año, en Buenos Aires. La conferencia fue considerada revolucionaria para su tiempo, porque denuncia el clasismo y el menosprecio que se ocultan detrás de la vieja distinción entre arte culto y arte popular, además de una indagación poética sobre la génesis de la emoción en el arte. El público aplaudía largamente atrapado en la simpatía, leyó sus poemas de un libro que le alcanzaron porque no se los sabía de memoria y firmó libros y programas. “Cuando la firma se le antojaba escasa dibujaba al lado un signo, un payaso, un ave…”, evoca Correas sobre aquella noche que culminó recién al alba, en el patio de una chopería.
“El duende tiene su morada en las últimas habitaciones de la sangre y es allí donde hay que atreverse a despertarlo para pelear con él y quemarse con su fuego. El duende es un poder y no un obrar, un luchar y no un pensar, es estilo vivo, creación en acto, espíritu de la tierra”, decía el poeta y el embrujo encontraba su cauce entre sus oyentes. Al día siguiente participó en un banquete en la Rottisseri Café Cifré, Córdoba y San Martín, que le ofreció la colectividad española de Rosario, en una recepción en el Club Español, donde se divirtió tocando en el piano unas coplas picarescas sobre Cervantes. La tarde cerró con un té en la confitería de La Favorita, en Sarmiento y Córdoba.
El andaluz había llegado a Rosario, desde Buenos Aires, con el periodista y escritor Pablo Suero, haciendo un paréntesis en su presentación de cada noche, en el teatro donde Lola Membrives, interpretaba Bodas de Sangre. Cuentan que estuvo tan a gusto en esta ciudad, que ambos hicieron lo posible por extender la visita, que incluyó el encuentro con dos primos del poeta que habían emigrado antes, compromisos de familia que él se ocupó de cumplir.
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Carlos Gardel en una de sus visitas a Rosario también se alojó en el Hotel Italia.
Archivo La Capital
De Gardel se cuenta que aquí tuvo un amor, y por supuesto amigos ganados a través de las noches que se alargaban en bares de Pichincha, después de sus actuaciones y que fueron desde el anonimato de los primeros años al éxito de sus últimas visitas a la ciudad, cuando ya había triunfado en París y había cambiado las pensiones de los primeros tiempos por el Grand Hotel Italia. La cuarta vez que llegó a Rosario, en 1917, cantó junto al uruguayo José Razzano en el café La Bolsa, San Martín al 600, que ofrecía funciones de café, matiné, familiar y noche con cine y números musicales en vivo. En ese entonces el dúo que se codearía con la fama, interpretaba canciones populares y aunque parezca insólita. Según cuenta Razzano en su biografía escrita por Francisco García Jiménez, el dueño de ese café le dijo al encargado: cuando terminen de tocar esos dos, dale estos pesos y que se vayan. Además, del orgullo herido, esa medida fue un revés económico para el dúo, que terminó compartiendo la pequeña cama de hierro que les ofreció el actor Carlos Morganti, en el altillo que alquilaba. “Dormíamos los tres con los cuerpos atravesados, colgándonos las piernas, que tapábamos con nuestra ropa de vestir”, relató el guitarrista uruguayo.
“En esos primeros años el duo Gardel–Razzano, no eran aún consagrados e integraban compañías de teatro, como la de Enrique Muiño, también actuaron en el teatro Politeama, actual Fundación Astengo, con la compañía de Luis Arata”, cuenta el historiador, periodista y escritor local Rafael Ielpi. Y dijo que en aquellos años, interpretaba canciones folklóricas, como cuecas, rancheras, hasta que conoció la obra Mi noche triste, el famoso tema de Pascual Contursi, que inauguraba el tango canción. Además repasó los lugares donde actuó como el Teatro Real, Salta y Oroño, en Eden Park, de avenida Pellegrini 1200 y en el Bar Victoria, de Jujuy y Oroño. “Cuando terminaba sus actuaciones solía ir a comer al Bar Madrid, Rioja y Entre Ríos, y al Bar Londres, de Rioja y Maipú, y la famosa parrilla La Carmelita”, evocó, citando al libro El Rosario de Satanás, de Héctor Zinni.
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En 1987, en medio de una subasta la Universidad de Rosario compró y evitó la demolición del Grand Hotel Italia.
Archivo La Capital
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Placa homenaje a Carlos Gardel en la Universidad de Rosario.
Archivo La Capital
El ruido del silencio
La prensa rosarina de principios del siglo XX, registró actuaciones de Gardel en los años 1914, 1916, 1917, 1922, 1924, 1927, 1930 y 1933. dos años después moría en Medellín, Colombia. “Justo cuando”, dice el historiador Raúl Zavattero, quien escuchó de su padre, una y otra vez, el relato de la última presentación que hizo el Zorzal Criollo en Rosario. “Contaba que fue a verlo un mundo de gente, pero se escuchaba el ruido del silencio cuando comenzaban las guitarras, a la gente hasta le caían lágrimas porque les parecía mentira estar viendo a ese artista que había triunfado en Europa y filmado películas”.
“Heredé algo de esa pasión, porque soy tanguero y tengo recopilada más de 45 orquestas típicas de ese tiempo, 10 eran de Rosario, el resto de Buenos Aires, que eran miniemprendimientos, se componían de 12 a 15 personas desde los músicos al ómnibus con el que recorrían el país con las giras”, evoca Zavattero. “Rosario era la primera ciudad grande con una incipiente industria, con lugares de esparcimiento y público, de modo que era una parada segura para los artistas que venían de Buenos Aires”, analiza Kaller, que entrevistó a unos 152 músicos rosarinos de la primera mitad del siglo pasado, con testimonios de primera mano sobre Gardel y su aura, que cuando quedaba gente afuera por no poder pagar la entrada, al final de la función salía y cantaba para ellos.
“Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro y de su acción social”, refiere la Fundación García Lorca sobre las palabras del poeta que soñaba con representar teatro clásico para el pueblo, para los más sencillos. En una nota publicada en La Capital, en abril de 1965, Correas hilvana las presentaciones de las dos figuras que prendaron a los rosarinos. “Gardel había sido distinguido por la naturaleza con un don de simpatía verdaderamente mágico, ampliado por una desenvuelta sencillez de comportamiento que contribuía a aumentar ese raro sortilegio que provocaba su persona, Igual al que poseyó el gran poeta español, Federico García Lorca”.
La voz de Gardel cautivaba de tal modo que el público se abismaba en el silencio, García Lorca, de frac y en un escenario despojado, llenaba de imágenes que se podían palpar el auditorio. Dos huellas casi centenarias que la ciudad plasmó en placas, estatuas y decenas de artículos, porque tal como escribió Correas mientras el tren del Andaluz se alejaba y él levantaba la mano para saludar. “Aquel ademán debe estar dormido en la atmósfera de Sunchales. Es cosa de advertirlo para que sea respetado por todos lo que lo sepan”. Un ademán y una voz, ingrávidos y perennes como todo trazo que guarda para siempre el alma.
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Dio su primera conferencia el poeta Lorca. Titula La Capital en edición del sábado 23 de diciembre de 1933.
Archivo La Capital