Los economistas del show televisivo repiten todo el tiempo que el Estado es como una familia para hablar de equilibrio fiscal. Como bien sabemos, las familias (o sea, nosotros y nosotras como trabajadores) no podemos gastar más de lo que nos ingresa como salario. Si cobramos 100 mil pesos, nuestros gastos deberían ser, como mucho, de la misma cantidad que esa suma.
Esto lo entendemos porque lo vivimos a diario. La falacia de los economistas neoliberales es decir que el Estado funciona igual: que no puede gastar más de lo que recauda porque, como cualquier ciudadano o familia, puede quebrar. Tristemente, el objetivo de hacernos creer que una estructura tan compleja como el Estado es igual que la caja de ahorros de doña Rosa o don Pedro tiene una adhesión social grande. El resultado, para estos economistas vulgares, se enuncia sólo: ¡El Estado es como una familia por lo tanto debe cuidar no gastar tanto!
Bueno, lamentamos decir que la economía no es tan simple como lo pintan estos economistas. La billetera del Estado (lo que se denomina cuentas públicas y se vota anualmente en el presupuesto) no funciona como nuestra billetera. Los motivos son, principalmente, cuatro.
En primer lugar, el Estado puede obtener deuda y renegociarla todo el tiempo. Ningún Estado quiebra por más crisis de deuda que tenga. Argentina no desapareció como país pese a tener default en 1989, 2001 o 2019. Según la OCDE, los niveles de deuda pública alcanzados por Japón representan el 250 por ciento de su PBI, Estados Unidos un 150 por ciento y Alemania un 50 por ciento y lejos están de quebrar estos países. En cambio, las personas a pie, si bien podemos endeudarnos vía tarjeta de crédito o un préstamo, a largo plazo podemos terminar con un embargo de nuestros bienes y en la larga lista del veraz.
En segundo lugar, las familias no tenemos una máquina que imprima billetes en el patio de nuestra casa. Podríamos falsificarlos pero corremos el riesgo de ir presos. En cambio, el Estado está legitimado por ley para hacerlo: puede financiar su gasto emitiendo su propia moneda gracias a que tiene un tesoro nacional a su disposición.
En tercer lugar, los distintos niveles del Estado pueden aumentar su recaudación por propia voluntad subiendo los impuestos o tasas. Las familias trabajadoras, en cambio, no pueden obtener más ingresos de acuerdo a su deseo (con la rarísima excepción de tener patrones muy buenos).
Estas razones -guardamos la cuarta razón para el siguiente apartado- hacen que el Estado no funcione igual que una familia. Sin embargo, esto no significa que el Estado pueda hacer lo que quiera ya que tiene ciertos límites (aunque muy distintos a los que tenemos nosotros como trabajadores). Vamos con algunos ejemplos para poder entender esas limitaciones:
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Ejemplo 1: si el Estado se endeuda en moneda extranjera pone en juego sus reservas y, por ende, el tipo de cambio (cuántos pesos necesito para comprar un dólar). La limitación lo impone la moneda extranjera ya que no la puedo emitir y sólo la puedo conseguir genuinamente a través del comercio internacional. Un ejemplo cercano es el endeudamiento del macrismo con el FMI que nos obliga a exportar mucho y conseguir dólares para devolver el préstamo a futuro (y no poder gastar esa plata en toda la deuda social que hoy tiene el Estado).
Ejemplo 2: si la emisión monetaria termina en actores económicos de ingreso alto esto puede derivar en la compra de dólares y agrava el problema con las reservas. ¿Cómo se puede dar esto? Otro ejemplo cercano en el tiempo: el Estado Nacional emitió para pagar el famoso Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) durante la pandemia. En su mayoría, podemos suponer que ese IFE se gastó en supermercados (y en alimentos) por las necesidades propias de quiénes lo cobraban. El problema es que esos espacios de comercialización y producción están dominados por pocos empresarios que vieron mejorar sus ganancias pudiéndose dolarizar y agravar el problema de la restricción externa.
Ejemplo 3: si la deuda emitida es en pesos o si se aumentan los impuestos pueden existir límites políticos. La suba de impuestos tiene la reacción de los sectores perjudicados (pensemos en los multimillonarios con el aportes a las grandes fortunas o en los exportadores con la suba de retenciones) y la deuda en pesos no sirve para financiar la fuga de capitales con lo cual tensiona con los sectores que viven de la renta financiera.
La cuarta razón: el Estado se financia con su propio gasto
El Estado no es como una familia. Su presupuesto no funciona igual que el nuestro. Ya enunciamos tres razones: el endeudamiento, la emisión y los impuestos. Pero falta uno de los más importantes: el gasto del Estado es su propio financiamiento. ¿Contradictorio? ¡Vamos con el razonamiento!
El Estado no es como un trabajador. En general, si el empleado está registrado (mal llamado, en blanco), cobra a principios de mes y en base a lo cobrado va gastando. A final de mes ve si le sobró mucho sueldo (o mucho mes). En cambio, el Estado no cobra los impuestos el primero de cada mes, aunque sí tiene que gastar. Pero no solo eso: en base a lo gastado es lo que va a recaudar.
¿No se entendió? Vamos con un ejemplo conocido: la billetera Santa Fe. El Estado Provincial en Santa Fe implementó una medida que consiste en la devolución de hasta 5 mil pesos mensuales por persona en determinados productos de consumo garantizando entre un 20 y un 30 por ciento de ahorro. El Estado pone esa plata (y es un montón de plata). Pero gracias a ese gasto recauda más: la gente elevó su consumo en esos productos lo que provoca una mayor recaudación por ingresos brutos (u otro impuesto provincial). Al mismo tiempo, permitió el blanqueo de las operaciones comerciales ya que se hacen a través de una aplicación generando un mecanismo antievasión.
Sumado a esto, los comerciantes y sus proveedores venden más productos que antes por lo que tienen que aumentar su producción, lo que a la larga se traduce en un mayor empleo. Si seguimos la cadena, ese mayor empleo (de aquellos que estaban desempleados por la pandemia y el macrismo) se traduce en un mayor consumo y, por ende, en una mayor recaudación.
Y así con cualquier ejemplo: el gasto del Estado es un motor económico. Cada vez que realiza una obra pública deja ganancia para los empresarios constructores pero al mismo tiempo da empleo a obreros que estaban desempleados, generando un aumento del consumo y, por lo tanto, de la recaudación estatal.
Esto no es nuevo ni se inventó ahora: lo sabemos desde el New Deal norteamericano, la reconstrucción alemana de posguerra o la Argentina post crisis del 2001. El gasto “va antes” que los impuestos determinándolos y, por lo tanto, es su propia fuente de financiamiento. Esto no significa que el Estado gaste en cualquier cosa porque sabemos que tiene límites económicos y políticos (¡lo señalamos arriba!) pero combate la idea liberal absurda de que el Estado tiene que tener un “presupuesto equilibrado” como si fuese el hijo del vecino.
El argumento de los economistas del “presupuesto equilibrado” se basa en darle confianza a los actores privados. “Un gasto elevado desplaza la inversión privada”,” impuestos altos desincentivan la inversión privada” “La emisión o el endeudamiento provocan inflación y eso desincentiva la inversión privada”. Siguiendo su lógica, el Estado no puede hacer casi nada que no moleste al sector privado. Pero, ¿quién fue el que salvó a los empresarios de la crisis? ¿Quién pagó salarios o compro vacunas? ¿Quién sostiene el crecimiento económico cuando no hay inversión? El Estado. Y está es su función (y es más, nos arriesgamos: es parte de su naturaleza) dentro del sistema capitalista. Gracias a su gasto motoriza sectores económicos y puede solucionar problemas estructurales.
Si el gasto funciona como financiamiento, ¿para qué cobra impuestos?
Algún economista mal pensado podría afirmar que si el gasto garantiza un financiamiento propio de nada serviría cobrar impuestos. Sin embargo, los impuestos son muy importantes.
En primer lugar, el Estado con los impuestos asegura la demanda de moneda estatal (y no de otra moneda distinta). Es decir, a través de los impuestos, el Estado (desde tiempos muy remotos) asegura que nosotros y nosotras usamos pesos porque debemos pagar nuestras cuentas con esos pesos.
Por otro lado, si bien el gasto termina determinando lo recaudado, los impuestos ayudan a redistribuir los ingresos. Es decir, si la torta crece (crece la cantidad de bienes y servicios producidos en una economía, como ahora), los impuestos ayudan a que una parte relativamente más grande de ese crecimiento vaya a los sectores que la pasan peor. Eso se llama “estructura tributaria progresiva”, algo en lo que nuestro país merece un debate profundo (y urgente).
En tercer lugar, los impuestos castigan actividades indeseadas culturalmente. Un ejemplo son los cigarrillos: para tratar de disminuir el consumo de tabaco los gobiernos suelen ponerle una carga tributaria mayor a estos productos.
En cuarto lugar, los impuestos configuran precios relativos. ¿Qué es eso? Si algo tiene impuesto y otro bien no lo tiene ayuda a direccionar la demanda al sector que no lo tiene. Por ejemplo, si colocamos un impuesto (llamado arancel) a las importaciones de juguetes chinos provocamos que estos juguetes se encarezcan y beneficiamos a la industria nacional de juguetes.
En quinto lugar, los impuestos evitan la inflación importada. Se da cuando el producto que vendés al resto del mundo ve aumentado su precio por motivos externos y, por lo tanto, aumenta el precio dentro del país provocando inflación. Un ejemplo son los alimentos durante la Guerra de Rusia-Ucrania. Los exportadores de alimentos consiguieron una mayor rentabilidad (ya que aumentaron los precios) y trasladan ese aumento de rentabilidad hacia el mercado interno. Por ejemplo (con números no reales): si el maíz pasa de un dólar a valer dos dólares, eso significa que en el mercado interno pasará de 140 pesos a 280 pesos. Los impuestos son útiles para no permitir ese traslado de precios: las llamadas retenciones permiten captar ese aumento extraordinario.
Por último, los impuestos pueden evitar (por el momento) una devaluación. En este sentido, el “impuesto país” evita que el gobierno devalúe el tipo de cambio oficial generando un tipo de cambio más bajo para las importaciones necesarias y otro más alto para aquellas personas que quieran dólares para ahorrar.
Contra el terraplanismo económico
Las complejidades del siglo XXI exigen que elevemos el nivel del debate. No podemos estar discutiendo si el Estado es una familia sino que tenemos que pasar a debatir sobre las herramientas ya existentes y sus distintos resultados. Hay que comprender que la "visión familiar del Estado" es una postura ideológica de aquellos que quieren reducir el Estado a su mínima expresión o, mejor dicho, utilizar al Estado para mantener un proceso de acumulación profundamente desigual. Entender las herramientas del Estado nos garantiza la victoria en ambos combates: un regreso a la discusión de políticas públicas (y por lo tanto la posibilidad de transformar la realidad) y una muralla contra el pensamiento único neoliberal.
(*) Aín Mora es economista, docente de Economía Política de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadísticas (FCEyE, UNR). Miembro del Grupo de Estudios de Economía, Ambiente y Sociedad (GEEAS - UNR) ...