Post crisis de 2001 un grupo de rosarinos sacó parte de su guardarropa a la venta en el barrio Pichincha y así nació la feria americana El Roperito, emblemática en la región y hoy en pleno auge. Desde que terminaron las restricciones sanitarias que impuso la pandemia, crece en volumen de operaciones y abastece incluso a clientes de localidades cercanas, muchos de los cuales instalan sus propias ventas de garaje en la zona metropolitana dentro de la lógica de la moda circular. Una de las razones de la expansión de la feria es la búsqueda de mejores precios por parte del público, en el marco de un contexto inflacionario y de baja del poder adquisitivo; otro motivo es el cambio de costumbres que orienta los consumos en términos de sustentabilidad, ya que la industria de la indumentaria es una de las más contaminantes en el mundo.
El Roperito está ubicado a continuación del Mercado Retro La Huella, en la parte oeste del Parque Norte: avenida Rivadavia desde Pueyrredón y avenida Illia hasta Rodríguez. Con ampliación de días y horarios, sus 63 puestos (50 fijos y el resto visitantes) funcionan este verano los viernes de 17 a 22 y los sábados y domingos de 9 a 21. “Tuvo un gran repunte tras la pandemia porque en localidades cercanas a Rosario, por ejemplo San Lorenzo o Granadero Baigorria, las familias empezaron a incorporar la moda circular en relación a indumentaria, calzados y accesorios en el espacio que les queda en la casa”, cuenta Valeria Aguiar, directora general de Gestión Territorial de la Secretaría de Cultura.
La lógica de la feria, entonces, se replica en garajes o patios techados de domicilios particulares de la zona metropolitana, donde se ofrecen productos de indumentaria de segunda mano, usados o de segunda oportunidad. “Esto también tiene que ver con la conciencia ambiental de muchísimos jóvenes; no solo concurren al espacio a buscar prendas para vestirse sino por un concepto o modo de vida”, evaluó la funcionaria, que coordina los once mercados dependientes de Cultura del municipio bajo el sello “Arriba Rosario”, entre ellos el que se define como un clásico o marca registrada de la ciudad en sus 21 años de vida.
En El Roperito se encuentra ropa de los años 20 hasta los 70, 80 y 90, vestidos de gala de diseñadores nacionales e internacionales fuera de circuito y hasta pequeñas mini tiendas de ropa exclusiva para motoqueros, rockeros y funkeros. Además de los amantes de los géneros textiles y las excentricidades de la moda, son asiduos visitantes quienes buscan vestuario para producciones cinematográficas y teatrales. La feria está tan organizada que en su reglamento establece la elección anual de delegados y la realización de asambleas.
María Laura Pariente es una de las dos delegadas electas en 2022, aunque se convirtió en feriante hace siete años. Antes había sido clienta curiosa y observadora atenta de los puestos de ropa, zapatos y accesorios de Pichincha. Si bien durante la semana trabaja en una oficina en relación de dependencia, “me gustaba la onda y la idea de la feria, así que fui a la Muni, hice los trámites y salí sorteada”. Desde entonces sostiene el puesto con ayuda del marido, “la paso bien y tengo un ingreso que me ayuda mucho porque hay días más o menos flojos pero siempre se vende”, resume. Amigos, familiares y conocidos le regalan o venden los artículos que luego pone a disposición del público. También hay oferta espontánea de vecinos que a sabiendas de las características del mercado, se acercan cuando ordenan un placar o muere un pariente a los fines de donar, canjear o intercambiar.
“Después de la pandemia, el movimiento se acentuó por la situación económica”, describe y explica la delegada. “Viene gente de todos lados, de ciudades como Funes, Roldán, Buenos Aires; chicos que estudian en las facultades y no tienen plata para pagar un pantalón a diez mil pesos”, agrega Pariente, y asegura que en El Roperito se consigue prendas de calidad, únicas, a buen precio. Por ejemplo jeans, tanto para varones como para mujeres, entre mil y 2.500 pesos. “Los jóvenes buscan ropa retro, camisas, sacos, pilotos, zapatos que no están en cualquier local del centro. O cosas específicas como una campera de los 80”, remata y apunta que la ropa se puede medir en probadores o cambiarse a posteriori ya que se genera un muy buen vínculo entre puesteros y clientes, muchos de los cuales se conocen de hace tiempo.
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Para festejar sus aniversarios, el Roperito organiza desfiles de ropa y accesorios de segunda mano.
Una industria poco sustentable
María Laura Carrascal coordina la carrera de Diseño de indumentaria y textil de la UNR, que este año debuta con su primera cohorte. No la sorprende el auge actual de El Roperito y se lo atribuye más a una cuestión de crisis económica de los usuarios que a un rechazo a la industria de la moda (aunque reconoce que este aspecto también influye, lo considera minoritario).
“Siempre que hay crisis se piensa en formas alternativas de provisión, en recuperación”, apunta la especialista y recuerda la película “La novicia rebelde”, donde la institutriz de canto confecciona trajes infantiles para sus pupilos con cortinas viejas en un contexto de guerra. Más adelante en el siglo XX, el movimiento contracultural que encarnaban los hippies montó ferias con ropa reciclada de otras épocas o tratada con técnicas artesanales provenientes de países no occidentales, como el batik y el tie die. “A partir de entonces esto tiene más o menos protagonismo según las crisis económicas pero suele suceder que cuando la gente recupera poder de compra abandona los consumos de feria. La cuestión del mercado es muy fuerte desde mi punto de vista, quienes consumen con la perspectiva de la sustentabilidad (de la industria de la moda) son un grupo minoritario, y aunque tengan más poder adquisitivo van a seguir apostando a la reutilización, al reciclaje”, concluye.