Durante la reforma de los años 90 se instaló en el discurso pedadógico la frase “aprender a aprender”. Esta idea surge a partir del Informe del año 1996 presentado por Jacques Delors ante la Unesco, específicamente ante la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI y el que fuera publicado en el documento “La educación encierra un tesoro”, haciendo referencia a la necesidad de desarrollar políticas educativas que posibiliten la educación a lo largo de la vida en la sociedad del conocimiento.
Bajo esta concepción se trazaron líneas, documentos y orientaciones oficiales que llegaron a las instituciones educativas, las que ponían el énfasis en los aprendizajes de los estudiantes. Claramente esta concepción con base constructivista, se orientaba en la búsqueda de un estudiante autónomo, estratégico, capaz de gestionar sus propios aprendizajes. Y, en ese sentido, para los y las educadores/as, ese fue y es el sentido y la razón de ser de toda la tarea educativa destacando la importancia y el valor que los procesos de aprendizaje tienen tanto para niños, niñas, adolescentes y jóvenes, así como también para maestros/as y profesores/as.
Estas ideas traen a mi memoria, la siguiente frase: ”Cuando uno enseña, dos aprenden”, de Robert Heinlein. Ahora bien, ante esta concepción, qué sucede si invertimos la idea de “aprender a aprender” por “enseñar a aprender”. Y de ser así, qué interrogantes se plantean: ¿Quiénes enseñan a aprender? ¿Cómo se enseña a aprender? ¿Qué oportunidades de autonomía se brindan a los niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos para que continúen sus estudios?. La respuesta es obvia: enseñan los y las docentes.
Evidentemente estas preguntas interpelan y ponen en tensión las estrategias de acompañamiento, la modificación en los modos de evaluación, el fortalecimiento de las instituciones educativas, los vínculos que se tejen entre los diferentes niveles, de manera tal que sea posible comprender los procesos de enseñanza y de aprendizaje en los distintos momentos de la trayectoria educativa, entendiéndolos, no ya como pasos estandarizados y desconectados, sino como la garantía del derecho a la educación que cada estudiante tiene, y la posibilidad de vivenciar y construir sus propias trayectorias en el camino hacia la vida adulta.
Docentes protagonistas de la enseñanza, estudiantes protagonistas de los aprendizajes. Aquí se centran las discusiones que giran en torno a los modos de evaluación.
Los dispositivos de la evaluación, durante mucho tiempo fueron exclusivos al ámbito del aula vinculados, casi (digo casi porque hay avances en este sentido) a la calificación y a la acreditación. Hoy, esta concepción ha cambiado y busca mejorar, no solo el proceso de aprendizaje sino también los procesos de la enseñanza, entendiendo que la evaluación es una gran oportunidad para el aprendizaje.
Desde este enfoque, la evaluación formativa asume una función preponderante en el proceso de enseñar y de aprender, y considera que el centro -el corazón- de la evaluación formativa es la retroalimentación que posibilita analizar el qué, el cómo, el cuándo y cuánto de los aprendizajes que se ponen en juego en cada encuentro pedagógico. Es decir posibilita determinar qué están aprendiendo los y las estudiantes, cómo podrían aprender mejor, y a los y las docentes poder regular las propuestas didácticas, los recursos y las estrategias para conseguir mejores resultados basados en interacciones, mediaciones e intervenciones entre docentes y estudiantes. También es de destacar la importancia de la evaluación entre estudiantes conociendo la potencia que tienen y significan los aprendizajes entre pares y la autoevaluación individual y grupal.
Por lo expresado, adquiere relevancia la posibilidad de recoger información posibilitando el análisis de las evidencias recolectadas en relación con los logros de los aprendizajes, mirar el interés de los estudiantes, realizar proyectos institucionales integrados sostenidos en el tiempo que fortalezcan las trayectorias escolares con el fin de lograr que sean, los propios estudiantes, quienes deseen “dar cuenta y mostrar sus logros y aprendizajes”. Para que estas acciones sean una realidad es necesario priorizar los contenidos estructurándolos, recuperando lo realizado y generando continuidad y progresión de los aprendizajes.
El comienzo de una nueva forma de enseñanza y de evaluación representa una de las grandes discusiones en estos tiempos, que aparece como una discusión pedagógica, pero también como una discusión ética y política sobre la posibilidad de los/las estudiantes de trazar sus propios itinerarios educativos en vista de construir ciudadanía crítica, responsable, comprometida orientada a un proyecto de vida.
Como se advierte, la evaluación es un campo complejo y controvertido porque implica establecer juicios de valor y, en ocasiones, se consideran y se limitan los procesos evaluativos y la “evaluación” a la prueba o al examen aún sabiendo que dicho proceso evaluativo es mucho más que eso; es recoger información, valorar, tomar decisiones, registrar, analizar, consultar, orientar, socializar con docentes y estudiantes.
Por esto, la evaluación no debería verse y, menos aún vivirse como un proceso misterioso que incomoda a estudiantes y familia, sino como una tarea permanente, parte armónica de las actividades que se desarrollan en el aula todos los días.
Es indispensable pensar la evaluación como una cuestión institucional, hay que decidir qué cuestiones serán valoradas y cómo se valorarán.
Estos criterios de evaluación brindan el marco dentro del cual cada docente se desenvuelve, siendo los equipos directivos los encargados de generar el trabajo para que ese marco común sea construido colectivamente, compartido y transparentados de manera que cada estudiante tenga oportunidad de desarrollar al máximo sus potencialidades y aprender saberes socialmente significativos.
Las ideas hasta aquí expresadas, solo se podrán concretar si pensamos en cambiar y superar las prácticas evaluativas sancionadoras, funcionalistas y estructurales por prácticas de evaluación propositivas, integrales y humanas.