Una importante socióloga argentina, Francis Korn (entre otras cosas, hija del gran editor gráfico Julio Korn), escribe en uno de sus libros que cuando uno valora algo siempre hay implícita una comparación. Uno tiene que decir: es bueno, malo, más o menos… comparado con qué o con quién. Por ejemplo, decimos nosotros: Messi es bueno, comparado en el presente con Mbappé, o bien con Maradona, en el alcance que hacia atrás permita el radar generacional. Porque cuanto mayor es la edad del que compara, mayor alcance tiene esa antena. O sea: puede incluir a Enrique Omar Sívori, el más parecido antecedente al estilo zurdo de Maradona y Messi, a Raúl Belén o a Oscar Ortiz, que la llevaban como la lleva Messi. Puede incluir a Pelé, a Di Stéfano, a Cruyff, puede llegar según la edad del radar hasta José Manuel Moreno o Arsenio Erico… (Y Messi saldrá airoso siempre, o sea que nuestro adorado capitán es fabuloso, quédese tranquila doctora Francis).
Pero este 20 de diciembre de 2022, en que una multitud nunca vista salió a las calles de la ciudad y el área metropolitana de Buenos Aires, porque la selección nacional iba a ir desde Ezeiza hasta el Obelisco, fue un acontecimiento de tal escala que hacía muy difícil atisbar una comparación, ya fuera a simple vista o a simple sentido común. Para empezar, si se considera que hoy somos unos 15 millones de habitantes más que cuando se festejó la segunda Copa del Mundo en 1986 y recién pasábamos los 30 millones. Ya que estamos: “25 millones de argentinos jugaremos el Mundial”, era el jingle del 78.
Entonces ocurrió algo, este 20 de diciembre, que nos impuso una comparación inesperada: cuando se empezó a correr la voz entre la gente, de que la selección no iba a poder llegar al Obelisco, ni al centro, ni a la Casa de Gobierno, y que cuanto mucho iban a intentarlo en helicópteros, se palpó en el aire la misma desazón desconcertada que el 20 de junio de 1973, en Ezeiza, el día del regreso definitivo de Perón a la Argentina. Nos pasó, seguramente porque estuvimos en las dos, y la memoria afectiva debe de tener razones que la razón desconoce. Porque es obvio que las actividades son distintas, que el mundo es otro, que la convocatoria o la motivación para lanzarse como ahora sobre la autopista Riccheri obedecen a explicaciones diferentes. Sí, sí, claro. Y sin embargo…
La gente que estaba abajo, esperando, camisetas más, camisetas menos, era la misma. La que acampa, va temprano, reza que no llueva, que ojalá haya un baño a mano, una canilla por los chicos… ¡y a la final, maestro, el avión no baja, el helicóptero tampoco! ¿Cómo puede ser que no baja? ¡Algo pasó, se aterriza en otro lado, pero qué fue lo que pasó!
Aquella vez del '73, evoca la memoria mirando a la gente que recoge sus bártulos y emprende el regreso, hubo que esperar el análisis de lo ocurrido, la explicación televisada y una deconstrucción que, podría decirse, se sostiene hasta hoy, en controversias todavía no saldadas y en plena ebullición, con solo que se ponga un poco el dedo en la llaga.
Esta del '22, en cambio y obviamente, más allá de que un par de muchachos hinchas se dieron golpazos terribles por imprudencias que podrían haberse evitado, es otra cosa. Está claro que esta desazón no está asociada a la violencia, ni a la sangre, sino a algo distinto. Y que también tiene su importancia, porque lleva a preguntarse ¿por qué nos está costando tanto organizarnos con lo real, especialmente cuando las cosas tienen que ver con las masas y lo espontáneo? ¿No es raro? ¿Tendrá que ver con que nos hemos acostumbrado a la relación virtual, mediática, mercadológica, televisiva y hemos perdido los vínculos reales?
Los pibes de la Selección, que son parte del pueblo, estuvieron bárbaros. Asumieron la fiesta real como lo que era, propia e inolvidable. Abiertos y entregados, sin fastidios, caras de traste ni vallados, la disfrutaron tanto como la gente que los acompañó a lo largo de kilómetros, desde que se inició la caravana. Uno imagina que también para ellos habrá habido alguna desazón, al saber que se interrumpía lo programado, como cuando eran chicos y se suspendía por lluvia el partido del sábado en el barrio…
En cuanto a la gente: también estuvo bárbara. Es imbatible. Como para apostar que la próxima vez que haya que ir a esperar algo que aterrice, la gente volverá a estar abajo, con la alegría de siempre y una canción nueva: “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar: quiero ganar la cuarta…”. Así como hay millones en el mundo que siguen mirando al Cielo aguardando a su Mesías, o como decía Armando Tejada Gómez, “si hay que seguir esperando / más vale esperar cantando”.