Gesticula y dibuja sentado a los pies del ventanal de uno de los señoriales y centenarios edificios de la peatonal Córdoba. Afeitado y con un traje a medida pasaría por un corredor bursátil más en el bar Augustus, y con un buen jean y zapatillas podría cenar en los mejores restó, pero eso no sucederá. Hace diez años que vive en la calle y pasa sus días a pocos metros de donde solía almorzar y cenar con su familia en la niñez; el prestigioso restaurante de la Bolsa de Comercio, Mercurio.
Sentado en el umbral del Palacio Minetti dibuja con manos gruesas sobre superficies incómodas: una puerta de melamina, el fondo de una caja de cartón de champán o un pedazo de madera irregular. Toma de un vaso una bebida extraña compuesta de frutas en eterna fermentación a la que abastece de un derivado de whisky. Es arquitecto y fue empresario y estudiante de artes. Escribe alguna narración o un cuento. Roba libros y a veces los devuelve. Dibuja mucho. Su padre se llamaba Ronald Provenzano y fue un banquero que supo aprovechar su tiempo y logró una fortuna estimable.
Por el lugar en el que pasa sus días deambulan empresarios, abogados, cueveros de toda estirpe. “Hola Sergio, ¿cómo va?, pregunta una mujer._Comprame un cuadro... te lo regalo”, le dice. Sergio dibuja todo: rostros; paisajes; grafismos; calles de NY y París; frentes de bares, plazas y hasta jugadas de fútbol. ¿Será negocio comprar su obra? ¿Es un Van Gogh urbano?
Los que que andan por allí lo conocen de los links del Golf. Sergio Provenzano hace más de diez años que vive en la calle. “Mi padre era bancario, gerente de distintas entidades y terminó casi dueño de un par de bancos. Nos fuimos con mi familia en los 80 a Buenos Aires, a vivir en uno de los primeros countries, en la zona de Ezeiza, cerca de donde después vivió Maradona. ¡Vivíamos en una casa atómica!, y volvimos a Rosario unos años después", recuerda.
Es más, la casa en la que vivían en Fisherton quiso comprarla el hijo de un expresidente mexicano. Se trata de la casona en la que terminó viviendo el rey de la efedrina, Mario Segovia.
Profesor y actor porno
Agarra con manos fuertes y firmes un pequeño vaso con gajos frutales; una frutilla cortada, naranja, mandarina, algo verde. Con la otra sostiene una botella de Derna, un destilado, y lo sirve hasta el tope, lo bebe a sorbos largos.
“Trabajé en un banco y después estudié derecho y arquitectura. Me acosté con un montón de bellezas y me fui a Europa: Londres, París, Madrid. Por todas partes del mundo. Eso con poca plata. Después hice otro viaje, pero ya con plata. Estuve en Los Ángeles; un tío allá es barman y sus clientes son actores y empresarios”.
El viaje duró bastante: "Terminé siendo profesor de tenis, golf y de inglés y castellano. Remontamos con mi tío la ruta 66 y estuve un mes en Nueva York, de ahí salté a Madrid y ahí si ya fui lavador de cadáveres en la morgue municipal y al final, antes de partir de allí, fui actor porno”, cuenta. En Rosario, y en estos años, fue cuidacoches, mendigo e indigente extremo.
Todo un patricio
“Hice la colimba en el Regimiento de Patricios, pero tendría que haber jugado en la NBA. Me convocaron para la guerra de Malvinas; pero me hicieron el test y me descartaron”. Tose, pero poco. “Me recibí de arquitecto en la UBA y trabajé en Buenos Aires en distintos estudios. Hicimos algo en Puerto Madero, algo en los nuevos barrios. Volvimos con mi familia a Rosario y a mi padre le pagaron un bono de un millón de dólares, de esa plata me dio 50 mil dólares como adelanto de herencia. Yo me sentía como Henry Miller”, señala.
“En la calle estoy desde el 1º de octubre de 2013. Antes de llegar a esto me gasté 450 mil dólares en 5 años. Rosario en el 92 era un mamarracho, cachivache y cocoliche. En esos años yo iba y venía de Buenos Aires. Teníamos un estudio de Arquitectura en Cerviño y Coronel Díaz. En esos años tenía un novia en Capital y después conozco a la madre de mi hija”, recuerda y frena la conversación.
“Teníamos mucha plata y con mi padre se nos ocurrió instalar una estación de GNC. Para él, acostumbrado a los bancos, era nada. Al fallecer mi papá, con mi hermana arreglamos lo que nos correspondía a cada uno. ¿Sabés lo que extraño ahora que soy mendigo? A mi hija extraño... y jugar al golf”.
Mientras mira la calle en silencio y observa la superficie en la cual dibujará una calle de Nueva York, cuenta: “El arte para mi es tan necesario como respirar. Mamá era profesora de bellas artes, se llamaba Amanda".
La estación de GNC
Cuando los Provenzano pusieron una estación de servicio de GNC solo había cuatro en Rosario. “La vendí con un pasivo importante y cuando mi hermana me dijo de vender junté entre bienes unos 2,5 millones de dólares, mi hermana se llevó parte de la plata, ahora la entiendo. Después me echaron del barrio donde vivía y fui a hoteles. Tiré la plata. ¿Cómo empiezo a pintar? En la pandemia un hombre quiso que le pintara una remera y me pagó con un whisky. Pinto y dibujo desde siempre. Soy un hombre que tiene sed. Tuve muchas casas, ya no me importan. Duermo en la calle. Papá falleció en 2007, mamá en el 2016 y yo seguí pintando. Pintar hace que también te respeten más, estás a otro nivel. Algunos amigos me quieren sacar de acá. No voy a refugios, no me gusta y voy a armarme una carpa”. Un chico pasa y le compra un cuadro; retrata la secuencia de un gol de Maradona.
Camina de una esquina a otra, grita de vez en cuando. En un papel hay una lista garabateada. Son las cosas que piensa hacer en breve. Excesos, vicios y una vida turbulenta.