Cuando la tecnología avanza puede llevarse todo a su paso, pero ¿qué sucede cuando la batalla es entre los clásicos relojes mecánicos y los modernos smarwatchs? ¿Quién gana? Las relojerías rosarinas analizan las tendencias actuales y los cambios de consumo. Con un negocio estructurado para resolver necesidades mecánicas desde hace décadas, hoy se adaptan a la digitalización además de comercializar relojes inteligentes que amplían sus posibilidades a otros servicios complementarios mientras siguen estudiando los consumos de su clientela. En este informe, entrevistas a los relojeros rosarinos que le encontraron la vuelta al negocio.
En primera instancia habría que preguntarse si las personas siguen usando relojes o el uso del celular como herramienta para saber la hora les ganó por completo: “El que está acostumbrado a usar reloj, siempre usa reloj”, opina Juan Manuel Dallera titular de Señor Juan Joyas y Alhajas. Él, que es segunda generación en el rubro, identifica a los fanáticos como los que se acercan con frecuencia a su local para adquirir o reparar algún modelo clásico o moderno. Como es regla general en este sector, Dallera no sólo hace el trabajo de relojería, sino que también comercializa joyas, logrando mayor diversificación sumando además la máquina para hacer grabados que le permite aplicaciones en mates y alhajas.
Visibilizando que sigue habiendo un gran público que prefiere ver la hora desde su muñeca, pareciera que el gran debate oscila, entonces, entre el lujo moderno y el clásico, donde la disputa la gana la ocasión de uso: “El reloj es un accesorio, un complemento de la vestimenta. El que usa reloj, usa un clásico para situaciones más elegantes y un smartwatch en contextos deportivos”, reflexiona Guillermo Vincenti de Luxor Joyas y Relojes. Junto a su hermana Silvia se dedican al rubro desde hace 45 años.
En el caso de los Vincenti, con la experiencia fueron aprendiendo a sumar nuevas tecnologías para ampliar su oferta de servicios. De esa forma, adquirieron una máquina para hacer soldaduras electrónicas que sirve tanto para relojería como para joyería. Así pueden brindar la solución de reparaciones no solo a sus clientes, sino también a otros locales del gremio que le envían los arreglos de sus propios clientes: “Y permite la reparación de mallas de acero que se han desgastado o roto y el cliente se ahorra la compra de una malla que hoy sale aproximadamente $100.000 con un arreglo de $15.000”. El relojero afirma que sigue habiendo público para los relojes clásicos y por eso esas reparaciones siguen muy vigentes y su inversión está totalmente amortizada.
A esta reflexión se suma Cristián Pelliccioni, titular de la Joyería Cognac, que cuenta con cuatro locales en galerías céntricas y 30 años de experiencia: “Se vende más el reloj clásico de gama alta que los de gama media. El que compraba relojes clásicos económicos hoy se vuelca al smartwatch, pero el que sabe apreciar un buen reloj mecánico directamente elige las líneas más exclusivas. Es por eso que el consumo de ese segmento se mantiene”. Pelliccioni ubica el fuerte de su negocio en la venta, y no tanto en la reparación, por lo cual no dudó en 2018 en entrar en el negocio de los relojes digitales.
El titular de Cognac dice que ha comercializado diferentes tipos de marcas pero que hoy elige trabajar solo con aquellas que cuentan con un buen servicio posventa, algo clave en una tecnología tan novedosa: “Puedo conseguir mallas para todos los modelos de relojes digitales o si hay un desperfecto técnico, se puede cambiar el módulo completo”. La marca con la que trabaja tiene la central de servicio técnico en Buenos Aires, lo que le garantiza contar con repuestos en pocos días.
Los pro y los contra de la tecnología
Los especialistas en relojes coinciden en que los nuevos smartwatches son una gran tentación gracias a la cantidad de funcionalidades accesorias. El simple hecho de conectarlo al teléfono abre un mundo de posibilidades: desde trackear caminos con el GPS propio o del celular, tomar llamadas, ver mensajes, recibir notificaciones, tomar registro de pasos y de gran cantidad de actividades físicas. “Los que hacen deportes prefieren los digitales para tener un buen seguimiento de la actividad porque cuentan con mucha información específica de acuerdo a la disciplina”, explica Dallera. A su vez él distingue otro público que cada vez se inclina más por los smartwatches y es el de la tercera edad: “Al tener funciones como contador de pulsaciones o registro de saturación de oxígeno en sangre, pueden hacer un seguimiento también de su salud”. Vincenti destaca otro aspecto de los relojes digitales y es la cuota de seguridad que aportan frente a los arrebatos de celulares en la vía pública: “Al contar con la función de atender llamadas y ver notificaciones, la gente los elige porque entonces no tienen que sacar el teléfono para saber qué mensaje le entró o quién lo llamó”.
La clave en el rendimiento, como siempre, son los precios. Un reloj digital puede comenzar en un valor de $80.000 y llegar al millón de pesos si es para un uso deportivo muy específico. El problema se origina cuando lo barato sale caro: “Hoy se pueden reparar los smartwatches, pero hay muchos modelos que, al ser muy accesibles, son descartables”, explica Pelliccioni. Y vuelve sobre el tema del servicio posventa: si los relojes digitales, por más buenos y caros que sean, no cuentan con representación en el país, también se vuelven descartables frente a fallas. Según Dallera, a la tecnología smartwatch aún le falta más desarrollo para que la gente termine de volcar su preferencia por completo: “El día que tengan una batería que dure más que la actual, que solo tengas que cargar el reloj una vez al mes, la gente se va a inclinar cada vez más por ellos. Esa es la conveniencia máxima”.
El servicio de reparación siempre presente
Más allá de si hoy las relojerías ubican sus estrategias comerciales en la venta de nuevos productos u otras soluciones complementarias, el taller sigue estando presente en los servicios de las relojerías. En un contexto de crisis, al igual que otros rubros, los relojeros reconocen un aumento en los trabajos: “En la actualidad se ve la gente que opta por no comprar un reloj nuevo y arreglar el que tiene. Le cambia el vidrio, la malla o la máquina para intentar restaurarlo porque los valores de los nuevos relojes clásicos son extremadamente caros. Un reloj de calidad puede llegar hasta los $600.000”, comenta Dallera que contabiliza unos 5 arreglos complejos de relojes clásicos por semana.
Respecto a los repuestos, los tres negocios afirman que se consiguen, a veces con mayor o menor dificultad y que en cada oportunidad disponible se stockean de materiales. Frente a la pregunta de si hay marcas que cuentan con repuestos más accesibles que otras, Pelliccioni dice que es lo mismo “porque todas son importadas ya que nacional no hay nada”, concluye.
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